Samuel Coronel

Samuel Coronel. Soldado Conscripto. Ejército. Lugar de Nacimiento: Córdoba Capital. Lugar de Residencia: Villa Cura Brochero

Samuel  se presenta junto a su esposa Miriam y se reconocen como amigos personales de Ricardo Omar Leyría y de Javier Zapata, ambos también, veteranos del Valle de Traslasierra.

Describen a Omar Leyría con un corazón enorme, mientras nos cuentan que él y su esposa Soledad, fueron los primeros que les dieron una mano cuando llegaron al Valle, hace 17 o 18 años. “Nosotros llegamos acá con una mano atrás y otra adelante”. Miriam agrega que inicialmente vivían a media cuadra de la casa de ellos.

Sobre Javier Zapata relata que fue quien juntó a todos los veteranos. Él iba casa por casa porque ninguno se juntaba y fue quién peleó por muchos beneficios, en la municipalidad.

Actualmente Samuel y Miriam tienen su casa en Brochero y dicen haber corrido la misma suerte que Zapata.  Consiguen empleo en otro lugar, después de venirse al Valle y hacerse su casa.  Inicialmente cuando le salió trabajo en la Municipalidad de Córdoba Capital, Samuel se fue sólo, sin su familia. Miriam decidió acompañarlo, tiempo después,  cuando tuvieron problemas en Córdoba, con un nieto que quedó discapacitado por un golpe. Miriam viaja todos los fines de semana para Brochero porque allí quedaron viviendo sus tres hijos menores. Cuenta que oportunamente ellos le dijeron “Volvete vos, nosotros no nos vamos”.

Sobre la causa Malvinas reconoce que aún hoy,  se discute mucho sobre los beneficios que reclaman los continentales o movilizados en relación con los que estuvieron en el conflicto. Samuel afirma que los que estuvieron allí, no superaban los 13.000 soldados y hoy en día, ya hay reconocidos casi  30.000 veteranos.

“Se van a cumplir 40 años y sigue esa disputa” y no sabe  si se va a solucionar. Si bien sabe que hasta ahora el pedido de reconocimiento, tiene media sanción en el Congreso, cree que será muy difícil aceptar, se incluye, que perciban los mismos beneficios que ellos.  Así mismo exime de este análisis a los que tuvieron en el Belgrano, ya que él estuvo a punto de embarcarse en él. Los prepararon para ser patrulla del Belgrano o custodia. Los entrenaron durante 7 días y un día les informaron: “No. Ustedes no van”. Después, estando allá, se enteraron cuando lo hundieron. Reflexiona  que pudo haber sido unos de los sobrevivientes o uno de los fallecidos. Entiende que algunos estuvieron en el teatro de operaciones y no así, los que no cruzaron nunca, ni  estuvieron  en el océano. “Los que no estuvieron en un anfibio, no saben lo que es estar en el medio del mar, que las olas te tapen, no saber si vas a vivir, si te vas a ahogar, si los ingleses te van a matar. Eso ellos no  lo han vivido”.

Manifiesta que quizás, tengan derecho a que se les reconozcan algo. Cree que no debería ser el 100 % , como veteranos. No con ese título. No afirma que no les corresponda, porque entiende que él, no es quien para determinarlo.

Samuel nos cuenta que pidió la prórroga en el servicio militar, motivo por el cual le tocó hacerlo con la clase 62. Se autoproclama: “soldado viejo”. Reconoce haberse portado bien hasta la primera baja, y  después dice que, “fue un desastre”. Después ya no le tocó ni la segunda baja… (se ríe).

Compartió con Omar Leyría su destino. Regimiento  de Infantería 8. Nos relata que con la clase 62 se conformó la Compañía C, de los soldados viejos, donde estaba Omar y él. Los soldados de la clase 63, tenían tres meses de instrucción, habían entrado en los últimos días de enero o primeros de febrero. Una sección de la compañía fue destinada a Bahía Fox y otra a Darwin. Recuerda que estaban en fila y les decían: “vos sí, vos no”. A Samuel le tocó ir a Bahía Fox, destino que no compartió con Leyría, pero manifiesta que le hubiera gustado haber estado con él.

Samuel recuerda que se encontraba de licencia en Córdoba, cuando el 26  o 27 de marzo  los notifican que tenían que presentarse en el Distrito Militar de Córdoba, sito en Calle Oncativo donde estaba emplazado oportunamente. Allí los esperaban los  camiones para llevarlos al aeropuerto. El creía que los llevarían al Regimiento, pero cuando subieron al avión, les notificaron que iban a Malvinas.

El  01 de abril  llegaron al Regimiento donde tuvieron días corridos de entrenamiento para finalmente llegar a Malvinas el día 06 de abril, transportados en el Hércules.

Cuando subieron al Hércules, relata que eran 40 soldados entre oficiales  y suboficiales que iban de buen ánimo. Dentro del avión llevaban dos camiones Unimog cargados con 4 mil kilos de explosivos. Cuando el avión comenzó a carretear recuerda que explotó una turbina y al respecto relata:

“¡Ay Dios! Se sentía el fuego y se veían todos los mecanismos del avión para despegar porque le habían sacado los paneles para poderlo cargar con más municiones y con más peso. De pronto se  acerca uno de los oficiales que piloteaba el avión y nos dice: hay  que tirarse como se pueda. Así que carreteando nos íbamos tirando en la pista del aeropuerto”.

“Después de 3 o 4 horas volvimos a subir al mismo avión, lo habían arreglado… ahí sí que nos mirábamos y no hablábamos nada. Y cuando llegamos a Malvinas, hacé de  cuenta que tocamos el agua con los pies. Bueno…Los pilotos argentinos son los mejores del mundo!!!”

Cuando  llegaron a Puerto Argentino, permanecieron un  día, y desde ahí, los llevaron en helicóptero a Bahía Fox a cavar los pozos. Así “esperaron”. Recuerda que tenía una radio chiquita, que le había prestado un amigo  y por allí escuchaba la BBC de Londres. Se mantenían informados aunque a veces desconfiaban, porque  los argentinos decían una cosa y los ingleses, otra. Por esa radio se enteraron del hundimiento del Belgrano y no así de los daños a los barcos  o  aviones ingleses.

“Creo que ningún país como la Argentina le hizo tanto daño económicamente a Inglaterra”

Reflexiona en voz alta: “Uno cuando está ahí, ya está jugado, para eso nos prepararon psicológicamente. Eso es el patriotismo que uno tiene”. Samuel nos dice que hasta hoy, ve una  bandera y se emociona, se conmueve. Siente que a los niños y jóvenes no les sucede lo mismo y se lo atribuye, no sólo a las bases de la familia, sino a los gobiernos que hicieron  que eso no se valore.

Recuerda que su grupo de apoyo estaba conformado por 20  soldados y que compartió trinchera con Eduardo Sosa y con el   Chato Segundo, al mando del  suboficial Luis Guillermo López.  Él estaba con una bazooka MAC, cañón chico portátil.

Agrega que el suboficial que estaba con ellos sabía inglés y había estado en Chipre conformando las fuerzas de paz de los Cascos Azules. Cuenta que salía por las noches, hablaba con los kelpers y les conseguía leche, queso, pan para compartir con ellos. Afirma no haber sido castigado, como tampoco haber visto castigos.

Dice sostener hasta hoy, muy buena relación con los que fueron sus compañeros y que se juntaron periódicamente hasta la pandemia. Al respecto señala que  el último encuentro, que tuvo lugar el pasado octubre, fueron 70 veteranos. Se reunían en la Olimpíadas provinciales y nacionales.  .

Otros compañeros, sin embargo, se inclinaron a las drogas o al alcohol y  ya  fallecieron. Como fuera el caso del Chato Segundo, oriundo de Puerto Madryn y de Omar Leyría.

Relata que si bien no estuvieron en la zona de desembarco de los ingleses, sufrieron 5 bajas. Recita sus apellidos de memoria: Antico, Sosa Eduardo, Nosicoski , Guodri y Ludueña. Sobre ellos recuerda que Ludueña falleció intoxicado con comida en mal estado. Guodri -soldado de la clase 61 que se incorporó voluntariamente- muere de un infarto cuando le amputaron una pierna. Producto de haberle explotado una mina. Y Antico, fallece en la patrulla que hicieron en la casa que se incendió.

Refiere que los cinco fueron enterraron en cementerio de Darwin y que del total de fallecidos, hay menos de cien compañeros que no han sido identificados porque los familiares no quisieron aportar el ADN y figuran como NN. Reconoce como valioso el aporte de Rober Waters a la causa.

El manifiesta no tener nada contra los ingleses y dice querer conocer Inglaterra, no así Chile. Entiende que en el conflicto, Inglaterra peleó por lo que creía que le correspondía, en cambio Chile “se vendió mal”.

Más allá que reconoce haber disparado durante el conflicto contra los ingleses, porque los aviones y los barcos los bombardeaban día y noche sin descanso, asume que fueron muy  bien tratados por ellos, una vez que se rindieron. Recuerda, en ese momento, haber estado prisionero en un esquiladero, lleno de bosta de animal.

Cuando volvieron a Puerto Argentino encontraron los galpones llenos de comida. Asume haber pasado hambre pero no cree que no les hayan querido dar de comer, sino que no podían por la misma situación que se vivía. Las inclemencias del tiempo y los medios para alcanzárselas. Rememora que estuvieron 7 días  bajo el agua. “Llovió 7 días  sin parar. No se podía si quiera, prender fuego, nada.” Nos explica que la turba es como el barro que uno pisa y se entierra. Cuando no, se quedaba la bota pegada y sacaban el pie solo y si calzaban borceguíes era peor, por la sujeción de la suela al piso.

Como anécdota nos cuenta que el Chato Segundo cuando abrían las ovejas, metía sus manos dentro del animal antes que se enfriara, para sacar sus riñones calentitos y comérselos.

Hoy entiende que los militares “no nos podían dar la comida”, “no había forma que nos llegara”. Ilustra que una noche salieron con el “Indio” e iban con una olla de 20 o 30 litros, a buscar comida cuando los alcanzó un bombardeo. Relata que su amigo lo dejó con la olla a la rastra y que cuando volvió al pozo, encontró a su amigo tapado. Siente que lo dejó  “regalado” y eso era lo peor que les podía pasar.

Cuando volvió de la guerra, recuerda haber tenido la cabeza quemada del frío. Llagas en toda la cabeza. Y estuvo por más de un año con tratamiento por intoxicación por la comida. Se lo atribuye a la ingesta de ovejas crudas. La única cicatriz que tuvo fue producto del descenso del avión cuando estaba carreteando.

De su regreso, no se olvida que él había ido con unas zapatillas Adidas marrones nuevitas y volvió con unas que no sabía de quién eran, que le apretaban muchísimos sus dedos, un vaquero que le llegaba a la canilla y un pullover que le llegaba arriba de la cintura. Expresa haber llegado “Contento y con mucha plata” porque les pagaron todos los meses juntos. Recuerda que esa noche, la Compañía C, se puso a jugar al “pase”, a los dados. Ganaron él y un compañero Alfredo Falo (Alias el Martillo), que trabaja en PAMI de Córdoba. Atesora haber traído sus bolsillos llenos de billetes.

En la primera parada del viaje de regreso, cuenta que  pidió ravioles con queso, carne, con una botella de coñac  y otra de naranja, que pagó y compartió con sus cuatro amigos a los que había dejado “secos”.

Cuando llegó, lo recibió su hermano, quien había ido a esperarlo sabiendo que regresaba. Su madre no fue a esperarlo porque creía que había muerto junto con Sosa y su padre tampoco, porque había enfermado de tristeza por haber creído esa versión. Esclarece que el veterano Eduardo Sosa, que falleció en Malvinas, no fue su compañero de trinchera sino un soldado homónimo y eso fue lo que prestó a la confusión. De igual modo, describe a su madre como pesimista y asume que nunca se llevaron muy bien.

Describe que cuando entró a su casa y su padre lo observó, fue la única vez que vio, que se le cayeron dos lágrimas. Era de esos “santiagueños duros, del campo… y ahí revivió”. Mirian agrega… “y muchos años”. Recuerda que fallece cuando él tenía 31 años, a los 85 años, y nos aclara que era 15/17 años, mayor que su madre. Murmura que llegó a usar la obra social. “Fue el que más la usó”.

Al respecto nos dice que en el año 91 recién los reconocieron como veteranos y por ello comenzaron a percibir $120 pesos, aproximadamente. Asume que fue duro porque no había trabajo. Recién a los 50 años, consiguió trabajo en la municipalidad de Córdoba.

Dice haber trabajado hace 20 años, en un Centro de Participación Comunal, por 6 o 7 meses, pero renunció más allá que la  mujer le recomendaba que “aguantara”. Decidió renunciar porque había que esperar más de un año para cobrar y en ese entonces sus hijos eran chicos. Situación que analizada hoy, lo hace concluir “pensé más en los hijos y no en el futuro”.   Hoy ya estaría jubilado y cobrando muy bien. Amplía diciendo que los compañeros que habían entrado en aquel entonces, con la jubilación anticipada y con la ley anterior se jubilaron mejor. Ahora con las modificaciones, les quitaron todas las bonificaciones y las extensiones horarias (horas extras y cantidad de horas laborares), situación que generó que percibieran casi un 40 % menos de sueldo.

Le faltan 3 años y medio para jubilarse. Siente que “no estamos muy cómodos pero tampoco estamos muy mal”. No se arrepiente de las decisiones que tomó oportunamente y resalta que tienen unos nietos bellísimos.

Samuel y Miriam llevan 33 años de casados y se conocieron cuando iban a la primaria.  Miriam  acota “de niños” y nos cuenta que los hijos les preguntan ¿cómo hacen para estar tantos años juntos?” y ella cree que el secreto “es aguantar”. Samuel dice que “uno no siempre tiene el mismo humor”. Ella añade que los tiempos difíciles fueron aquellos cuando él recién volvió.

Mirian nos cuenta que Samuel al principio no quería que nadie supiera que él era veterano de guerra, recuerda  que en el año 91/92 un médico les preguntó por su condición de jubilado y ella aclaró que era veterano. Situación que lo llevó a enojarse con ella.

Aquellos tiempos, Samuel los describe como fatales. Nos cuenta una experiencia con un compañero (Lidio) que lo había llevado a  hacer unos arreglos en un baño de una iglesia, en Cruz del Eje. Esa noche dice que durmieron en una casa circundante a las vías del tren, en un primer piso. Rememora que cuando pasó el tren y se movió toda la casa, le preguntó a su compañero “¿es un temblor o nos están bombardeando?”. Él le respondió que era el tren y que se durmiera, pero Samuel bajó las escaleras y salió en calzoncillos a la galería de la casa antigua. Recién advirtió que era el paso del tren cuando la dueña de la casa le preguntó, qué le pasaba. Lo más doloroso que guarda de aquella situación,  fue cómo se rió y se burló,  su compañero.

Finalmente, al respecto  nos cuenta que, su casa familiar, está ubicada cerca de una fábrica militar de aviones. Allí tenía un dormitorio donde dormía solo y cada vez que despegaba un avión, se colocaba debajo de cama. Cree que lo hacía por instinto. Hasta el día de hoy siente,  cada vez que pasa un avión, algo latente dentro de él, aunque no, con la misma frecuencia e intensidad. Además le suceden “otras cosas que…por ahí no vale la pena recordar”.

Él está muy agradecido con su señora y ahora con sus nietos. Entiende que estos últimos lo rejuvenecieron 10 años. Sobre ellos dice: “Nos dan vuelta y vivimos para ellos”.

El espera llegar a cumplir los 65 años, jubilarse y salir a pasear con ellos, aunque destaca que lo vienen haciendo.

Por lo vivido en Malvinas, Samuel no siente malos sentimientos contra los militares, sino que les está agradecido porque le enseñaron muchos valores. Más allá de hacer explícito que no olvida la época de la subversión vivida entre 14,15 o 16 años.

Menciona haber vivido algunas experiencias que podrían haberle despertado algún rencor contra ellos. Una fue, la vivida con un suboficial antes de ir a Malvinas. Describe que cuando le estaban entregando la ropa en el Regimiento, estaban en  hilera  y lo llamaron. Él no acudió porque creyó que habían llamado al compañero de adelante o al de atrás. Esto hizo que, el suboficial se le acercara, le pegara un “chirlo” y le dijera “despertá”. Situación que pudo haberla vengado, porque con el paso del tiempo lo encontró en una esquina de la ciudad de Córdoba. Lo miró y se preguntó ¿le meto una trompada o lo dejo?… Internamente se respondió… “Ya pasó”.

Sin embargo espera tener la oportunidad de reencontrarse con Pacheco, para pedirle que se disculpe con él.  Evoca que antes de ir a  Malvinas, Pacheco les dijo “Vamos a ir a misa”. Recuerda que era un día sábado y en la puerta de la Iglesia les indican: “los que sean mormones, evangelistas y… den un paso a la derecha”. Tres salieron de la formación y el resto entró a misa. Ellos argumentaron que eran evangélicos,  razón por la cual recibieron una paliza que nunca pudo olvidar. Sintetiza: “quedamos por 2 o 3 días tirados en la cama, del baile que nos pegaron”.

Lo mejor que le dejó el conflicto, es el sentimiento hacia su país. “Amo más a mi Argentina”. Y lo peor que teme, es que vuelva a pasar.

Exclama: “No tiene que suceder de vuelta”. “No tiene que pasar, nunca más”.

Samuel nos cuenta que los hijos de varios compañeros han entrado al ejército, situación que no ve mal y reconoce que él estaría orgulloso, si algunos de sus hijos hubieran optado por eso.

De los reencuentros con los veteranos manifiesta que sirven para ir “cerrando ciclos”.

Cuando se cumplieron los 20 años Luis Guillermo López, su compañero, lo buscó y se reencontraron. El reconoce que estaba mal económicamente y  psíquicamente, “una miseria”. El amigo lo llama para que asistiera a un encuentro que tenía lugar en Mendoza dónde él, lo había nombrado. En ese momento Samuel le dice que no tenía dinero para hacerlo y que tenía 4 niños chicos para darles de comer. El compañero le pide que se saque el pasaje y que él, se lo reintegraría allá, además de darle dinero para volver. Lo conversó con su Sra. y Mirian lo animó a ir.

Llegó a Mendoza y aunque se había comprometido a avisarle a su compañero, decidió ir en taxi. Bajó dos cuadras antes y se preparó para la sorpresa. Dio vuelta la esquina y allí estaba su compañero comprando a un vendedor ambulante. Samuel no lo reconoció de espaldas, pero su compañero cuando lo vio en la puerta de su casa, sí. Y después de una expresión jubilosa, se abrazaron y lloraron juntos. “Fue algo espectacular”.

También recuerda con alegría el reencuentro con veteranos de todo el país, cuando se rememoró “El día que Puerto Madryn se quedó sin pan”. Lo describe como algo inolvidable. Muestra fotos en su celular tomadas con compañeros que hacía 37 años, no veía, del Mural y del barco ingles Northland, en el que volvió aquella vez.

Finalmente nos cuenta que algunos le preguntan si volvería a ir a Malvinas y él responde. No sé. Por la única razón que volvería es para que conozca mi nieta mayor. Una, porque nació el 02 de abril y otra, si es que  ella me lo pide… Miriam irrumpe y confirma: “Él la lleva”.

Entrevista realizada por: María Cecilia Pérez

Fotografía y videos: Dolores de Torres

                                                   

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