Rubén Cayetano González

Rubén Cayetano González. Soldado Conscripto. Nació el 10/10/1962. Vive en Piedra Pintada
Clase 62, hizo el servicio militar en Comodoro Rivadavia-Chubut-y en el momento de la Guerra estaba en el Regimiento 8. Al estar tan próximos a las islas fueron los primeros en ser llevados. Fueron en un Hércules C130, amontonados, hasta Puerto Argentino, donde está la pista de aterrizaje. Desde allí los trasladaron en helicóptero hasta Bahía Fox y ese fue el lugar de combate de todo el Regimiento 8. En un Hércules iba también un camión adentro, un carrito de cocina y uno de agua y los soldados sentados en distintos lugares. Iban mirando por la ventanilla del avión. Cuando bajaron en Puerto Argentino, un helicóptero los esperaba y los llevó del otro lado del canal, a Bahía Fox.
Estuvieron ahí dos meses, desde el 5 de abril en adelante. No fueron ellos quienes tomaron las islas, fueron otros que estaban preparados, especialistas, buzos tácticos, para realizar el asalto. Una vez que ya estaban instalados los militares en las islas, comenzaron a llevarlos a ellos y a instalarlos en distintas islas e islotes de Malvinas. Llegar fue una mezcla de alegría, porque iban a conocer Malvinas y les habían dicho que no iban a venir los ingleses, que estaban muy lejos, que no se iban a atrever a venir con tanto clima desfavorable y tanta distancia. Que ellos ya estuvieran en tierra firme jugaba a favor nuestro. Les comentaron que estarían un par de meses y que luego los cambiarian de guardia, serían renovados con otros soldados y ellos volverían al continente.
“Era un enemigo muy duro, muy sofisticado, en armamento y preparación, nos superaban en todo”. En cambio ellos, eran soldados con la instrucción que tenían. Él era de la clase 62, pero los de clase 63 eran nuevos, -tenían un mes y medio o dos meses de instrucción- y “nos tocó esto’. Compartió el pozo de zorro con dos soldados nuevos y eran tres los soldados “viejos«. Ellos tenían un arma antiaérea-12.7-en primera línea. “Con un clima muy hostil, que nos jugaba en contra, muy frío, viento continuo, nieve a veces”. Se hacía de noche rápido, ya a las 5 de la tarde estaba anocheciendo.
Los superiores los trataban mal, no los cuidaban, en vez de ahorrar energía esperando a los ingleses: los bailaban”. Cavaban un pozo y no les gustaba, les hacían hacer otro, en otro lugar. En su lugar, que fue Bahía Fox, desde el otro lado del Canal San Carlos-de Isla Soledad- no les llegaban alimentos. Toda la comida se almacenaba en Puerto Argentino, donde estaba la pista de aterrizaje. Llegaban los aviones y dejaban en los galpones la mercadería y abrigo. Lo que mandaba la gente. Sabemos que el pueblo se solidarizó mucho. Mandaron muchas cosas, pero a ellos no les llegaba nada. Los primeros días los aviones Hércules tiraban al pasar con paracaídas: alimentos, abrigos, cartas de niños de la escuela “que nos hacía muy bien leerlas”. Porque en ese momento estás solo, con tu arma y “sos vos y Dios”. Por eso las cartas les alegraban tanto. Lo de los Hércules que tiraban sucedió tres o cuatro veces. Ya cuando el enemigo se acercó mucho, no podían volar nuestros aviones, porque los captaban los radares y los derribaban. Entonces no se arriesgaban y debieron sobrevivir con lo que había ahí, en Bahía Fox: ovejas, pescado, durante los dos meses que estuvieron. Fue muy duro el tema alimentación, en el lugar que estuvo. Estaban muy retirados. No es que no había, no las distribuían desde Puerto Argentino. Cerca de donde él estaba había una proveeduría de los Kelpers. El lugar estaba cerrado con chapas para evitar que les robaran. Ponían de guardia a soldados para cuidar ese almacén, que se renovaba cada dos horas. Una vez le tocó hacer guardia al grupo de ellos-del pozo-. Se pusieron de acuerdo para tratar de meterse y sacar algo para comer. Se metieron y sacaron lo que les parecía que era comida, y se llevaron chascos al no saber leer en inglés, porque sacaron una caja que creían eran chocolates y en realidad eran pilas, velas. Solo buscaban comida, pero los descubrió un cabo. Los hizo estar parados toda la noche junto a la bandera. Hacía un frio increible. Cada dos horas les “pegaba un baile”, para que no se murieran de frío, decía. Los militares de carrera no aceptaban que ellos dijeran lo que sentían, pero ellos le decían que tenían hambre.
En Bahía Fox-afortunadamente- “no llegamos a combatir cuerpo a cuerpo”. Quizá hubiera sido una masacre, como fue en Ganso Verde, en Monte de Los Hermanos. Ahí se perdieron la mayoría de las vidas de soldados argentinos. También de ingleses.
El primer ataque fue de la aviación de ellos. Una siesta, a eso de las dos de la tarde, les empezaron a gritar. “Porque la comunicación era con gritos”: “Alerta roja, alerta roja”. Eso significaba que se acercaba un avión. A los tres minutos aparecieron dos Harrier, desde atrás de una loma, y le tiraban a un barco que estaba encallado frente a la bahía. El barco era el “Río Carcarañá«, que era de una empresa pesquera que llevaba alimentos y soldados, pero quedó encallado y no pudo regresar. A ese barco le tiraban los ingleses cada vez que pasaban sus aviones. Ellos les tiraban, a su vez, a los aviones, con el armamento que tenían. Eso sucedía todos los días, hasta que los ingleses se aproximaron y los bombardearon desde el agua, desde un barco misilístico de ellos. Primero se escuchaba un estruendo en el cielo, sobre ellos, y una luz-una bengala, para ubicar las posiciones-. Cuando eso sucedía, sabían que venía el bombardeo y lo único que podían hacer era enterrarse, meterse al pozo que habían hecho y rezar todo el tiempo. Todos tenían un rosario. El suyo llegó a la mitad de tanto morderlo. Los fogonazos demostraban que eran seis misiles, “toda la noche tiraban-desde las diez de la noche- y ellos rezaban para que no les cayera encima”, “porque era una bomba muy poderosa, que te borraba «. Al caer, hacia un agujero de un metro cuadrado, “hacía mucho daño”. A unos compañeros les cayó cerquita y la onda expansiva “les reventaba el estómago «. Al otro día hallaron soldados con el estómago abierto. A eso de las cuatro de la madrugada se alejaban, para que la aviación nuestra no los bombardeara, porque los nuestros operaban solo de día.
“Nos decían que iban a desembarcar en nuestra zona, pero no fue así, por suerte”. Lo hicieron en Puerto Argentino, porque ahí estaba la parte más sofisticada nuestra y estaba la pista de aterrizaje. Ese fue su objetivo y ahí atacaron con todo. Por aire, tierra y mar. Y lograron vencer. Cuando fue tomado Puerto argentino les llega la orden de rendirse, eso fue el día 13 de junio. “Debimos juntar las armas, tapar los pozos” y un helicóptero inglés-tenían orden de no tirarle-donde venían tres militares. Lo primero que hacen es arriar nuestra bandera e izan la de ellos. Ese fue un momento muy duro. Es parte del recuerdo que tiene, porque queda la imagen. “Uno ama esta patria y uno va a ganar la guerra, no se piensa en perder, por eso fue muy duro ver y aguantar esa situación’.
Rubén recuerda cómo era un día común durante la guerra: vivían en el pozo, que tenía 2 metros de ancho y 60 centímetros de profundidad. “Queríamos cavar más, porque a mayor profundidad del pozo, mayor posibilidad de salvarse, pero estaban muy altas las napas y fluía el agua”. Ponían maderas viejas como tarimas, las que hallaban. “Desarmamos corrales de ovejas para no estar en contacto con el agua”. Para no dormir sobre el barro. Los soldados viejos-de la clase 62-que estaban con él en el pozo de zorro se llamaban Domingo Miami-que era de Tránsito- y Puebla de la capital de Córdoba. Al tener la antiaérea, esta debía estar en la playa, al descubierto, porque tiene que girar y levantarse para arriba. Le habían hecho un espacio similar a un hongo, para poder manejarla, y el pozo- donde se refugiaban- estaba a un metro atrás del arma. De abrigo tenían una bolsa cama, que es muy calentita, pero a medida que llegaba el frío, les hacía falta más protección. Siempre estuvieron vestidos. Durante el día salían fuera del pozo, hacían mantenimiento de las armas, las limpiaban y esperando entrar en combate. A la noche se metían en el pozo y dormían, cuando no los atacaban. No tenían armamento como para atacar los barcos ingleses, porque se ponían a tres o cuatro km, mar adentro, y no tenían armas que pudieran alcanzarlos. La esperanza que tenían era que la aviación nuestra los bombardeara, pero de noche no operaban. En su sector tuvieron que soportar ataque naval y aéreo. Agradece repetidas veces no haber participado del combate cuerpo a cuerpo “porque de haber ocurrido, no la estaría contando”. Un veterano de Villa Dolores-Raúl Allende-que está en silla de ruedas- participó de esos combates. En el ataque que sufrió, lo dejan por muerto, lo rescatan al otro día. Le habían entrado esquirlas en la columna, cree que en Monte London. Varias compañías del regimiento 8 fueron a Monte London, a Puerto argentino, a Monte Dos hermanos.
La comida la buscaban en un cilindro, en un galpón que fue corral de ovejas y que implementaron como cocina. Al mediodía había que ir a ese lugar a buscar lo que normalmente era sopa de oveja o de pescado. Jamás comieron pan en esos meses: “Soñaban con comer pan’. Compartían la ansiedad de comer pan la mayoría de los soldados.
Cuando ocurrió la rendición, un helicóptero viene a buscarlos y se reúnen con un superior suyo-el teniente coronel Alejandro Repossi-con quien acuerdan que los van a retirar. A la tarde los toman de prisioneros y los sacaban de a veinte soldados en cada helicóptero, y en otros más grande-donde cabían cuarenta y sesenta soldados- y los transportaron a un barco, donde de a seis los pusieron en cada camarote. Les cerraron la puerta y cada seis o siete horas pasaban a darles de comer: un sachet de leche, galletitas y “los trataron bien los ingleses”. Ellos pensaban que quizá los mataban, “pero nos ayudaban, porque les dábamos pena”. Se sorprendían al verlos, tan jóvenes, tan desnutridos. El perdió entre 8 y 9 kilos. Por el estado que tenían no podían alzar el bolsón donde tenían todas sus pertenencias “y los ingleses nos ayudaban, porque les inspiramos lástima’.
El vino en un barco llamado Norelem, hacia el continente. Cree que ese barco transportó unos mil doscientos soldados. Los dejan en Puerto Madryn. Unos camiones y colectivos del Ejército los estaban esperando y los llevan a un Regimiento de ese lugar y les dan el desayuno. Eran las 10 de la mañana. Varios soldados les ofrecían pan y taza con mate cocido y leche. Pasaban, tomaban y volvían a pasar. El pasó trece veces, lo que le produjo un dolor de estomago terrible. Fue desesperación por comer los bollos de pan, pero se sintieron mal porque estaban desacostumbrados. El estómago estaba empequeñecido y al meterle tanta comida de golpe, les produce mucho malestar y dolor. Un médico del ejército les aconsejaba que caminaran, “porque se les ha achicado el estómago’. Luego los llevaron al Regimiento de dónde eran ellos, en Comodoro Rivadavia, que está a más de doscientos kilómetros. Fueron en colectivo y allí los empiezan a tratar bien. Porque había que darles de baja. El recuerda que debió salir de baja antes que se produzca la guerra, pero lo habían dejado para los últimos porque era el chofer del colectivo del regimiento. Había que esperar que los soldados nuevos recibieron la instrucción y después de eso a cada uno se le pregunta qué sabe hacer. De allí saldría su reemplazante. Su tarea sería llevar al soldado nuevo a hacer el recorrido que él sabía hacer: llevar los chicos al colegio que estaba en el barrio militar. Con los soldados que habían quedado de la clase 62 hicieron una compañía aparte y la llevaron a la guerra. Fueron con suboficiales de la Escuela Sargento Cabral y le pusieron de nombre “Compañía Liberad”.
Cuando regresaron al regimiento los tuvieron “recuperándolos”. No los hicieron hacer ningún movimiento como soldados y la meta era mandarlos a la casa un poco mejor de lo que volvieron de Malvinas. “Estábamos muy deteriorados, muy flacos”. Les daban de comer en platos y cubiertos descartables, sentían que los trataban bien, “para que agarraran color y un poquito más de fuerza’. A la semana iniciaron el retorno a Córdoba en colectivo. Eran unos cinco colectivos con soldados de esta provincia. Los dejaron en la terminal de ómnibus de Córdoba, les dieron una plata (que cobraban por mes, que a la vez nunca cobraban porque si se les perdía un jarro o cualquier recurso que les habían provisto al llegar a hacer la conscripción, se los descontaban de ese sueldo que tenían). Pero en esta oportunidad les dieron un dinero que alcanzaba a cubrir el costo del pasaje hasta Traslasierra.
Llegaron a eso de las 22 hs a Córdoba, había muchos familiares de los soldados esperándolos en la terminal. Como El Petiso-la empresa que viajaba a Villa Dolores- tenía viaje a las 8 de la mañana del otro día, se quedaron juntos, todos los soldados de esta zona, a esperar. Vieron que quedaban madres dando vuelta en la terminal, y se le acercó una de ellas a preguntarles sobre el nombre de un soldado: “que sabíamos que había muerto en las islas”. “Nosotros no nos animamos a decirle que no vendría, porque tampoco éramos los indicados para darle esa noticia a la madre«. Estaba ella con dos hijas, buscándolo en la terminal. Les preguntó también si vendrían más colectivos, a lo que respondieron que sí.
Él bajó con otros dos soldados en la ruta, donde se ingresa para la Piedra Pintada. Los otros dos eran de La Paz- Aguilera e Iriarte-. El segundo no fue a Malvinas, quedó en el Regimiento mientras duró el conflicto. Los tres se fueron a un barcito que había cerca y la mujer que atendía lo reconoció y no les cobró nada. Los otros dos se fueron a la ruta para irse a dedo a su pueblo. Y Rubén se encaminó a su casa. “Tardó más de una hora y media en llegar a su casa, porque los vecinos salían a encontrarlo y saludarlo «. La gran sorpresa para todos fue porque se había corrido el comentario de que lo habían matado en la guerra, “la gente no lo podía creer, al verlo llegar”.
En esa época no había teléfono, él estuvo dos meses sin comunicarse con su familia, por esa razón sus padres no sabían nada de él. Su padre trabajaba en hornos y alguien le avisa que él estaba llegando. Tomó una bicicleta y vino a su encuentro. A su madre también le avisaron y salió a encontrarlo. Tenía una mezcla de emociones “la alegría de volver vivo y la decepción de haber perdido «. Agradece poder contarlo. Sabe que otros quedaron mutilados o mal psicológicamente. Su familia ha sido fundamental para superar lo vivenciado en la guerra, también la ayuda profesional de una psicóloga. Tiene compañeros a los que hubo que internarlos en el neuropsiquiátrico, y ahí están, peleándola.
Siente que el estado los abandonó, cuando regresaron. La desmalvinización fue terrible, el gobierno de Alfonsín, sobre todo. No se hablaba “metió el tema bajo la alfombra”. Por ese motivo han tenido más bajas posguerra, que en el conflicto mismo. Se han suicidado muchos. “Era muy difícil encajar en la sociedad de vuelta”, No conseguían trabajo.” Cuando se enteraban que eras veterano, te despedían”, porque los tildaban de locos. Sufrieron una discriminación total. Muchos no podían superarla y se quitaron la vida o se sumergieron en el alcohol.
En su caso no fue a buscar trabajo en blanco, se puso a trabajar en los hornos ladrilleros. Trataba de ocupar todo el tiempo, para no dejar espacio para “pensar mucho «. Jugaba al fútbol, formó parte de un grupo musical de folclore, llamado Los Cómplices. Eso le permitió no estar pensando en aquello, y lo ayudó mucho. Al principio no quería hablar del tema, pero con el tiempo ha participado de charlas en escuelas. Sabe que el tema se debe conocer y son ellos los que la vivieron. Son la “historia viviente de la guerra de Malvinas «. Hablar del tema es “como una descarga”, cuando hay respeto de parte de la escucha de las personas.
El estado, durante el gobierno de Menem les da una pensión mínima y una obra social. Porque no tenían nada. Después -con otros gobiernos-la retribución se fue mejorando. Lo que no funciona bien es la obra social. Les descuentan mucho dinero y particularmente nunca pudo usarla. Tres veces sacó turno para un dentista, se lo cancelaron, no venía el médico y así hasta que fue a sacarse la muela al hospital. No reciben el servicio, aunque pagan. El problema de que la mutual no funcione, es por corrupción. Ellos ya están en una edad en que, si se enferman y no los atienden, “nos vamos para el otro lado’. Se han perdido muchos camaradas con la pandemia.
Actualmente se comunican por medio de grupos de WhatsApp y se enteran de lo que les sucede a los compañeros. Saben que ahora hay un veterano de Sauce Arriba, que no está bien. Está pasando por un mal momento por complicaciones de salud. Tienen un Centro de Veteranos de Traslasierra, pero no tienen un sitio donde juntarse. Muchos les prometieron darles un espacio físico, pero aún no lo tienen. En cuanto a la atención psicológica, hay profesionales adecuados en la misma zona. A él lo ayudó mucho la señora Susana Carreras, a quien le agradece estar entero gracias a su escucha.
Al regreso de Malvinas se fue a Bs As a trabajar y allí se casó. Pero como se extraña mucho esta tierra, volvió. Tiene cuatro hijxs y nietxs. Todos viven cerca de su casa. Sus padres ya fallecieron y él construyó donde vivieron ellos, con la bendición de ellxs. Mientras hacía el servicio militar vino una sola vez de visita y desde que comenzó la guerra, solo cuando le dieron de baja. Estuvo dieciséis meses al servicio del Estado.
Nunca fue herido en Malvinas. Las secuelas de la guerra que tuvo, fue al poco tiempo de regresar. Se desvelaba a la madrugada, pasaba dos o tres horas sin poder conciliar de nuevo el sueño. Conversando con otros veteranos, a la mayoría le pasaba lo mismo. Su compañera se daba cuenta y ella estaba atenta cuando le sucedía eso. Sabe que lo suyo fue leve comparado con lo que les pasó a otros soldados. Cuenta que un compañero de un pueblo vecino es internado bastante seguido porque está soltero. Cree que la familia contiene y es de gran ayuda para superar lo vivenciado.
Fotógrafo: Daniel Murúa
Grabación: Mary Luque

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