Ricardo Anibal Nicoletti, nació el 20/06/1963 en Villa Dolores. Vive en la Población
Cuando contactamos a Ricardo nos dijo que consentía en dejarse fotografiar como veterano de Malvinas, pero que no podía hablar del tema. Por ese motivo lo citamos una siesta de julio y él nos propuso encontrarnos en la Plaza de La Población, lugar donde vive. Llegó acompañado por su esposa y dispuesto a cumplir con la tarea de fotografía. Sabiendo de antemano que él no hablaría le pedimos a su compañera que diera los datos que necesitábamos para dar una breve reseña sobre él.
La primera pregunta a su compañera fue sobre cuando estaban juntos. Después que volvió de Malvinas, al tiempo comenzaron a vivir juntos. Unos seis años después, en 1989. Siempre fue muy cerrado para contar del tema, le ha costado mucho-en los primeros años-no podía recordar porque le resultaba muy traumático. Hace muy poco tiempo a veces cuenta y más cuando se acerca la fecha del conflicto. Está muy atento a lo que se dice ahora sobre Malvinas, ve los documentales. Y es en esos momentos cuando empieza a contar, con muy pocos detalles, lo que vivenció en la guerra. Siempre recalca que la pasó muy mal, que vivió un suceso terrible y que aun lo apena todo lo vivenciado. Lo pone triste e incómodo. Ahí le preguntamos a ella si sabe si él estuvo en la toma de Malvinas y Ricardo dice; “Estuve en la Gran Malvina, ahí nos apostamos en huecos, llamados pozos de zorro, ahí vivieron hasta rendirse’. Estuvo con otros dos soldados, que eran de Misiones y Córdoba. Con ellos no se ha vuelto a comunicar. Estaba desde hacía tres meses haciendo el servicio militar en Comodoro Rivadavia de Chubut. Era clase 63. Desde aquí fue con otro soldado de apellido Brito, que es de San Pedro. También fue Mario Delgado de Villa Dolores. “Estaban yendo al campo de instrucción, para aprender a manejar y desarmar las armas” y los llevaron en avión desde Comodoro en el Hércules. Primero fueron a la Isla Soledad, estuvieron una semana y de ahí pasaron a Gran Malvina, en helicóptero.
Ellos vivían en los pozos, muy cerca del mar. Los submarinos los bombardean de noche. De día andaban los aviones que también los bombardean. Ellos tenían orden de no tirar para evitar que supieran sus posiciones. Tenían una cocina en determinado lugar donde debían ir a buscar cada día-cerca del mediodía-lo que les daban. Eso ocurría cada 24 horas. Era un hueso de oveja y sopa. Un caldo. También extrañaba el pan, que no comieron nunca durante esos dos meses. “Soñaba de noche que comía pan, se saboreaba”. Cuando se daba cuenta de que estaba soñando, se amargaba. Nunca tomaron desayuno ni otra comida que ese caldo. “El abrigo era un desastre: el uniforme, la campera inflable, una colchita y en los pies unas botas de goma». Por ese motivo aún tiene insensibilidad en algunos dedos de los pies, que por suerte no tiene mayores inconvenientes al caminar.
Cerca de donde estaban habían minado todo el sector, por eso ni ellos podían andar ni nadie los podía atacar por ese lado. Todas las noches un submarino atacaba. Aparecía una luz y caían las bombas cerca. Luego se calmaba todo. Durante el día pasaban aviones ingleses bombardeando. Ellos estaban dentro del pozo “al vicio’.
Cuando les avisan que se han rendido, se pusieron contentisimos. Fueron a un galpón, entregaron la pistola que habían recibido, las municiones y estaban rodeados de ingleses. En ese lugar había como cien soldados, divididos en grupos de doce. Cuando entregaron las armas los llevan en helicóptero luego de bajar nuestra bandera. Ellos solo querían irse, salir de ese infierno, porque nunca supieron qué pasó en otros lugares. También tuvo el temor de que los ingleses los mataran, pero en su caso ya estaba entregado. Porque había comprobado que no podían tirar, que en los pozos estaban nomas sin poder atacar, estaban resignados a morir. Nunca les dijeron dónde los llevaban, no pudieron avisar a sus familias.
Los llevaron a un barco inglés, después a otro. Nadie les informaba nada. La comida ahí era un sándwich de miga y una latita de leche. Los ingleses les tiraban cigarrillos sueltos.
Vio que castigaban a soldados que hallaban ovejas muertas y las comían crudas, descompuestas. Por ese motivo castigaron a ese soldado y el oficial les pidió que le pegaran. “¡Estaban sonados de hambre y pretendían que le pegaran al mismo compañero!”. Al soldado lo hicieron parar al centro y el resto debía correr alrededor y pegarle piñas, patadas.
Ellos bajan en Chubut y los llevan al Regimiento 8, donde había hecho la instrucción, en camiones. Al regresar de las Islas ya debían recibir la baja, no seguir cumpliendo el servicio militar. Pero estaban en tal mal estado que los tuvieron en recuperación quince días. Dormían, comían y no hacían nada relacionado al servicio militar. Un día, en la plaza de armas, el jefe los hizo formar a todos para dar la primera baja. Le pasó vista a cada uno y dijo: “No se pueden ir así, para que no los vea en esas condiciones la familia”. Por ese motivo estuvieron quince días más. Otros tuvieron dolor de estómago, al comer, porque se desesperaban. Él estuvo tranquilo en ese tema. A los quince días los formaron de nuevo para darles de baja. Y ahí le tocó en la primera baja, la mitad quedó para la segunda baja. Recuerda que mientras estaban en el regimiento, les daban papel para escribir a su familia, él alcanzaba a poner “queridos padres » y se le llenaban los ojos de lágrimas y no podía escribir.
Vinieron en tres colectivos hasta Córdoba. La gente los esperaba y en la Terminal de Ómnibus no les dejaban estacionar a los colectivos por cómo se acercaba la familia, la gente. Todo el tiempo se oía, con desesperación: “Mi hijo, mi hijo, dónde está mi hijo?”. Esa demora hizo que perdieran el colectivo que salió para Villa Dolores a las 12 de la noche. Cuando fueron a la ventanilla les dijeron que acababa de salir. Recién a las 7 de la mañana salía otro. Él tenía una camisa simple, pantalón y zapatos que se robó en el Regimiento, porque toda la suya de civil no la halló. Se sentía muy desabrigado, por lo que debió comprarse una campera en los locales de la terminal. Se quedaron toda la noche ahí, sin haber podido avisar a su familia que estaban retornando. Tomaron el colectivo a las 7, pero se rompió llegando a Cruz del Eje, estuvieron esperando otro, por lo que arribaron a Villa Dolores a las 4 de la tarde. Sus padres vivían en el Sargento Cabral, cerca del barrio Ardiles, y se fue caminando desde la terminal hasta su casa. Tenía ansias por llegar, quiso tomar un colectivo que iba a San Pedro, pero no lo esperó y se fue caminando. Cuando iba caminando por el barrio, los vecinos empezaron a saludarlo: “Eh, ¡Colo!”, salían a la calle a saludarlo, a conversar y no podía llegar. Un niño vecino, de unos diez años, que andaba en bici, se fue rápido a avisar a sus padres. Salieron a encontrarlo su familia y amigos.
Les dieron un certificado a los soldados que habían combatido en Malvinas, que les permitía ingresar a trabajar a la policía. Lo presentó en la policía, al poco tiempo lo llamaron, le hicieron hacer un curso de capacitación y de ese modo tuvo trabajo. Estaba trabajando en una fábrica de gaseosas, pero cuando lo citaron, se presentó y se quedó a trabajar en la policía durante veintiséis años. Está retirado de la policía desde hace diez años. Recibe la pensión nacional como veterano y un subsidio que da la provincia de Córdoba.
Cuenta que nunca hizo una consulta a un psicólogo, que ahora iría. El estado no estuvo, de alguna manera cubrió ese desamparo dándoles una pensión. Reconoce que debe agradecer que está “entero’. Siente que no había reconocimiento y aún vivencian con mucha sensibilidad las fechas cercanas a lo que fue el conflicto. En un principio hubo un acercamiento entre veteranos. Uno de Villa Dolores-Ivar Romero-les avisaba y se juntaban. Conversaban, se juntaban. Con el tiempo solo se juntaban los de Villa Dolores y el resto fue quedando rezagado. El vive en La Población, es el único veterano. El intendente de San Javier le había prometido que haría algo para los veteranos en la Llamada “La Herradura”, pero falleció.
Le preguntamos si su familia le ha preguntado sobre sus vivencias en Malvinas y su compañera cuenta “que respetan sus tiempos”. Trata de contarles, “quiero olvidar todo eso, pero no puedo’. Cada vez que cuenta le sucede que a la noche “sueña estar allá”. Sus hijas le preguntan, quieren saber. Silvia destaca que, en los actos del 2 de abril, se oye que pocas personas cantan la Marcha de Malvinas. No la saben, no se enseña y debería saberse.
Le preguntamos a Ricardo sobre su parecer respecto a haber participado de esa guerra, y considera que ese tiempo fue perdido, mal usado, porque no sabían nada, ni siquiera pudieron tirar. Los llevaron sin información, sin preparación. Cuando llegaron a la Isla Soledad se dieron cuenta que-por el movimiento que había- estaban en guerra. Allí los tuvieron una semana y los dejaron en Gran Malvina y allí estuvieron en los pozos, entregados, lejos de la familia, preparados para morir, no quedaba otra, solo esperar que no les cayeran las bombas que los ingleses tiraban «». Aguantaron, pero estaban entregados. Con una vida de dos meses viviendo en el pozo de zorro.
Agradecemos a Silvia por su acompañamiento, porque gracias a ella, Ricardo pudo contarnos su historia. Nos damos cuenta la importancia de la familia en la contención emocional de cada veterano.
Fotógrafo: Daniel Murúa
Grabación: Mary Luque
