Oscar Humberto Rivero

Oscar Humberto Rivero. Vive en Villa Sarmiento

Hizo el servicio militar en Comodoro Rivadavia. Chubut. Es clase 63.

Tenía tres meses de entrenamiento cuando lo llevaron a la guerra. Hacía unas semanas que se venía intensificando la preparación. El 2 de abril amanecieron con la noticia que se habían recuperado las islas. Los reunieron en la Plaza de armas y les dijeron que había que estar preparados porque estaba la posibilidad de ir a defenderlas. Dos o tres veces al día tocaban la sirena para ver cómo andaban en rapidez para preparar el bolso y todo lo necesario para pasar por la plaza de armas, buscar el fusil. Cada vez tardaban menos.

El 6 de abril-a la mañana- tocaron la sirena- y les dijeron que se iban a las islas. Le dieron un muy buen fusil que era de un sargento ayudante, está bien calibrado, “andaba una barbaridad ese fusil”. Los llevaron en camión al aeropuerto Gral. Mosconi, que estaba cerca del Regimiento 8.

Al llegar a Malvinas, el avión no podía aterrizar por el viento. Dio dos o tres vueltas hasta que entró en la pista. No les dijeron que debía bajar agachados por el viento, aunque vieron a otros soldados que andaban así. Cuando bajó, el viento lo llevó como a dos metros. Ahí empezaron los malos tratos: “agáchese suflé, agáchese suflé!”.

En Puerto Argentino estuvieron unos veinte días. Una tarde-a eso de las 6 de la tarde, cuando se hacía de noche-llega un barquito llamado “Islas de los Estados”. Ese barco no tenía forma de defenderse y de él bajaron a Puerto Argentino: el Regimiento de Patricios y subieron ellos y fueron llevados -en ese mismo barco, al destino asignado: entraron por el Canal San Carlos y fueron a Bahía Zorro, cuando ya era de noche.

Llegaron soldados de la Clase 62, más experimentados que ellos.

Recuerda que con el soldado Manuel Vallejos se vieron al principio. También con Vílchez, que eran de Villa Dolores. Después, cuando finalizó la guerra vio a vallejos que lo sacaron del pozo de zorro en camilla, porque tenía las piernas congeladas. ”Si hubiera durado unos días más la guerra, no hubiera sobrevivido”. A Vallejos lo llevaron a Bs As, porque no podía caminar. Allí lo rehabilitaron y volvió caminando. Vallejos era muy tímido. Tiene una foto de soldados, junto a Manuel, que a partir de esta entrevista la compartió con la familia de Vallejos.

En el Regimiento, cuando estaban por designar las tareas que realizaría cada uno en la instrucción, alguien preguntó: “Quién es de Villa Dolores?”. Rivero contestó que era de Villa Sarmiento, que queda muy cerca. “Qué tarea elegiste hacer?”, “elegí cocinero y cuando te llamen a probarte mírame y hace todo lo que yo haga”. Porque el cocinero no hace guardia y come de todo. Eso hizo Rivero y fue seleccionado para estar en la cocina. Por ese motivo también desempeñó esa tarea en las islas. Destinaron a un cocinero para cada compañía. Él estaba en la Compañía B, que estaba bien pegada al mar. El lugar asignado para la cocina estaba construido sobre pilotes.

Recuerda a Ludueña-un soldado de Córdoba- que estaba por carnear con el cuchillo de la bayoneta- una oveja que hacía unos veinte días que estaba muerta. Le preguntó qué estaba haciendo y el otro contestó: “la voy a comer porque estoy cagado de hambre”. Como los ingleses no vacunaban a las ovejas porque las tenían solo para sacarle la lana, era peligroso. Le pidió de todas maneras que no lo hiciera. Rivero considera que él se equivocó, porque creyó que Ludueña se fue del lugar “y quizá se escondió, y volvió a buscar la oveja «. Al otro día, lo mandan a buscar mercadería y vio al cura junto a un soldado que estaba cubierto. Preguntó quién era y le contestaron: “Ludueña”. Murió intoxicado. Cuando vio que empezaron a cavar la tumba de Ludueña, que lo envolvieron en una colcha, él estaba de guardia y pidió permiso para asistir al entierro, que se hizo cerca de donde estaban. No consiguió el permiso, por lo que desobedeció la orden por diez minutos en que se acercó a la tumba. Lo taparon con piedras. No sabe si lo trajeron al continente, cree que no y sabría decir dónde está ese cuerpo: entre el mar y el galpón donde estaban ellos. Hace un tiempo encontró datos del soldado, su foto y tuvo la intención de comunicarse con su familia. Pero no lo ha hecho. Otra muerte de unos soldados que vio fue-a un mes de iniciada la guerra, más o menos-cuando pisaron con un tractor, una mina antitanque. El cabo Wodrich falleció y otros que no recuerda el apellido. A los muertos los enterraron en una lomita que estaba a unos cien metros del rancho donde ellos estaban. Primero los llevaron a enfermería, pero no tenían cómo atender a los heridos, por lo que murieron. Esta historia es repetida por varios soldados que oyeron que a ese cabo lo intervinieron quirúrgicamente, sin anestesia.  Los que sobrevivieron no pueden olvidar esa tragedia oída.

Esa compañía estuvo en el lugar asignado unos tres días después que Argentina se había rendido, porque no sabían esa noticia. Durante la noche dos fragatas y un buque los volvían locos bombardeando, desde treinta kilómetros de distancia. A la vez se enteraron que no querían romper esa zona de las islas, porque había una estancia que era propiedad de Margaret Thatcher. Al administrador de esa estancia lo veían que andaba en algo raro. Tiraba bengalas de noche para descubrir la posición de ellos. Había una casona de madera, como de tres pisos, que estaba a la orilla del mar. Ese administrador fue hallado tirando bengalas por los soldados y fue traído ante la compañía de Rivero.

En el pozo que tenían para dormir estaban con él: Castillo, Videla y Llanes. Dardo Javier Llanes se suicidó. Vivía en San Francisco. Se fue al monumento de la bandera, en Rosario, y como sufría depresión, se quitó la vida. Otros compañeros de aquella contienda son Roberto Miguel Bracamonte, que es como un hermano para Rivero. Y Rubén Aciar

Una mañana en que estaban en la cocina de campaña-antes de los ataques ingleses-los soldados estaban haciendo fila para comer, cuando aparecieron dos aviones del Cerro Mil Ocho, les levantaron la mano saludando “porque eran aviones nuestros haciendo práctica de combate”. Ese día no eran nuestros, eran ingleses. Uno de los aviones venía con ametralladora y el otro largó un misil. Uno de los tiros del primer avión mató a un soldado que estaba muy cerca de Rivero. Ese fue el primer muerto que él vio de cerca. Todo fue a raíz de que un buque frigorífico inglés que traía carne a los isleños, encalló y para que los argentinos no tomaran la carne, lo querían hundir. Esas muertes provocaron en Rivero pesadillas y aversión a la sangre. Le costó mucho recuperarse de esas imágenes. Ha hecho terapia, pero cree que nadie podrá entender lo que sintieron y pasaron.

Los de la cocina tenían que abastecer a la primera y segunda línea, y después-si sobraba-comían. Rivero cuenta que perdió veinte kilos. Los demás creían que ellos comían bien, no era así. Mataban treinta ovejas por día, cuando le hacían fuego de mas, la carne se deshacía y por esa la porción era un caldo con huesos desechos.

Rivero tenía cuatro pozos donde estar. Eran pozos individuales, pero ante un ataque cada uno se metía en el primero que tenía cerca. Cada pozo tenia agua, que era sacada con el casco o con latas que tenían. Agua helada.

Estuvo todo el tiempo con la misma ropa, que estaba sucia y rota. Setenta días estuvo en Malvinas y llegó el 21 de junio al Muelle de Aluar. Venían prisioneros en un barco llamado Nordland. El barco tenía doscientos cinco metros de largo.

El día de la rendición, no lo supieron, pero se dieron cuenta que no los atacaron los ingleses. Un par de helicópteros se acercaron y ellos le dispararon con “fuego libre”. Luego de ese episodio, el radioperador recibió la noticia de la rendición. El radar que tenían no andaba bien y por eso no supieron. Les dijeron por radio “¿si buscaban pasar por héroes de Malvinas?, que dejaran de disparar porque Menéndez ya se había rendido!”. “Si no se rendían en breve, iban a borrar esa parte de la isla”. El rogaba todas las noches pidiendo a Dios “que se acabe todo, que se acabe de una vez y que quien sobreviva pueda volver al continente”

En las islas llovía todas las noches, por ese motivo cuidaba al fusil “como oro’. Lo envolvía con la manta-poncho para que no se mojara, porque era lo único que lo iba a salvar. Los otros compañeros le prestaban abrigo. Una vez vio que otros soldados traían prisioneros a tres soldados ingleses. Vio que los llevaron a enfermería, pero luego nunca supo qué hicieron con ellos. Tal vez los llevaron a Puerto Argentino.

Donde estaba él estaba la enfermería, el rancho y la plana mayor que los dirigía. El pozo de los jefes era un lujo: tenían bolsas de azúcar, de harina, latas de carne. Estaba forrado con cuero de ovejas. Él y sus compañeros rompían las bolsas de azúcar y comían despavoridos. Comían harina cruda y se la metían en los bolsillos para luego hacer tortas fritas. Rivero alcanzó a tomar cuatro latas de carne (corned beef). La última la comió en el barco de prisioneros. Él había escondido el cuchillo en los borceguíes y cuando quiso abrir una lata, un guardia inglés lo vio y le puso la ametralladora en la sien. Le hizo señas que debía entregar la lata y el cuchillo.

Unos veinte días antes que acabe la guerra un soldado sufrió quemaduras porque se le prendió fuego la posición por un mechero. Tenía una bazooka en el pozo, se quemó y salió corriendo. Estaba el buque hospital Bahía Paraíso que lo llevó para curarlo y lo sacaron de las islas. Eso le salvó la vida.

Otra anécdota que nos comparte es que otro soldado se cortó la mano y como era quien escribía lo que se carneaba para hacer de comer, le pidieron que lo reemplace, porque el otro no podía escribir. Se escribía cada oveja que se le tomaba a los isleños porque la idea era pagar o devolver el daño producido. No sabe por qué no lo mandaron a él y fue otro soldado, que pisó una mina y falleció destrozado. Ese soldado quedó sepultado en ese lugar también.

Estuvieron dos o tres días prisioneros en las islas y luego los subieron en un helicóptero, donde llevaban treinta por vuelta, hasta una fragata que luego los llevó al barco que los trajo al continente. Los tuvieron como cinco horas sentados en una bodega hasta que los llevaron a los camarotes y sintieron que empezó la navegación

Cuando regresan al país Oscar Rivero se quedó cuarenta días más. Se quedó porque tenía las piernas muy hinchadas. Se le agrietaron las plantas de los pies, por ese motivo su mamá lo llevó a una curandera, que logró curarlo. En el regimiento le pusieron inyecciones, masajes, hacía bicicleta en el gimnasio. Recuerda que le ponían un casco en la cabeza, para monitorearlos si estaban bien de la cabeza. Allí le dieron buena alimentación y vitaminas y los recuperaron de la delgadez que trajeron de Malvinas. Volvió bien de las piernas y los pies, a veces se le hinchaban, pero volvió recuperado. Considera que todos los problemas de piernas que tuvo fueron porque se le rompieron los borceguíes y le dieron botas de goma. Cuando terminaba la guardia afuera del galpón, apenas ingresaba al interior acercaba sus pies a una cocina que alimentaban con turba, cuyo fuego duraba toda la noche. Lo primero que hacían era tratar de calentarse los pies, por lo que acercaban los borceguíes al fuego y de a poco la goma se iba quemando hasta romperse. Ahí le dieron las botas de goma con las que el frío no se acababa nunca.

Recibió operaciones después que tuvo un problema en un trabajo que desarrollaba en un corralón en Cura Brochero. Ahí estuvo unos ocho años.  Allí hacía trabajo pesado porque levantaba viguetas, bolsas de cemento y empezó a tener un dolor en el costado. Creyó que era el ciático y no le dio mayor importancia. Era la cadera, pero el padecimiento aparecía en otro lado, que le daba mucho dolor mientras estaba quieto, y se le pasaba cuando estaba en actividad. Un día que andaba en una moto, cuando la quiso patear para arrancar se le resbaló el pie en una de las patadas y se le salió la cadera. No sintió nada, pero no se podía quedar parado. Se fue a su casa y cuando se enfrió empezó un dolor insoportable. Tomó antiinflamatorios, así estuvo cuatro días. Fueron al medico y le diagnosticó que ya se le había acortado una pierna. Lo operaron y debió hacer reposo y andar con muletas dos meses. Para dar tiempo de que se acomode la prótesis. Antes de que se cumplieran los dos meses un día salió y se olvidó de llevar las muletas. Cuando quiso regresar se le volvió a romper la cadera y ya no pudieron hacer nada. Desde entonces no puede andar sin muletas y se ha acostumbrado al dolor constante tomando calmantes. Un traumatólogo que lo trató e hizo analizar un trozo de hueso, le dijo que su problema se originó por el frio que pasó. Ha tenido catorce operaciones.

Una vez se encontraron con Vallejos y Oscar le decía: “Mira las vueltas de la vida, a vos te sacaron a la rastra del pozo porque no caminabas, yo bailaba entonces y mira como estoy ahora”.

Cuando regresó, el regimiento le dio un dinero con el que se pagó el pasaje en El Petizo. Se quedó en Córdoba un día en la casa de un amigo. Su familia ya sabía que estaba bien. Luego se quedó en la casa materna, en Villa Sarmiento.

 Nadie les quería dar trabajo. Los trataban de locos de la guerra. Un día fue a un baile en el Club Comercio y se quedó en la barra a tomar algo y una persona lo empezó a ofender: le decía “cobardes, porque por eso perdieron la guerra”. Se quiso alejar, pero esa persona lo seguía agraviando, se enojó y le revoleó una silla. La policía lo quiso llevar preso, pero cuando escucharon la causa de la pelea le dijeron que no lo podían meter preso por ser veterano.

Le ofrecieron trabajar en la policía, lo agradeció, pero no aceptó porque “estuvo setenta días con los arneses puestos, no quería esa vida”. Después encontró trabajo en Mina Clavero, en una verdulería. Tenía veinticuatro años entonces y se casó.

Otra anécdota que nos relata es sobre su compañero de compañía-el Negro Fallón-que en un momento en las islas robó mercadería y el castigo consistió en estar 72 horas descalzo, frente a la bandera. Cuando a Rivero le tocaba la guardia, le llevaba una manta-poncho y se paraba en su lugar, mientras el Negro se escondía y se abrigaba y dormía un rato para poder seguir con el castigo. Cuando pasaban, nadie distinguía quien estaba parado, por el abrigo que llevaban. También vio muchachos estaqueados. Con los cordones del borceguí atados e inmovilizados.

El clima de las islas es muy hostil, sin árboles, con una llovizna continua. Ahora no soporta el frio, quizá por la edad pudieron bancarse lo que vivenciaron.

Cuando llegaron al continente llegaron al muelle Almirante Storni-de puerto Madryn-el 21 de junio. De allí los llevaron a la Base de la Armada, donde les dieron de comer. El día anterior había llegado el Camberra con otros prisioneros y hasta hoy se recuerda esa jornada como “el día en que Puerto Madryn se quedó sin pan”. A la noche ya los llevaron al Regimiento 8, de Comodoro Rivadavia. En el barco venían 1200 soldados desde Malvinas. Fueron llevados todos en colectivos de La Puntual, más los camiones del ejército.  Parecían una procesión, uno detrás de otro.

El juró la bandera en Malvinas y tiene el diploma de ese acontecimiento. Lo hizo el 26 de abril de 1982. Tiene también una medalla que le dio el Senado de la nación.

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