Mónica Graciela Della Blanca

Nació el 4/9/1962. Es oriunda de Mendoza, vive en Yacanto de Traslasierra

Veintitrés mujeres militares de la escuela de Sanidad Naval y cuatro instrumentadoras civiles voluntarias del Hospital Naval Puerto Belgrano fueron las que armaron el Buque Hospital ARA Bahía Paraíso. El buque hospital fue organizado área por área. Una vez que estuvo terminado, las embarcaron, pero llegó una orden-cuando el buque tenía que zarpar-de que todas las mujeres debían desembarcar, porque muchas eran menores de edad. Silvia Aldrighetti las reunió en el buque y les comunicó que debían desembarcar, lo que produjo llanto en todas ellas, por impotencia.

Las enviaron al Hospital Naval Puerto Belgrano, donde estaba la Escuela de Enfermería. Estuvieron afectadas todo el tiempo que duró la guerra, primero recibiendo a los sobrevivientes del Crucero General Belgrano y luego a los sobrevivientes de las Islas Malvinas. Cada una dispuesta en diferentes salas. Allí vio la desnutrición-la que solo conocía por fotos de África-y allí asistían combatientes que venían de Malvinas, desnutridos. Algunos murieron por esa causa. Otros con pie de trinchera, brazo de trinchera, mutilados. Asistía y cumplía tareas de enfermería. Las jornadas laborales eran arduas y de mucha intensidad. Las vivencias del trabajo sanitario durante la guerra fueron muy intensas a nivel dolor pero muy gratificantes en el sentido de compañerismo que desarrollaron. Atendían jóvenes de la misma edad que ellos, que llegaban felices por estar en el continente, pero luego sufrían alguna mutilación por las heridas que traían. Parte de su tarea era abrazar y contener a esos veteranos y a sus familias. En el lugar de descanso tenían una radio pequeña y escuchaban las noticias sobre el conflicto, los comunicados. Entendían que ellas vivenciaban una verdadera guerra, por el tipo de heridas que debían atender, mientras que afuera parecía “un mundial, donde íbamos ganando”. Eran dos realidades muy diferentes, había mucha ignorancia de lo que realmente pasaba.

Hay varias historias de las mujeres que participaron en la Guerra de Malvinas: las del Ejército, las de Aeronáutica y las de la Armada Argentina. Dentro de este último grupo se halla Graciela. Hubo mujeres -del Ejército y de Aeronáutica- que fueron enfermeras, bioquímicas, médicas. Las mujeres de esas fuerzas estuvieron afectadas al sur, en Comodoro Rivadavia, en Puerto Madryn y Rio Gallegos, haciendo lo mismo: atender heridos de la guerra. Ella -y sus compañeras- pertenecen al segundo grupo de mujeres que ingresaron a la armada y les fue durísimo ese ingreso por el machismo de la fuerza. Por eso no le extraña la falta de reconocimiento que existe hasta el presente. Tuvieron que tener un temple muy especial para avanzar de a poquito. En la base Naval Puerto Belgrano -de Punta Alta, en Buenos Aires- recibieron a los primeros sobrevivientes después del hundimiento del ARA Gral. Belgrano.

Cuando se produjo este acontecimiento, con las aguas bajo cero, solo se podía sobrevivir en esa temperatura, algunos minutos. Llegaron marinos-a quienes rescataron-que sobre poblaban las balsas, porque algunas de ellas se perdieron con el bombardeo. Esos sobrevivientes venían con quemaduras por el frio o con quemaduras por el impacto que recibió el barco. El hospital estaba dividido en pabellones: de quemados, de cirugía, de asistencia médica.

Tiene un recuerdo en particular: eran las 4,20 de la madrugada y llegan sobrevivientes de las islas. Los primeros que arribaron venían con ropa de combate deteriorada por su permanencia en las trincheras húmedas y muy frías, sumamente delgados y con múltiples heridas por esquirlas. Los entraban en los boxes, eran atendidos y derivados al lugar que correspondía. Recuerda a un soldado en especial un rostro y manos temblorosas, muy delgado. .Al otro día de llegar, fallece por desnutrición.

En la guardia del hospital hay una gran reja, de este lado estaban- ellas con la lista de desaparecidos- y del otro lado los padres, las novias, los hermanos, las madres. Se evidenciaba el dolor, los desmayos, los gritos, los insultos. Como se armaba mucho revuelo, las autoridades dispusieron que esas listas fueran exhibidas en pizarras y así los familiares se enteraron lo que había sucedido con sus hijos. La llegada de heridos era constante, casi siempre en la madrugada. Los lugares del hospital estaban llenos de camas, aun en los pasillos. Cree que en el archivo de ese hospital deben constar cuantos heridos llegaban y con qué heridas: ellas realizaban sueros, curaciones, vendas, limpieza, chata, papagayo, baño.Constantemente. A veces les llevaban-en sus ratos libres-cartas al correo, que los soldados escribían.

Dentro de las imágenes que no olvida es un muchacho con fuerte tonada cordobesa, que ingresó con gangrena hasta las rodillas y hubo que amputarle las dos piernas. Cuando llegó y estaba el proceso de la cirugía, tenía un rostro y cuando fue amputado, su cara era una sombra de lo que ingresó: no quería hablar, se tapaba la cara, no comía. Tenía la mirada perdida, en silencio. El pie de trinchera- gangrena-fue porque los soldados sufrían temperaturas que llegaban a los 25 grados bajo cero, con calzado y ropa inadecuada para ese clima. Los conscriptos fueron la mayoría dentro de la guerra. No sabe si en esos casos eran asistidos con terapia. Pero puede imaginar el regreso de esos muchachos a sus casas: ¿sin sus piernas, de qué iban a trabajar?

Ellas iban a los distintos servicios asistiendo y curando , cuando sonaba la sirena corrían a las zonas protegidas quedando todo los lugares a oscuras. Su vestimenta era una camisa azul, la pollera blanca, los zapatos de enfermería y todas se ponían en fila, paradas al costado, mientras ingresaban los sobrevivientes por unos pasillos hacia las salas.

Algunas compañeras siguieron la carrera militar. En su caso se recibió de enfermera profesional e hizo una especialización en docencia. En 1985 salió de baja, regresó a su provincia natal y ejerció la docencia creando equipos de agentes sanitarios en Mendoza, hasta 1994. Luego se mudó a Neuquén capital y estudió otras técnicas de sanación, como el reiki. Por eso cree que su misión es sanar: el cuerpo por medio de la enfermería y luego la del alma y la psiquis. En 2018 se mudó a Yacanto.

Las cifras del conflicto-no se saben- son los suicidios, los que quedaron en el hospital, los mutilados. Los verdaderos números de la guerra no son reales. Cree que está bueno contar lo que vivieron, porque a través de la memoria se logra formar conciencia en quienes escuchan.

 Ellas-como personal militar-no podían enviar cartas personales. Por eso durante seis meses su familia no supo de ella. La madre iba a preguntar cada dos o tres días a la Delegación Naval en Mendoza y le responden “No podemos informarle, quédese tranquila”, que sabían su dirección y tenían su teléfono, que le comunicaran si algo pasaba. Ellas quedaron afectadas en el hospital mientras duraron internados soldados que se iban recuperando y les daban el alta. Recibieron las últimas licencias para irse a casa. Y cuando llegó a su domicilio su frase era “no pregunten, no pregunten”. Y su familia respetó esa consigna. Recuerda haber tenido sueños de la guerra en su regreso al hogar: de camillas, de heridos, que hacían que se levantara y se fuera al baño a llorar. No quería que su familia viera que había quedado con secuelas. Su madre se daba cuenta, pero no le preguntaba.

Recién en 2014 recibieron un reconocimiento, a través de la mujer que-cuando estalló la guerra-estuvo al mando de todo el operativo de armar el buque hospital.

Graciela tenía entonces 19 años y era parte de la segunda camada de mujeres que incorporó la Armada, en 1981. Silvia Aldrighetti-antes de su retiro reúne a las 23 mujeres y organizó ese reconocimiento de parte de la Fuerza a la que pertenecieron. Cuando se juntaron-empezaron a recordar todo lo vivenciado-. Todas habían hecho un proceso similar: “archivar esta época de sus vidas, en el subconsciente”. Como dolía tanto “ni siquiera su familia sabía la verdadera historia”. “Fue muy sanador empezar a hablar”. Durante tres días estuvieron conversando, recordando.

Sabe que existe un libro-escrito por una cordobesa- que habla de estudiantes de enfermería-aspirantes- que vivenciaron historias de abuso dentro del hospital, de las que se enteraron cuando publicaron el libro. Se llama “Las mujeres invisibles”, escrito por Alicia Panero, escritora cordobesa. La historia contada por las estudiantes de enfermería auxiliar en aquel momento alumnas de primer año en la escuela de sanidad. Había instructoras a cargo entre las cuales estaba junto con otras compañeras y nunca supimos de todo esto. Luego en el año 2014 nuestra encargada -Silvia Aldrighetti- las cito para escuchar sus relatos y voces. Solo puedo decir que cada una de nosotras tuvo diferentes vivencias propias y muy difíciles de asumir….

Los veteranos varones han logrado muchos avances, porque al finalizar la guerra no hubo ningún reconocimiento social. Se juzgaba la derrota porque nadie entendía la rendición “si estábamos ganando”. Antes sólo entre pares podían entenderse, ahora la sociedad está interesada y escuchándonos.

Las mujeres: no han sido reconocidas aún por el Estado.

 Listado del personal femenino de la Escuela de Sanidad Naval que participó del

armado del buque hospital Ara Bahía Paraíso en el año 1982

Cardozo Nancy Gladys

Biselli María Soledad

Amez Droz Patricia Mónica

Bonaldo Mariel Alejandr

Correa Carmen Lina

Cruz Ana Alicia

Della Blanca Graciela

Espinosa Elena Gladys

Imperio Rossana Patricia

López Amalia Anastacia

Lucero Olga Beatriz

Matick Alicia Beatriz

Mendoza María Isabel

Olivarez María del Valle

Oviedo Andrea Laura

Ordoñez Sandra Viviana

Saudino Gabriela

Sánchez Silvia Susana

Suarez Cecilia Beatriz

Setau patricia

Rodas Sonia Beatriz

Escobar Julia Alicia

Tynkiw Margarita

Simoni Ana María

Ramirez Marisa Liliana

Solinas Graciela Marta

Aldrighetti Silvia María

 

Entrevista: Mary Luque

Fotografía: Daniel Murua  

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