CEBRERO Miguel Ángel. Soldado conscripto. Clase 63. El más chico de tres hermanos. Casado. Tiene dos hijos y casa en Villa Cura Brochero.
Miguel nos recibe en su casa de Villa Cura Brochero. Inicia el relato contando que este último 02 de abril (2022) hizo su primer viaje al sur, después de 40 años. Volvió al Regimiento de Infantería Mecanizado N° 8 en Comodoro Rivadavia, cuando dice haber conocido el frente del cuartel donde estuvo, la entrada principal ya que, el 1° de febrero del 1982 cuando los llevaron desde el aeropuerto ubicado al frente, los hicieron ingresar por la parte posterior, donde estaba el barrio militar. Lo único que recordaba de Comodoro Rivadavia era el aeropuerto, el cuartel y el mar.
Comenta que en aquel entonces, pasó casi dos meses adentro del Regimiento y dos meses y medio en Malvinas. Reflexiona haber estado más tiempo en Malvinas que en el cuartel.
Recuerda que le escribió una carta a su madre desde Malvinas, que jamás recibió. En ella le decía que si las Malvinas eran recuperadas por Argentina, él se quedaba a vivir allá. Cree que de haberla recibido, lo hubieran considerado “loco”. Una de las intenciones de este último viaje, fue saber qué más podía acordarse.
Relata que en aquel tiempo, había más de 2.000 soldados entre ellos, el regimiento 9 y el de ingenieros. Mucho movimiento durante todo el día. Su compañía tenía rota la caldera, situación que los obligaba a levantarse a las 5 AM para llegar a otra compañía a bañarse, el resto lo hacía a las 6 AM.
Cuando fue ahora, estaba la guardia nomás. Unas 20 personas. Llegó un día domingo. Fue con su señora, su hija y su yerno. Lo dejaron caminar solo. No le dijeron nada. Miguel quería saber si se acordaba más situaciones vividas. Entró a la compañía. Dijo: “me abrieron las puertas” y pudo constatar lo que recordaba.
En su viaje por el sur, llegó hasta Ushuaia. Detalla que es gente muy hospitalaria con los veteranos y dice que la ciudad muestra (gente, casas, autos, negocios…) vestigios de Malvinas. Se juntó con gente de gendarmería, prefectura… “Te cruzas con la gente y te saludas como si te conocieran”.
Miguel nos cuenta que se incorporó al servicio militar el 31 de enero de 1982, en la base Militar 141, Córdoba. Cumplió sus 19 años, el 16 de abril, en Malvinas.
Presumía, para aquel entonces, que algo podía suceder porque en los últimos 15 días de marzo, cuando armaron los grupos, les dieron instrucción día y noche. Desconocía que era para recuperar Malvinas.
Relata que hasta el primero de abril cenaron a las 20. hs y ese día viernes 1°, los hicieron cenar a las 18.00 hs. y a las 19 hs. ya estaban acostados en la compañía, con las luces apagadas. Recuerda que la energía estaba cortada en toda la Patagonia. Los levantaron a las 2 AM para formarse en la sala de armas, cantar el himno e izar la bandera. Posteriormente les informaron lo que había sucedido y les dieron la orden de preparar todas sus cosas.
Recuerda que en ese momento, el sargento le preguntó si quería ir a la sala de armas con él, invitación que aceptó. Eso implicó ir a cargar todo el armamento en los camiones que llevaron posteriormente al aeropuerto.
Al sur fueron en aviones, siendo su grupo – la sección apoyo de la Compañía A- los últimos en salir del Regimiento.
Repasa que para el día 1 de abril, les habían pagado dos sueldos, situación que sirvió para que todos compraran chocolate, caramelos, etc. Sin embargo, él alude que por su forma de crianza y por las experiencias de sus hermanos en la conscripción, compró tabaco (aunque no fumaba), cigarrillos, papel, latas de picadillo, galletas de agua y un mazo de naipes. Suponía que tendrían que esperar mucho tiempo hasta que llegaran los ingleses. Orgulloso dice “lo programé todo y eso que no terminé la secundaria”. En Malvinas tuvo insumos para sobrevivir algunos días. Después tuvieron que cuatrerear para sobrevivir.
Lo destinaron a Bahía Zorro. El cabo que estaba con ellos era entrerriano y tenía, apenas, un par de años más que él. Compartió trinchera con el cabo Rivas, Romero Alberto, Vysín (de Córdoba), Grion (de San Francisco), Ortega (de Cruz del Eje) y Mercado que falleció en un accidente en Córdoba. Eran, junto con él, 6 seis soldados. Con ellos, le tocó estar en un mortero. Les dieron botas de goma y un casquete para colocarse debajo del casco, que debían usar sin taparse las orejas para poder escuchar.
Sobre la posición del mortero nos explica que en un hueco -de 2 por 2- se colocaba el mortero. Ese pozo estaba conectado a otro por un pasillo, allí estaba el armamento (3 soldados). En el tercer pozo estaban otros 4 soldados. En un extremo había una tarima donde dormían que, frecuentemente, se llenaban de agua y debían sacarla. Reconoce que él era el que menos dormía, que siempre fue así. Admite que le quisieron dar pastillas para dormir pero nunca las tomó. Su bolsa de dormir estaba rota, condición que agradecía para poder salir más rápido en caso de necesidad.
Miguel era quien transportaba dos maletines con tres proyectiles de mortero. Cada uno pesaba 27 kilos. El 53. El FAL, el bolsón portaequipaje. Más de 80 kg encima del cuerpo. Manifiesta haber tenido muy buen estado físico porque jugaba al fútbol en primera categoría.
Sobre Alberto Romero, otro veterano del Valle, refiere que lo conoció 15 días antes de iniciarse el conflicto durante la instrucción que duró 15 días, y fue con quien convivió además, los 74 días en Malvinas.
Relata que en Bahía Zorro instalaron posiciones falsas que bombardeaban los barcos. Estima que realizó tres pozos con Romero, quien recuerda dichas ubicaciones. Miguel quisiera tener la oportunidad de volver con él a Malvinas para localizarlos, pero sabe que Romero no volvería porque aún se esconde, cuando escucha el ruido de un avión. Veía los fogonazos de los barcos y al respecto nos explica que si posteriormente sentían el silbido o zumbido era una advertencia que el misil o la bomba pasaría y si no lo escuchaban, era preferible meter la cabeza dentro del pozo.
Rememora que tuvieron 5 pérdidas a pesar que en su zona no hubo desembarco. Calcula que los barcos estaban a 30 km de su posición y que desde allí, los bombardeaban de noche, mientras que de día los aviones sobrevolaban sus posiciones. Todo para que no pudieran moverse, ni descansar.
“72 días en Malvinas y nunca vi el sol. Todos los días viento y lluvia”.
Relata que no tenían horario. Jugaban a las cartas. Estima que a las 6 o 7 de la mañana pasaba un carrito que les dejaba un jarro con leche.
Recuerda que el día 25 de abril los ingleses tomaron las Islas Georgias y entiende que ese acontecimiento marcó el inicio de la guerra aunque ellos todavía no podían enfrentarlos porque no “eran soldados, ya que no habían jurado la bandera”. Entonces el día 26 de abril lo hicieron. Describe que habían elegido un lugar descampado, como una cancha de golf, con el pasto bajo, todo parejo, delimitado por una fila de ligustrinas. Relata que cuando todos los soldados de clase 63 – unos 150 aproximadamente- pronunciaron “Sí juro”, dieron alerta roja y todos corrieron instintivamente unos 200 mts hasta alcanzar los ligustros que separaban, un campo de otro. A medida que iban llegando se iban tirando, para cubrirse. Estima que tardaron menos de 2,30 minutos en llegar al cerco y los aviones sobrevolaron sobre ellos, al tercer minuto. Recuerda que se tiraron con sus FALes y que vestían el poncho invernal, porque estaba lloviznando. A partir de ese momento, siente que creció le tensión.
Recuerda como anécdota, que una noche el cabo los cambió de posición. Él se había ido a tomar mate a otra posición y se había demorado. Describe que no se veía nada. Se orientaba por la cantidad de pasos que tenían que dar desde la boca del pozo al otro. Salió de esa posición hacia la suya y se cayó. Dice que el ruido del viento y la lluvia no permitieron que se escuchara su caída. De pronto vio un bulto y gritó “alto quien vive” y era el Cabo Rivas que le pregunta dónde estaba. Y él le respondió tocando sus botas con el FAL. El cabo le respondió…“muy bien soldado”. Dice que esa anécdota la supo el subteniente. Reafirma: “Yo no tenía miedo de salir”.
El día de la rendición lo mandaron al pueblo junto con el cabo, con el subteniente primero –jefe de la compañía- a esperar la orden de ir a Puerto Darwin. Después de haber estado en el pueblo todo el día, estaban por cruzar en balsa el estrecho San Carlos, cuando -ya de noche- el teniente lo envía a su posición. Caminó 5 km sólo bajo la lluvia. Siente que no tenía problema para estar solo. Ese día Romero había carneado una oveja y lo esperó con charqui, con unas costillas. Dice estar comiéndolas cuando les anuncian que argentina se había rendido. Desarmaron todo su armamento, algunas partes las tiraron y otras las enterraron. A los motores de los jeep nuevos, les echaron azúcar para inutilizarlos.
Se rindieron el 14 de junio y el 18 por la mañana, los llevaron desde Malvinas a un barco desembarco y por la noche los llevaron al Northland. Allí los revisaron en las bodegas y les asignaron camarote. Miguel recuerda que en esa oportunidad un soldado inglés jovencito (estima 16 años) se burlaba de sus compañeros que arrastraban sus bolsos porque no aguantaban cargar su peso. Cuando tocó su turno, dijo que se hizo “el pesado”, y cuando iba llegando, lo escupió. Recuerda que el jefe del soldado inglés al percibir la escena, le llamó la atención porque se burlaba de los soldados argentinos.
Miguel no se siente identificado cuando se menciona la expresión “El día que Puerto Madryn se quedó sin pan” porque alude haber vivido otra experiencia, aunque reconoce que eso hace alusión a lo sucedido el día 19 de junio con los soldados que llegaron en el Canberra. No comprende cómo no fueron recibidos de igual modo cuando la población sabía que, faltaba llegar al continente, más soldados. “Lo vivido por nosotros no tuvo nada que ver”. Cuando bajaron del barco, en Puerto Madryn el 21 de junio, los ingleses les dieron una etiqueta de cigarrillos argentinos y una caja de fósforos con el nombre del barco. Fósforos que él, al recibirlos, les tiró en la cara. Recuerda que los llevaron a un galpón y luego retornaron a Comodoro.
Rememora que en el cuartel, había un perro de 6 meses, lo llamaron “Mortero”. Lo llevaron en el avión Fokker los 36 soldados, después en helicóptero y estuvo con ellos en el pozo. Le daban de comer. Cuando subieron al barco desembarco en la bodega se puso furioso. Lo querían tirar el mar. Finalmente lo pusieron en una jaula y lo trajeron al continente, a la compañía nuevamente. Hasta una medalla le dieron. Nos muestra una foto de él. Tristemente cuenta que al tiempo, un cabo le dio un tiro.
Cuando le dieron la baja en el Regimiento, el 6 de Julio, salió junto a Romero por la parte de atrás del cuartel. Llegaron juntos a la terminal de Córdoba, después de 36 hs de viaje y se fueron a la casa de Miguel en la capital de Córdoba. Allí se re encontró con sus padres y luego con su hermano. Sus padres sabían que él estaba vivo porque el 4 de julio su hermano se comunicó al cuartel y habló con él. Romero se quedó con él hasta el 9 de julio. Le sacó su pasaje y se fue.
Después le costó 23 años reencontrarlo. Recordaba que su amigo le había dicho que vivía en el fin del mundo, en el límite de Córdoba con la Rioja, y que a su casa se accedía por una huella. Se re-encontraron en Oliva. Otra vez lo llevó a Jesús María a pedido de él, a ver al Chaqueño. Ese día dice que su compañero expresó: “Ahora puedo morir tranquilo. Conocí Jesús María, vi la domada y al Chaqueño Palavecino”.
Repasa su vida y nos cuenta que a los 16 años tenía una moto, trabajaba, estudiaba y jugaba al fútbol. Agrega que ni el padre sabía que él jugaba en primera. Los describe como gente de campo, sin estudios que no sólo lo criaron a él y a sus hermanos, sino también a sus sobrinos.
En el año 1983, Miguel volvió a jugar al fútbol. Recuerda que perdió la final un día sábado. El creía que no le hacía falta nada. El lunes no fue trabajar para preparar su moto que pretendía vender el día miércoles. El día martes se accidentó con un camión que cruzó su trompa sobre la mano dónde él circulaba. Se abrió su cabeza, se fracturó el brazo, y en una fractura expuesta, la tibia y el peroné. Fue auxiliado por los vecinos que lo cargaron a un rastrojero y llevaron al hospital privado pensando que se iba desangrar. Ese accidente lo tuvo en estado de coma. Permaneció internado hasta que le pidió a su hermano que lo sacara de allí. Estuvo 45 días con yeso y muletas y a los 9 meses estaba jugando al fútbol nuevamente, alejado de la primera división.
Trabajó de manera particular haciendo fletes. Expresa “¿Quién me iba a dar trabajo con todas las cosas que tenía?” “…13 quebraduras en el cuerpo y 214 puntos de sutura por accidentes y trabajo”, todas posteriores al conflicto.
A su regreso, recuerda haber conversado muy poco sobre el conflicto con sus padres, ya que a veces no se veían hasta por un mes por el trabajo de su padre (albañilería) y por sus propias actividades (entrenamiento, escuela, trabajo). Luego del accidente, cuando su padre ya estaba jubilado, lo acompañaba a realizar los fletes y eso favoreció el diálogo.
Su madre le contó a la señora de Miguel, una vez que falleció su padre que: “El Coco de noche no dormía”. Se la pasaba caminando y fumando. Miguel nunca imaginó esa situación porque siempre lo percibió “muy duro”.
Miguel estuvo en Malvinas desde 01 de abril al 16 de junio, hubo quienes fueron una semana, otros un día. Todos cobran la pensión, incluso Saúl Ubaldini, que fue un solo día.
Nos muestra sus medallas. Dice que se hace atender en el hospital militar y que no concurre a los actos porque espera que el gobierno lo invite, al tiempo que afirma que ninguno lo hace. Aduce que tienen los padrones y siente que los veteranos molestan a los gobiernos. Recuerda que en el año 1986 lo llamaron desde Córdoba y cuando concurrió vio un padrón con 10.008 soldados que fueron a Malvinas y luego de la presidencia de Menen figuraron 24.000. Estima que entre soldados, oficiales, suboficiales y civiles eran 16.000 por lo que deduce que incorporaron otros 8 mil.
Miguel siente que esa fecha, no fue el momento adecuado para recuperar las Malvinas. Cree que si hubiera sido en Octubre, con mejor tiempo climático, tal vez hubiera sido otro, el desenlace. Dice que esa era la fecha pensada para recuperarlas pero todo se adelantó porque Alfredo Astiz desembarcó en la Georgias en busca un barco que quedó anclado -el 24 de marzo- arriando la bandera inglesa e izando la argentina. Acciones que precipitaron los acontecimientos.
Cuando se declara el conflicto, se pensó en una recuperación pacífica, pero cuando Miguel llegó a Puerto Argentino advirtió que “no había ni un vidrio sano, después que murió el Capitán Pedro Giachino”.Se veía en las paredes y en los vidrios que se había desencadenado un tiroteo. Declama “No estábamos preparados”. “Teníamos 15 días de instrucción.”
Siente que lo peor del conflicto fue “haberlas perdido”. “Pasamos dos meses y medio sobreviviendo”. A comparación cuenta que los ingleses estaban de 10. Describe que cuando desembarcaron tenían unas mochilas pequeñas con su ración para esos días y hasta hoy, se pregunta… ¿Si se les terminaban las municiones… qué hubieran hecho? Supone que si hubiera durado dos semanas más… los ingleses no hubieran ganado. “Eso dicho por ellos” aclara. De todos modos piensa que algunos compañeros no hubieran aguantado mucho más.
Miguel vivió en Córdoba y en el año 2009 decidió venir al Valle de Traslasierra.
Con respecto a sus compañeros Miguel nos cuenta que en el año 2018 se juntaron en su casa, momento en que le regalaron una bandera, que despliega y nos muestra. Y aún no pierde las esperanzas de ir con Alberto Romero a Malvinas.
Entrevista realizada por: María Cecilia Pérez
Fotografía y videos: Marisa Contreras