MARIO ALBERTO DELGADO. Soldado Conscripto del Regimiento de Infantería N° 8. Clase 62.
Mario reconoce que es la primera vez que va a hablar de lo vivido en Malvinas a pesar de haber sido miembro activo del grupo de veteranos de Villa Dolores. Refiere que en un principio, con un grupo reducido, lucharon mucho para lograr la pensión, asistencia médica, vivienda y trabajo para los chicos que estaban más desamparados. Siente que “fueron los años más duros”. Ahora, piensa que ya está, que hasta acá llegó. Que lamenta muchísimo por la gente que sufrió, por la gente que murió y por la gente que está mal.
Opina que las vivencias de cada uno, dependieron del lugar donde nacieron y la experiencia previa que tuvieron. Él dice que de chico salió con su padre a cazar, sabía lo que era un arma, sabía usarla, dormir en el campo. Experiencias que le sirvieron para enfrentar el conflicto. Reconoce haber sufrido en su momento, pero dice haber visto quienes lo hicieron mucho más que él.
Mario era más grande que el resto de sus compañeros que eran clase 63. Había pedido un año de prórroga para finalizar el secundario. Era clase 62. Lo incorporaron el 31 de enero y los llevaron en un vuelo a Comodoro Rivadavia, al Regimiento de Infantería N° 8. Allí permanecieron hasta el 5 de abril que fueron a Malvinas. Les comunicaron que tenían que preparar unos bolsones y cuando estaban subiendo al avión les informaron que iban a las Islas. Si bien sabían que las habían tomado, expresa qué a los 19 años, cuando llegaron a las Islas, estaban “súper contentos”. Prefería esa experiencia nueva que estar encerrados en el regimiento. Aclara que cuando llegaron a las Islas les comunicaron que iba a ser temporal y que después iban a relevarlos. “Pero… no sabían la que se iba a armar después”.
El gran impacto que sintió cuando llegó a Comodoro Rivadavia a hacer el adiestramiento militar, fue advertir que su compañero no sabía ni leer, ni escribir. Cuando los fines de semana escribían cartas a sus familiares, él le escribía lo que su compañero le dictaba y se las enviaba a sus familiares, en su nombre. Eso le impacto mucho. “Gente totalmente vulnerable”.
Llegó a Puerto Argentino, cree haber estado una semana, cuando los destinaron a Bahía Zorro, donde juraron la bandera antes de entrar en combate. Ahí permanecieron hasta la rendición. Todo el Regimiento Mecanizado N° 8 -estima unos mil- compartieron ese destino mientras que al frente de la Bahía estaba apostado el Regimiento Logístico N° 9.
Estuvo destinado a una estancia kelpers, en la que los ingleses vivieron simultáneamente. Allí tuvieron comida hasta que se le terminaron sus ovejas. Si bien no tuvieron desembarco en esa zona, expresa que sufrieron un aislamiento muy grande, a su favor reconoce, que ellos tuvieron agua. Pasaron un “hambre terrible”. Comían avutardas (pato salvaje) que doraban por afuera con el fuego que hacían con la pólvora de las municiones. Prácticamente, las comían crudas.
Como infantes, estaban a 200 mts de la costa en posiciones que los cubría hasta la cintura. Altura que alcanzaban a cavar por las piedras y el agua que había debajo. Recuerda que en alguna oportunidad durmieron en un galpón para esquilar ovejas que tenían los ingleses, sobre unas bolsas de afrecho que tenían para los animales. Alimento que también sirvió para aquellos que se animaron a comerlo crudo, por desesperación, por hambre.
Mario cree que en Malvinas estuvieron en el lugar donde pasaron más hambre… Él no se explica cómo pasaron tanta hambre en una guerra, cuando en esa estancia había una proveduría. Juzga que esos alimentos debieron haber sido tomados y repartidos. Relata que cuando se acabó la comida, “los chicos, comenzaron a mandarse un montón de macanas” porque era lo propio de la edad, la falta de preparación, el estado físico y el hambre. Sacaron alimentos para comer y a esa gente, él la vio estaqueada en la nieve frente a la enfermería de su regimiento. Reitera “yo lo ví”.
“El ser humano se acostumbra a todo, pero no puede acostumbrarse al hambre”.
El reconoce tener “muchas cosas en contra de los militares” que las sufrió como soldado. Al respecto nos cuenta que en un inicio, los días que vivió en Puerto Argentino, le sirvieron para percibir la preparación y ordenamiento superior que tenían las otras Fuerzas, con respecto al Ejército. Notaba la camaradería de la Marina y ni hablar Fuerza Aérea, mientras que las diferencias en el ejército eran “súper marcadas”.
“Una cosa era el soldado, otra el suboficial y otra el oficial”.
Mario relata que no veía nunca al oficial. Incluso, refiere, estaban escondidos. Tenían posiciones mucho mejores. Dos o tres metros bajo tierra porque tenían medios para dinamitar. Mientras que ellos, hacían los huecos con palitas. Hacían escalones para poder estar sentados mientras pasaron noches enteras con los bombardeos, pasando frío. “El ejército era un desastre”.
En plena guerra, describe, que la cúpula de su fuerza estaba “peleada por un kilo de café”, “se llevaban a las patadas, no se hablaban”. Ratifica que guarda una muy mala imagen del desempeño del ejército. Siente que fue la fuerza menos profesional y estaba compuesta prácticamente por soldados conscriptos. Mientras que Fuera Aérea y Marina eran casi todos profesionales. Estima que un 80 % eran conscriptos cuando las otras fuerzas, un 20 %. “Eso se notó”.
Cuando llegó a Puerto Argentino, cuenta que en unos galpones que se usaban para guardar la turba, la Marina cortaban unas chapas con unos equipos y fabricaban como unas “cuchetas” para que su personal no durmiera al ras del suelo. Manifiesta que estaban mucho mejor preparados que el ejército, al tiempo que reconoce que también mantenían un trato muy diferente, al que recibieron ellos.
El ejército para él, fue la peor arma porque él lo vivió así, aunque reconoce que tuvo oficiales y suboficiales muy buenos. Pero era tanta abronca en su regimiento que muchísimos pensaban que si ahí se llegaba a producir un desembarco, capaz iban a matar antes a uno de los nuestros que a algún inglés, producto del mal trato vivido. “Ahí uno depende del otro”.
Al respecto relata que tenía un compañero “Quique Bruner”, con quien tenía muy buena relación. Provenía de una familia de buen poder adquisitivo de Córdoba, Capital. Lo describe como un chico que no conocía un pedazo de tierra, pero que estaba muy bien preparado, era traductor de inglés. A ese chico, Mario vio cómo lo torturaron… “Una vez, veníamos nosotros de descanso a esos galpones y Quique Bruner estaba en el aire colgado de las manos, agarrado con sogas, a los gritos”. Tortura que no lo dejaba respirar, explica. Expresa que eso, no lo olvida nunca más. Ese chico, agrega que, después quiso suicidarse. Se disparó en el pecho mientras limpiaba su arma, pero él sabía que no aguantaba más. Luego escuchó que se había muerto. Nunca más lo vio. “Los suboficiales del ejército le hacían la vida imposible. Lo presionaron Tanto!!!.”
Al respecto reflexiona en voz alta y manifiesta…
”Qué poca cabeza!!! Sacale la parte positiva…era traductor de inglés”. “Usalo para eso”. “No le hagas la vida imposible queriendo que sea un comando, porque no lo era”.
Esos fueron los grandes errores de la fuerza que él observó.
Después de la guerra, a los pocos años, fue a estudiar a Córdoba y se encontró con Bruner en un gimnasio dónde se hacía rehabilitación en una mano. Hoy, nos cuenta, que es un médico forense muy reconocido en el país. Mario lo buscó por las redes sociales y lo encontró. Vive en Entre Ríos y ha visto que da conferencias por toda Latinoamérica.
Mario dice tener muy mala memoria pero, sin embargo, afirma que hay cosas que no puede olvidárselas. No pudo olvidar el chorro desangre que salía de su cuerpo, ese día.
Sobre otro compañero de su misma posición, que era de Alta Gracia, nos cuenta que estaba muy mal anímicamente. El trataba de alentarlo porque estaba muy deprimido. “Estaba destruido”. Dice que su compañero tenía un FAP (Fusil Automático Pesado). Recuerda que una noche él fue a buscar agua y alimentos y cuando regresó su compañero no estaba. Se había disparado en el empeine del pie. El presume que lo hizo para que lo sacaran de allí y se lo llevaran. A ese compañero, tampoco vio más. Después de muchos años lo buscó porque se había enterado que estaba vivo. Lo encontró. Pero al tiempo, falleció de cáncer.
Mario nunca pensó quitarse la vida, pero cuando vivía esas noches interminables con los bombardeos de las fragatas, pedía que si tenía que sucederle algo, fuera repentina, sin sufrir, porque dice haber visto… “cada cosa”.
Su padre fue personal civil de fuerza Aérea, antes que esa Fuerza se formara. Fue pionero y se desempeñó 44 años como jefe del aeropuerto de Villa Dolores, situación que a él le permitió familiarizarse con los aviones.
“Como será el desconocimiento que tenía el ejército que una vez iba llegando un Hércules que iba a proveerlos de alimentos y le comenzaron a tirar con las municiones antiaéreas. No lo derribaron porque los intentos fueron fallidos. Pensaron que eran ingleses”. “Una locura”.
Por eso pasaron mucha hambre, argumenta. Estaban en la Isla Gran Malvinas solos.
En otras oportunidades cuenta que tenía jefes que les anunciaban “Alerta Roja” frente a ataques aéreos y él podía advertir que los que se aproximaban no eran ingleses sino que eran Pucarás a turbo hélice distinguibles a los Sea Harrier, por el ruido que emitían las hélices. Mario sabía diferenciar un avión a reacción (Los harrier) de las aeronaves argentinas los aviones A4E, Douglas, Pucarás. Él sabía distinguir un avión a reacción, un avión a turbina de lo que era un avión a turbohélice. Esas eran, a su criterio, las “fallas garrafales” que se cometieron. No admite que hayan bombardeado un avión propio.
Esa fue… “La única vez que nos iban a llevar comida…El avión hizo escape y nunca más apareció”. Después se pudrió todo y ahí comenzaron a tener un hambre terrible. Él dice haber perdido 20 kilos. Siente que todos estaban mal, con un terrible grado de desnutrición.
Relata que tenían dos radios pequeñas portátiles por donde escuchaban radio Cable de Montevideo y radio Bahía Blanca. Únicas emisoras que podían sintonizar de noche, el único contacto que tenían con el mundo. Una se la regaló a él, Quique.
El día de la rendición, durmieron en los galpones. En medio de la oscuridad comenzó a escuchar y a ver las luces de helicópteros, situación que le despertó el deseo de salir. Recibieron la orden de continuar durmiendo. Al amanecer cuando salió de ese lugar observó flamear en el mástil de enfrente, una enorme bandera inglesa. Entendió que se habían rendido y ese momento lo define como muy duro.
Los ingleses los retuvieron allí unos días más para sacar las granadas y cazabobos que habían puesto en la costa para protegerse de un posible desembarco. De su grupo, refiere que ninguno sufrió accidentes al realizar esta tarea, pero reconoce que muchos murieron así.
Desde allí los llevaron en helicóptero a una fragata inglesa con destino a Puerto Argentino y por la noche los pasaron a los lanchones de desembarco que ellos tenían para subirlos al Northland. El trato con los ingleses fue muy bueno. Hizo amistad con un muchacho que se reconocía como uno de los más jóvenes, con 8 años de escuela. En comparación reflexiona: “Nosotros entramos en enero y en abril ya estábamos en guerra, con un sistema de capacitación de la época de Roca. Con un adiestramiento muy primitivo”.
Llegaron a Madryn, descendieron y en colectivo retornaron al Regimiento de infantería N° 8. Nos cuenta que allí los mantuvieron varios días como a los pollitos, comiendo todo el día, para que la gente no advirtiera la desnutrición que tenían. Asume que tenían el estómago pequeño, pero desesperación por comer. Recuerda en una oportunidad, haber comido en el Casino del Regimiento una docena de empanadas y una de facturas como revancha al hambre padecido. Comida que compró con el dinero que un tío de él, de Comodoro Rivadavia, le había dado en una visita.
Rememora que desde el 31 de enero de 1982, nunca más había salido y cuando tuvo la oportunidad de hacerlo en junio por tener un familiar cerca, sobrellevaba una fuerte dolencia en sus pies que le imposibilitaba caminar. Su desesperación por salir, lo hizo fingir y pasó la guardia sin anunciarlo y sin renguear.
Cuando llegó al departamento de su tío, quiso ponerse ropa que su padre le había enviado y su tío percibió que sus pies estaban tan hinchados que le propuso llevarlo al Hospital Regional. Quedó 15 días internado por pie de trinchera y se salvó, como le dijera el médico, de la amputación de sus dos piernas. Cuando los militares se enteraron que el estaba internado, lo iban a buscar todos los días porque él no había informado esa novedad, condición que lo inhabilitaba a salir.
Cuando estuvo internado, se enteró que en el Regimiento a sus compañeros los estaban “bailando”. Razón por la cual no quería volver. Llamó a su padre informándole lo que estaba pasando en el Regimiento y que los militares lo iban a buscar diariamente al hospital. Sentía que se la tenían jurada. El padre viajó para hablar con el jefe del Regimiento y consiguió que cuando su hijo volviera, permaneciera en reposo hasta el día de la baja.
Los médicos cuando le dieron el alta, justificaron que no podía hacer actividad física. Cuando volvió al regimiento pudo constatar cómo bailaban a sus compañeros. “Fue de terror”. Cree que eso lo hicieron por resentimiento. Haber perdido la guerra no fue por culpa de ellos, nos aclara. La guerra fue una salida política, le convino a Margaret Thatcher como a Galtieri. Nuestro gobierno estaba en una crisis terminal. Diez días antes del conflicto, nos cuenta que, ellos estaban movilizados en Comodoro Rivadavia porque la situación era tan mala, que todo el mundo se estaba levantando. Por eso toman las Islas, para distraer a la gente. Mientras que a Margaret Thatcher le cayó como anillo al dedo porque la situación Inglaterra era terrible y le sirvió para permanecer cuántos años más…? Fue un manejo político, exclama.
Ratifica: “Nosotros no podíamos vencer a la tercera potencia mundial con la primera aliada”. Ellos les dieron la Isla Ascensión y los misiles que le hicieron mucho daño a nuestro país.
Además, en el del lago argentino, Lewis tenía una pista de aterrizaje de 4000 mts. sobre la costa, ubicada fuera del alcance de los radares argentinos que fue utilizada como lugar de abastecimiento…Pista que fue aprobada en su momento por las FFAA.
“Estoy convencido que en este país está lleno de cipayos, toda la vida ha sido así. Hay entregadores, desgraciadamente. Desde la época de Rivadavia.”
Salió de baja el 03 de agosto de 1982, cuando cumplió 20 años, y recuperado de sus piernas. Lo esperaban en la terminal de Córdoba, sus padres y algunos amigos.
Siente que fue un privilegiado por muchas razones.
- Por haber contado con un familiar cercano al Regimiento. Su tío materno.
- Por el amigo del padre que era Comandante del componente aéreo del Teatro de operaciones en Malvinas. El Brigadier Luis Guillermo Castellano, quien brindó permanentemente a su familia la información de la ubicación de Mario.
- Por Juan Carlos Merlo, su compañero que estaba en la Compañía que se encargaba de organizar la comida, que muchas veces, al comienzo, fue asistido por él, con alimentos.
Siente mucho agradecimiento por la suerte que ha tenido. Incluso en plena guerra, relata que estuvieron destinados a ir, como refuerzo, a Darwin. Esperaron con sus bolsos preparados al helicóptero que nunca llegó porque lo derribaron. Manifiesta que si hubiera ido, a lo mejor, hubiera muerto allá. “Me considero muy afortunado”.
En el año 1984, como excombatiente, entró a trabajar en la Fuerza Aérea en el aeropuerto de Villa Dolores, junto a su padre. Su función era de controlador de tránsito aéreo en la torre y de la documentación de aviones y pilotos. Nos explica que la Fuerza Aérea dejó de hacerse cargo de la aviación civil y comercial para formar el A.N.A.C. (Asociación Nacional de Aviación Civil). Y dentro del ANAC se encuentra el servicio Meteorológico Nacional. Actualmente es Jefe acciones meteorológicas.
Cuando se desmantela, temió que desapareciera el aeródromo pero sabía que no lo haría la estación meteorológica porque es una de la más antigua en el país, y la única ubicada, al oeste de las sierras cordobesas. Estación que trabaja los 365 días del año las 24 hs., dónde se realizan 24 observaciones y registros diarios. Datos estadísticos de gran utilidad. En ese momento, le ofrecieron pasarse al Servicio Meteorológico y aceptó, garantizándose así su permanencia en la ciudad. El 1° de Julio pasado, cumplió 34 años de servicio.
Mario rescata como positivo que, después de 40 años, habla por primera vez. “Me lo había guardado”. Y algunos compañeros que no han podido acomodar esas ideas, terminaron mal, se suicidaron, o se les bajaron las defensas y se enfermaron o se aferraron a alguna adicción. Afirma que los datos dan cuenta que fallecieron mucho más en la post guerra que en la guerra.
Entrevista: María Cecilia Pérez
Fotografía: Dolores de Torres