Mario Alberto Altamirano

Altamirano Mario Alberto. Cabo Primero de las Fuerzas Armadas. Nació y reside en Villa Dolores.

En el año 1982 vivía en Mar del Plata y trabajaba en la Base Naval. Recuerda que estuvo un año en el Crucero General Belgrano, al que define como su segundo hogar. Después le ofrecieron hacer el curso de buceo, por lo que inició la carrera de Buzo Táctico en esa ciudad. Se recibió a los 18 años. Luego se perfeccionó en Italia con los Boinas Verdes.

Dice que la carrera le costó “Lágrimas de sangre”. Hizo cursos de explosivista, paracaidista, andinista. El siente que eso lo formó y que pudo resistirlo porque tenía 18 años.

Nos cuenta que en el museo del Comando de la Fuerza de Submarinos  ubicado en la escollera Norte de Playa Grande, lindante a la Base Naval de Mar del Plata está la historia de los Buzos Tácticos de la Amada Argentina, donde se encuentra su retrato y su historia.

Detalla que sus compañeros con los que fue a Malvinas, viven allá. Que se han organizado tan bien que han logrado tener un museo propio. Han comprado un lugar dónde erigieron posteriormente, su propio edificio.

Desde que volvió a su ciudad natal (1985) siempre tuvo el deseo de realizar lo mismo. Plantea la necesidad de tener un lugar físico para que la gente y los alumnos de las escuelas del valle puedan ver y conocer la historia.

Comenta que lo invitan permanentemente a los actos públicos, pero su participación se ve limitada a su salud. Padece EPOC. Al respecto señala que portó la bandera para el acto del 02 de Abril, y ha concurrido a las escuelas a dar charlas y a orientar actividades teatrales relacionadas con el conflicto. Temáticas siempre acordadas con los directores de las escuelas. Su esposa agrega que en las escuelas va hace muchos años y que es padrino de una de ellas, a la que le regaló el rosario que tenía de  Malvinas.

Sobre el conflicto, Mario expresa que “Hay muchas cosas inventadas”, que la gente habla y no sabe. Para no confrontar prefiere callarse la boca, guardarse lo de él, lo que vivió porque siente que eso, es sólo de él.

Como Comando Buzo Táctico formó parte de la Fuerza Especial Argentina que junto con la Agrupación de Comando Anfibios tomaron las Islas, el día 02 de abril.  Detalla “Éramos los que nos habíamos preparado para una guerra. Sabíamos cómo desembarcar, qué lugares tomar y de qué forma actuar”. Reconoce que la carrera fue difícil y que le costó muchísimo ya que era muy joven.

Cuenta que sufrió más en Ushuaia, en Almanza, cuando participó en el Conflicto del Beagle, en el año 78. Detalla que estuvo dos meses y medio durmiendo arriba de un árbol, a orilla del canal. Siente que haber vivido esa experiencia siendo tan joven, sin saber qué iba a pasar, le costó mucho. A diferencia, afirma haber estado más preparado para ir a Malvinas.

Relata que estando en la boda de un compañero en Mar del Plata, llegó un jefe de la Base que los reunió para informarles que debían presentarse por algo urgente.  Dejaron la boda y fueron allá los 120 que formaban parte del Comando. Seleccionaron a 12, entre ellos, a él porque era joven. Los hicieron prepararse para ir a tomar Malvinas. Para ese entonces ya estaba casado con su mujer.

Llegaron a Malvinas el día 03 de abril e iban como refuerzo de los buzos tácticos de la Operación Rosario. Fueron por 15 días con la misión de minar toda la zona, pero no pudieron volver. Se quedaron prestando “presencia militar” ya que en las Islas, no había nadie.

A partir del día 4 o 5 de abril, dice que empezaron a llegar personal del ejército, de aeronáutica, armamentos, provisiones, etc. y a desplegarse por toda la zona.  Expresa: “Malvinas es muy grande. Muy grande”. Dice que la primera semana fue de una tranquilidad total. Describe que los kelpers vivían tranquilos en sus casitas en la montaña, pero de noche debían cuidarse porque, a veces, recibían disparos.

Manifiesta que su situación fue diferente a la de muchos. Siente que tenían “vía libre”, que tenían libertad de andar porque los comandos no tenían jefe, pero tenían la misión de colaborar y ayudar con los soldados que estaban apostados en los pozos de zorro, que algunos de ellos, no sabían ni manejar un arma. Dice: “Fue un trabajo muy arduo, porque donde nos necesitaban, estábamos”.

Cuando llegaron a Malvinas desconocía qué iba a suceder. Replicando y evocando expresiones de Galtieri dice: “Si quieren venir que vengan” y vinieron. Nadie imaginó que iban a venir. Recuerda sentir que cuando se enteraron que venían los ingleses se ponían “fuertes”. Creyó que entregaba su vida, al tiempo que invocaba “Que se haga lo que Dios quiera!”. “Había que defenderse, no quedaba otra”.

Manifiesta que tuvo la suerte o la desgracia de andar por todos lados en Malvinas, nunca estuvo quieto y pudo ver la realidad. Reconoce haber visto colimbas que han pasado cosas muy feas, siente que hubieron injusticias entre los mismos argentinos, castigos… Quiso intervenir, hablar… pero admite que no pudo porque eran fuerzas distintas. Tuvo que callarse, ver y tratar de ayudar como podía. A veces secuestraba un Jepp Grand Rober de los ingleses del pueblo, lo cargaba de provisiones y les repartía chocolates, pollos crudos… “Esos chicos tenían hambre. Tenían frío. Sus pies quemados”

Recuerda que una vez, cruzando Puerto Argentino el estrecho de San Carlos, se fue a hacer guardia a unas sierras que, del otro lado, se comunicaba con el mar, lugar por dónde los ingleses podían desembarcar. En esa oportunidad, le asignaron un conscripto santiagueño (Alias el zorrito) “de los que había de reserva” (bien alimentado, abrigado, etc.) para que tuviera experiencia. A pesar, que quiso ir sólo, lo aceptó. Se cruzaron en bote de goma a una zona  minada, armaron una carpa y la camuflaron. La primera noche, no durmieron observando todos los movimientos con los visores nocturnos. A la siguiente noche, comenzaron los bombardeos sobre esa zona y  las bombas les caían cerca. “La carpa temblaba”. Al sentir caer las piedras, el conscripto salió de la carpa y se dirigió al campo minado. Al otro día, Mario lo encontró “despedazado”. Ese es uno de sus peores recuerdos.

Posteriormente lo mandaron al aeropuerto, cuando bombardearon la pista y la dejaron inhabilitada. Siente que se salvó porque se tiró dentro de un tambor vacío. Describe que volaban piedras inmensas de pavimento.

Relata que en el muelle del Puerto Argentino, debajo del pueblito de  los kerplers, había un gallón antiguo que todavía conservaba las argollas donde apresaban a los esclavos. Estaba medio hundido y en la parte delantera que permanecía seca se hicieron su covacha. Allí dormían a pesar de la humedad y tenían para cocinarse un tambor de 200 lts. Usaban la turba seca para hacer fuego ya que tardaba mucho en consumirse. Ese era su lugar donde siempre volvían a cambiarse ya que a veces permanecían con los pies mojados por 7 u 8 días.

Por las noches, una fragata inglesa, los bombardeaban permanentemente para que no pudieran descansar. Desde allí tiraban bengalas para alumbrar y ver dónde estaban ubicados sus puestos. “Era muy triste escuchar las bombas de la fragata y los gritos de dolor de los chicos”. “Esa situación afectaba a todos”. Sobre eso, reflexiona: Eso fue lo que llamaban la guerra psicológica.

Un día antes de la rendición, los integrantes del Comando decidieron ir al lugar más castigado (donde se producían mayores decesos). Cuando el Gobernador Banjamín Menéndez se enteró, los frenó y les dio la orden de rendirse. Al negarse, él les advirtió que tendrían castigos posteriores, motivo por el cual se volvieron a mitad de camino.

Hoy, Mario agradece que para aquel entonces se replegaran la mayoría porque manifestaba que “ya eran muchos los ingleses que venían, en helicóptero, ataque aéreo, por tierra, eran muchos…y los colimbas pobrecitos ya estaban fuera de estado totalmente. Con frío, con hambre, unos quemados, otros heridos. Ya no daba para más”.

El siente que tuvo otra guerra. “No todos hemos vivido lo mismo”. A pesar de sentir que también la pasó feo, que dormían sobre las piedras los primeros días y pasaron frío y se le congelaron sus piernas… Reconoce que tuvo otro andar, otra vivencia. Él se podía mover, los soldados no. “Ellos estaban enterrados y yo no”. “Eso  es horrible”.  Cree que no tuvo miedo en ningún momento. Si mucha adrenalina. Quería implementar todo lo que había aprendido y defender su bandera, su patria y a sus compañeros. “Se hizo lo que se pudo y como se pudo”.

Mario volvió de Malvinas con un golpe muy grande en su espalda producto de una caída sobre una piedra filosa. Quedó tirado en el muelle hasta que vinieron los ingleses. Recuerda que un compañero lo sacó del bote y lo tapó. Él no se movió más porque el impacto en la columna provocó que no sintiera las piernas.

Los ingleses ya habían tomado Puerto Argentino. Rememora que un inglés se acercó al muelle y puso su mano dentro de la campera. Él pensó que sacaría su pistola y se dijo: “Bueno, si me va a matar que me mate”. Mario recuerda haberlo mirado cuando advirtió que sacaba una petaca de whisky  para convidarle y luego un cigarrillo. Lo recuerda bien vestido y con pañuelo al cuello, situación que lo hizo pensar que recién se había bajado de algún avión o navío. Lo atendió muy bien, lo tapó, lo corrió.

Lo cargaron con una camilla sostenida por una pluma al Buque Hospital Almirante Irizar. Recuerda los gritos que oía y el sufrimiento de todos los soldados. Allí encontró a compañeros de él que lo llevaron a su camarote. Ese viaje lo recuerda bien. Con buena comida, cama cómoda, calefaccionado y muy bien atendido, pero admite que mucha gente quedó mal. No puede creer que todavía no hayan hecho nada.

Mario reconoce haberse olvidado muchas vivencias y no sabe si es producto de lo vivido durante el conflicto. También tuvo problemas de audición por los disparos.

Todavía no cobra el Decreto  40, después  de 40 años. A él le parece que fue ayer, y expresa “no puede ser”.

Su mujer comenta que cuando llegó Mario no hablaba, que estaba irreconocible, flaco. “Era otra persona”. Toda la familia estaba afectada, sufría. Ella no le había comentado a la madre de Mario que estaba en V. Dolores que su hijo estaba en el sur. Se enteró cuando él envió una carta. Relata que un día fue a la base para saber algo sobre él y le dijeron: “Usted quédese tranquila porque nosotros la vamos a llamar cuando él esté muerto o herido”.

Él dice que tiene un “hijo de la guerra”. Se enteró que su mujer estaba embarazada apenas se fue. Su cuñado lo llamó para darle la noticia y él tenía órdenes de no dar ninguna información. No podía decir cómo estaban. Su mujer agrega que su hijo cumple 40 años el 17 de noviembre, día en que nació la Agrupación de los Buzos Tácticos.

Mario relata que sus hijos, hasta el día de hoy, jamás le preguntaron sobre la guerra al igual que su señora. Estima que no fue por desinterés, sino por decisión de ellos. Al respecto refiere que alguna vez les ratificó algún documental o película que veían. Cuenta que con sus amigos, tuvo oportunidades de contestar preguntas que le sirvieron, de algún modo,  de desahogo. Contar a veces lo pone bien, pero a veces un poco ansioso. Uno quisiera contar desde el primer día hasta el último, pero reconoce que cada uno tuvo su vivencia, su sufrimiento. Por eso es muy difícil.

El pretende, en este tiempo de malvinización,  que no se cambien las versiones, que no se invente ni desfigure la historia. Pidió y pide a sus compañeros que cuenten lo que realmente sucedió. Expresa que algunos se creen “Rambo”. Al tiempo que afirma “Nadie fue Rambo”. El cree que sólo fueron Rambos en términos de supervivencia, nada más. También admite que otros pocos se comportaron como tales, se defendieron hasta con piedras hasta último momento. Cuenta que su pedido fue de agrado para algunos compañeros y para otros, no.

Alude que llegar al continente, el 19 de junio, fue terrible, no tenía ganas de nada. Su mujer agrega, que se rindieron el 14 de junio y él llegó a su casa, el 19 a las 7 AM.

Mario manifiesta: “Fue una Odisea”. “El coraje mío… me jugué a todo”. Al respecto explica: Cuando el buque Irizar llega a Río Gallegos, cerca de la playa, los helicópteros trasladaban los heridos desde cubierta hasta el  hospital de Río Gallegos. Cuando se sentó en el helicóptero, lo querían llevar al hospital y el argumentó  que se sentía bien por todas las inyecciones recibidas. El que piloteaba le indicó que iba al aeropuerto y le preguntó si deseaba ir hasta allá, como insinuándole que por ahí tenía suerte. Llegó al aeropuerto cuando salía un avión comercial de Aerolíneas Argentinas. Mientras se cubría de los militares que estaban en el aeropuerto. “Ni los miraba”.  Se acercó al comandante del avión. Se presentó y le dijo  “Señor, vengo de  Malvinas”. Él le vio “la pinta” y lo dejó subir. Lo sentaron con ellos en la cabina.

Durante el vuelo, el piloto avisó que trasladaban a un comando de las fuerzas. Cuando llegaron a Buenos Aires y aterrizaron, al abrir la puerta observó 6 o 7 vehículos Falcon, esperándolo. Lo agarraron, lo subieron a uno y lo llevaron directamente al Edificio Libertad. Lo esperaron en el Casino de Oficiales. Estaba Masera, otro jefe y un montón de suboficiales más. Lo sentaron, le preguntaron si venía de Mavinas y cuando afirmó, le contestaron “Usted está acá y está vivo, pero desde este momento, usted no habla más. No dice una palabra a nadie”. Se bañó, le tomaron las medidas, le mandaron a comprar ropa y le dieron de cenar, hasta pavo. A la media hora le trajeron la ropa, se cambió y  lo llevaron custodiado desde la terminal del colectivo hasta la puerta de su casa, para que el no hablara con nadie durante el recorrido.

Lo bajaron en la puerta de su casa, lo vieron entrar y cree que han quedado ahí apostados, por una o dos horas. Su señora agrega que ella lo vio por la mirilla y temía abrir la puerta. No sabía si estaba “entero”. Preocupación basada en la expresión de los propios compañeros de su esposo que estaban en el continente y decían que los Gurkas estaban cortando los brazos de los argentinos y que era un desastre… Desconcertada se repregunta por qué se dijeron tantas cosas, cuando el esposo contó cómo lo habían tratado los ingleses cuando se rindieron y nada tenía que ver. El afirma “Demasiado cumplieron el Tratado de Ginebra”. Dentro de todas esas cruces que quedaron allá, si ellos no hubieran actuado como lo hicieron, hubieran sido miles.

Él cuenta que algunos conscriptos habían quedado prisioneros porque los habían confundido con buzos. Los comandos al haber minado todo, los hacían quedar para sacar hasta la última mina. Ellos buscaban a los comandos, “Yo zafé”.

Inmediatamente después de la guerra pidió la baja y no continuó la carrera. Le faltaban 4 años pero su mujer que se lo había pedido, estaba embarazada y su madre estaba en el valle, sola y grande. Al pedir la baja no lo ascendieron como correspondía por haber participado en la guerra. Le ofrecieron un retiro provisorio por tres años para que lo pensara y volviera cumplido el plazo. Pero volvió a Mar del Plata a devolver todas las pertenencias y a firmar su retiro. Su suegro le ayudó económicamente a comprar parte del equipo de buceo que había perdido y debía entregar.

Volvió a Villa Dolores y le ofrecieron hacerse cargo del E.T.E.R (Escuela de Tácticas Especiales Recomendables) función que no aceptó por no querer estar relacionado con las armas. Terminó aceptando ser Jefe de Bomberos de Villa Dolores. Función que llevó adelante, durante dos años, por la formación que había tenido. La mujer agrega que los trajes anaranjados que se usan actualmente fueron creación de él. Luego fue guarda fauna y dice estar orgulloso de todo lo que hizo.

Tuvieron dos hijos. Diego (40) y Carolina (38). Actualmente tiene una única nieta (4) del hijo varón, que expresa que “lo vuelve loco” y que: “vive para ella”. Su hija, hasta la fecha, vive con ellos.

Por su trayectoria ha recibido  6 o 7 medallas, una en Mar del Plata, otras en Buenos Aires, Córdoba. La que más valora es la recibida por la Agrupación de Buzos tácticos, por lo que  le significa.

La guerra le dejó como positivo, aprender a quererse a él y a la gente. Aprendió a respetarse, a tomarse su tiempo, a respetar su familia. “Yo le debo a Dios el estar acá”. Piensa que si tuviera que volver a Malvinas lo haría, porque dejó lágrimas, sufrimientos, juntos con sus armas que tiró al mar. “Estamos vivos y quiero estar bien, compartir con mis amigos”. Cree que dentro del corazón de cada veterano, por dentro, quedaron heridas muy grandes. Heridas que se descuidaron y que nadie se preocupó por curar.

Cuenta que el veterano  ha sufrido, durante los primeros años, humillaciones de parte de los mismos argentinos. Les decían que eran unos “cagones por haber perdido la guerra”. Como consecuencia se reprimieron, “se guardaron”. Esa es una parte y la segunda parte, pasa por lo psicológico. A algunos colimbas hablar les hace mal, otros se desahogan y a otros… les gusta. Estima que más del  90 % de los que regresaron quedó mal de acá (se toca el corazón), de acá (se toca la cabeza) y del cuerpo. “Eso se lo puedo asegurar”. Dice que ellos podrán hablar de lo vivido pero que por dentro, va la procesión. “No se van a olvidar más. Nunca más y eso es malo”. Por eso la gente si piensa que el  veterano vive tranquilo porque cobra una mínima jubilación, no es así. “La plata no vale, lo que vale la salud mental”.

Los hicieron callar a todos porque todavía estaban bajo juramento de bandera y  el castigo militar puede llegar.

Por ello, Mario nos confía, que de vez en cuando, visita la psicóloga para saber cómo está. Refiere que disfruta hablar con ella. Que quiere estar bien. Estar controlado. Que trata de vivir tranquilo.

Finalmente analiza que de no haberse subido al avión tendría que haber permanecido cinco días más en Río Gallegos. “Yo me quería venir a mi casa”.

“Son cosas de la vida, a uno les toca y a otros no”.

Y las cosas de la vida hay que vivirlas para después aprender. Cree que a muchos les sirvió mientras que a otros, les hizo mal, se suicidaron. Hay otros que siguen mal…

Entrevista realizada por: María Cecilia Pérez

Fotografía y videos: Dolores de Torres

 

 

 

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