Juan Carlos Merlo, nació 12/06/1963 en Villa Dolores, donde falleció en 2016
Carlos falleció en 2016 de una enfermedad que lo aquejó. Por ese motivo entrevistamos a familiares y amigxs. Entre ellas a la madre de sus hijas, que nos contó lo siguiente:
Una de las características de Carlos era que fue muy reservado, pero fue contándole a su compañera-Gabriela Moreno- y ella a la vez transmitiéndole a sus cuatro hijas. Cuando le preguntaban algo relacionado al conflicto, notaban que se ponía mal, por eso esperaban a que él quisiera contarles. Gabriela cuenta que después que volvió de la guerra y vivían juntos, él tenia noches donde se advertía que no estaba bien. Lo notaba serio, se quedaba a solas en el patio. En ese tiempo tomaban mate antes de irse a dormir y en esas ocasiones, él le contaba episodios o anécdotas de la guerra y la mateada se extendía hasta las cinco de la madrugada. Eran momentos en que se desahogaba y contaba lo que le había pasado. También expresaba la bronca de no poder conseguir un trabajo o ver el nulo reconocimiento que la sociedad les daba. Carlos lloraba de impotencia.
Carlos se fue a la guerra con dieciocho años, casi sin instrucción. Le tocó hacer la conscripción en el regimiento 8 de Infantería Gral. O’Higgins, de Comodoro Rivadavia. A los quince días lo trasladan en un avión a las islas, sin saber cuál era el destino. Se encuentra en Malvinas sin saber a qué iban ellos. Mediante una carta que le escribe a su madre, Carlos refleja el orgullo de ser parte de la recuperación de las Malvinas y de la recuperación de la soberanía de la patria. Durante el día estaba en la cocina y a la noche era centinela del lugar, en reemplazo de quienes durante el día habían estado combatiendo. Estuvo en una trinchera, sin poder bañarse mientras duró el conflicto. Sin ropa adecuada, con tres pares de media que rotaba a medida que se le humedecían, poniendo abajo la mas seca. Pasaban hambre. En una oportunidad robaron comida y corrieron riesgo porque en la oscuridad nadie sabe quien es el otro que anda por ahí. En un barco comercial que había sido hundido y que transportaba fiambre, quisieron ingresar para sacar esa comida, pero fue bombardeado mientras estaban tratando de entrar, por lo que salvaron su vida de milagro. Pasaron frío y tuvieron miedo. Le contó que muchos, durante la noche, lloraban. Querían ser fuertes, pero era demasiado fuerte la vivencia que debían soportar.
Cuando nuestro país se rindió, fueron tomados prisioneros por los ingleses e ingresados a un barco. Una anécdota que contó de esa estadía en el barco es que les dieron de comer pollo mal cocinado y desde entonces, nunca mas quiso comer ese animal. Recordaba que los ingleses los trataron bien. En algunos casos fueron atendidos los soldados que estaban heridos, como es el caso de otro veterano de la zona: Raúl Allende. En ese barco pudieron bañarse, afeitarse, comer. Los traen hasta el continente y después pueden regresar a casa con unos pocos pesos que les dieron para pagarse el pasaje.
Llega a la ciudad de Córdoba, sin que nadie lo espere, solo. Con la plata que le sobró del pasaje se compró un casette con música de Baglieto, que en esa época estaba con mucha difusión. Y desde entonces y por siempre Carlos siguió escuchando a ese musico. Regresa en El Petizo, se baja en la terminal de Villa Dolores y sale caminando por la avenida España en dirección a su casa, que estaba en la presidente Perón. A mitad de camino lo encuentra una tía-hermana de su padre-que no podía creer que estuviera vivo, porque lo habían dado por muerto. Esa conclusión sacó la familia porque un vecino había visto una foto- en la Revista Gente- donde aparecían fotografías de Malvinas, y Carlos estaba, pero como no aparecía fecha de la foto y del lugar y Carlos no escribía, pensaron lo peor. Sus tíos lo llevaron en auto hasta la casa de sus padres. La madre casi se desmaya. Estaba extremadamente delgado.
Había episodios de la guerra que no quería recordar. Personas. Compañeros. Recordaba a un soldado llamado Cucutsa, con quien había estado en la trinchera, que quedo en las islas. Lo nombró muchas veces en recuerdos de vivencias compartidas. Carlos tuvo por muchos años los brazos morados, seguramente era por el frio. También los pies. Pero no se hizo controlar por médicos. Tampoco hizo terapia porque decía “que él no estaba loco’.
A Carlos le dolía que la sociedad no se interesaba por lo que les había pasado. Nadie los recibió, nadie los esperó. Los veteranos empezaron -cada uno-a formar familia y nadie les daba trabajo, por el famoso dicho de “los locos de la guerra’. Presentaba curriculum vitae y no lo llamaban. Laboralmente sintieron la discriminación, la marginación por haber estado en la guerra. En algún momento ingresa a trabajar como ordenanza o portero de la escuela Normal.
En su casa solían juntarse los veteranos durante los fines de semana y ahí empezaron a encaminar y proyectar cómo iban a lograr que se los reconozca como veteranos. Era muy doloroso ver cómo todos les daban vuelta la espalda. Venían de una vivencia que los marco para siempre y no ser reconocidos les dolía mucho. Tramitaron la pensión que luego salió y que en un principio era de noventa pesos. Aprovechaban las reuniones para contarse cosas entre ellos. Algunos dejaron de ir porque no querían hablar ni escuchar. Se percibía que algunos no se sentían cómodos con los recuerdos que traían de Malvinas. En esas conversaciones compartían sus vivencias.
Carlos y Gabriela se conocen un año y medio después del regreso del conflicto. Mientras ocurría la guerra, ella tejía en la escuela gorros y bufandas de lana para los soldados, que no les llegaron. Muestra cartas ya amarillas, que Carlos envió desde Malvinas. Medallas, notas, las chapas que lleva el soldado en el cuello, con su nombre. Sienten que son la familia de Malvinas, que vivenciaron junto al veterano todo lo que a ellos le fue pasando. Cuenta que el Estado asiste a los veteranos en el presente, pero antes estuvieron muy solos y por ese motivo muchos se quitaron la vida, porque no podían resolver tanto dolor, tanto conflicto interno.
Las hijas cuentan que tenían una hermosa relación con su padre. Era un buen hombre, de sanos concejos. Fue buen padre y buen abuelo. Lo extrañan mucho. Cuentan que en el estatuto de los veteranos consta que cuando uno de ellos fallezca, una calle del lugar donde vivían deberá llevar su nombre. Hicieron ese trámite ante la Municipalidad de Villa Dolores. El proyecto se presentó ante el Concejo Deliberante y por ordenanza salió que una calle que da a la rotonda de ingreso a la ciudad, lleve el nombre de Carlos. Ahora tramitan poner una placa en la escuela primaria donde estudió. Ya hay otra placa en la Plazoleta de Malvinas.
Saben que su tarea es seguir representando a Carlos en cada acto y así lo harán.
Susana es hermana de Carlos Merlo. Eran cinco en total: dos varones y tres mujeres. Tuvieron una relación de “compañeros, compinches”. La partida de Carlos al servicio militar no fue tan intensa como la noticia de que nuestro país había entrado en guerra. Tomó conciencia de lo que significaba que su hermano participara. Les llegaron cartas cuando Carlos aun estaba en el continente, donde les contaba que iba a Malvinas. Luego la comunicación se cortó y vivenciaron meses muy duros porque “ante la falta de noticias, la incertidumbre es terrible”. Fueron muchos meses de no saber nada. Su padre la invitaba a tomar mate y allí lo vio llorar por primera vez porque tenia mucho miedo por su hijo. Sufrían por el horror de las noticias que llegaban. Escribieron cartas que nunca contestó pero que luego le contó que nunca le llegaron.
Sabe que estuvo en Bahía Fox y que la noche en que se da la rendición, su grupo estaba próximo a salir a combatir. El trato recibido de los ingleses fue muy bueno: les dieron de comer, les permitieron bañarse.
Cuando regresó recuerda estar en el patio de su casa. Estaba dándole la mamadera a una de sus nenas y vio que Carlos ingresaba. Ella se quedó dura. Su padre se levanta y grita a su madre diciendo: “Llegó Carlos!”. La emoción que sintieron fue a “mil por mil’. La desesperación por abrazarlo, tocarlo para saber si estaba entero, integro. En el abrazo que se dio con su padre Carlos lloró mucho. Cuando se bajaron las emociones se fijó en la ropa que traía y le pudo preguntar. Carlos contestó que fue lo que pudo tomar cuando regresó. Su regreso es un momento que no se puede describir, hay que vivirlo.
Su hermano era muy reservado, pero cuando compartían mates se relacionaban, pero no hablaban de Malvinas. El no se explayaba en situaciones que había vivido, excepto dos. Una de ellas fue contarle que “juntó a su compañero en una colcha”. Habían sido bombardeados cerca de la trinchera donde estaban. La otra vivencia fue que buscaron comida-porque tenían hambre- en un barco que estaba en la orilla. Robó una lata de dulce de batata, pero los comienzan a bombardear y se escabulle por la chimenea del barco, hasta la bodega. Le confesó que aun tenia el recuerdo del ruido de las balas. Cree que Carlos no contaba nada para preservarlos del horror. Nunca hablaron del tema en la mesa. Por su actitud entendían que no quería hablar.
El proceso de la enfermedad de Carlos-cáncer de pulmón-fue muy rápido. Comenzó con una caída en febrero, en junio lo diagnostican y el 9 de septiembre de 2016 falleció. Fue enterrado en el Cementerio de Villa Dolores.
Griselda fue la compañera de sus últimos años de vida y comenta también que Carlos era muy reservado. Hablaron muy poco de Malvinas. Coincide con Susana en que quería preservarlos de lo que sufrió. Sabe que quería volver a Malvinas, volver en el presente. Él hablaba mucho con el grupo de veteranos, cuando se reunían, y que a todos les dolió mucho la indiferencia de la sociedad, que en estos últimos años se está revirtiendo. Carlos participó de charlas en las escuelas. Recuerda una en particular hecha en el Cenma, donde trabajaron en conjunto en una vigilia, donde los acompañaron. Se conocieron en 2001 y estuvieron juntos desde 2004.
Entendió que Carlos estuvo en un lugar con acceso a la comida y por eso se relacionó con Yvar Romero. Hacia lo posible por pasarle comida a Yvar y a sus compañeros de trinchera. Comenta que los estudiantes del profesorado de Historia del Brizuela, de Villa Dolores, hicieron un trabajo relacionado con Malvinas, donde Carlos fue entrevistado por Fabiana Farias.
María fue amiga de Carlos y cuenta que era “muy callado, muy para adentro’. Cuando le preguntaba sobre Malvinas, notaba que se entristecía-cosa que nadie deseaba-pero lograba contar algo. Entre esos recuerdos contó que padeció ver el sufrimiento ajeno. Entendió que Carlos estaba en un lugar donde se racionaba o cuidaba las provisiones y notaba que venían a simpatizar con él para recibir un poquito de comida, que no había. Que cuando llegaba el camión con la comida, todos salían a correr para descargarlo, sin importarles las balas. También le compartió la historia de que convivían con un colimba que era mayor que ellos, en edad- de Rio Cuarto-. Y como mayor que era los contenía. Este muchacho fue tras una oveja y pisó una mina. Esa noche los hacen salir a todos del galpón para asistir al herido, al que le debían cortar la pierna. Que oían los gritos de su compañero, que murió de dolor. Carlos lloraba mientras recordaba esto.
También le relató que cuando debían regresar a Córdoba los hicieron sufrir mucho porque los tenían “que saldrían mañana”. Que esperaban ansiosos el día de salida, que volvían a postergar, y así varios días. Le contó también que le hicieron firmar un pacto de no decir nada sobre el conflicto. También que al no tener noticias su familia sobre él, supusieron que lo habían matado. Pasó mas de un mes hasta que regresó, después del fin de la guerra. Llegó a Villa Dolores y se fue a la plaza Mitre. Se sentó y se puso a mirar y sintió que “la vida seguía igual sin nosotros”. Comprobó que aquí la vida había continuado sin tener en cuenta lo que ellos habían vivenciado. Hasta que lo vio un tío suyo, que no podía creer verlo. Lo llevó a su casa, donde su madre casi se desmaya porque había temido lo peor, y ahí estaba frente a ella.
Tenia muchos silencios y alguna vez le dijo “no hay un día en que yo no piense en lo que viví en Malvinas’. Contó que cuando regresó de Malvinas, se sentaba con su padre debajo de la parra y le describía lo que había vivenciado. Pero eran tan espantosos los relatos que su padre le pidió por favor que no le siguiera contando. Cree que a partir de eso empieza a callarse, porque se da cuenta del espanto que ha vivido.
Otra vez salieron a hacer una travesía por las sierras. Era un día frio. El camino estaba pedregoso y se empezaron a perder. En un momento Carlos se detuvo y muy serio dijo: “No quiero seguir, quiero volverme ya”. María cree que algo le causó ese malestar, quizá el frio, el desconcierto, el camino, el ir a tientas. Ella no comprendió el episodio hasta mucho tiempo después.
Entrevista: Mary Luque
Fotografía: Daniel Murua.
