Eugenio es clase 63. Nació en Catamarca, pero vivió en Bs As desde los 5 hasta los 29 años. Conoció a su esposa allí, pero se casaron en el sur, en Rawson, porque ella consiguió trabajo. Como ella era de Villa Dolores, se vinieron a vivir aquí en 1994. Trabajó en el paseo de la Ciudad, cuando se estaba haciendo y luego como maestranza en el colegio Sagrado Corazón.
Hizo la conscripción en Buenos Aires, en el regimiento 7 de Infantería, en La Plata.
Estaba para la última baja. Era apuntador de Fal, del equipo B de la Segunda Sección. Se entera de la toma de Malvinas el día 2 de abril. El 13 tuvieron una misa en el regimiento y salieron en colectivo con una bolsa de raciones -para mantenerse- y fueron al aeropuerto de Palomar y embarcaron en avión-un 147 de carga-. Desembarcaron en Trelew y desde allí fueron en un Hércules a Malvinas. Bajaron en Puerto Argentino. Caminaron con bolsas y armamento-las escenas que suelen mostrar en videos es la de su compañía- y fueron a la ciudad. Un camión llevó sus bolsos y ellos hicieron ese tramo caminando. Se hospedaron en un lugar que era de los marines ingleses, era un puesto británico. Había un depósito para la lana y allí pasaron la primera noche. Al otro día fueron trasladados al Monte de las Dos hermanas, Monte Kent o Monte Longdon. Allí se quedaron hasta el final de la guerra.
Ese lugar fue el de los últimos enfrentamientos con los ingleses, cuando ya se definía el final de la guerra. Ellos se enfrentaron a los Gurkas, mercenarios nepalíes que eran expertos en degollar. “Son contratados por los ingleses, son carne de cañón, los que abren los lugares”. Una noche, en que tenían visores nocturnos vieron el brillo de algo, y creen que era el cuchillo en la boca de un Gurkha, porque ya habían atacado en el Monte de las Dos hermanas. Los visores los usaban solo para hacer una pasada y apagarlo-por falta de pilas-. Hacían un paneo, lo apagaban y a los quince minutos lo volvían a encender. Veteranos de la Compañía B les contaron que se había dormido el vigía y que los Gurkhas degollaron a varios soldados. Ellos estaban descansando, pero cuando los guardias les avisan, empiezan a disparar todos, con ametralladoras Mac. Los ingleses tiran bengalas y ellos se replegaban, mientras se escuchaban los silbidos de las balas. Deben haber estado unos quince minutos así, hasta que todo se detuvo.
Días anteriores tuvieron bombardeos de morteros, porque los ingleses ya tenían sus posiciones. Ellos no estuvieron en pozos de zorro, por cómo se llenaban de agua, por ese motivo estuvieron en carpas.
Cree haber salvado su vida unas siete veces. Una de esas veces él había cambiado de posición con unos compañeros, que estaban en una trinchera de piedra, mientras que ellos estaban en una posición avanzada en una carpa. Se llevaban solo la ropa y fueron a la de piedra. Escuchó los silbidos de morteros y atinó a ponerse el casco pensando “aunque sea que entreguen la cabeza a mi vieja”. La explosión movilizó todo, los salvaron las piedras porque cayeron del otro lado e hizo un diámetro de dos metros por un metro de profundidad. En otra oportunidad-que también se salvó- cayó herido un compañero que estaba en línea. Cuando lo van a atender sienten otro disparo y se tiran al suelo todos. Uno de sus compañeros responde de una forma rara y era porque una esquirla le pegó en el casco y le hizo una herida en la frente por el impacto. Otro compañero que se tiró de espaldas, tenía esquirlas en el omóplato. Y a él no le pasó nada.
Al otro día del ataque que venía contando, se replegaron y subieron la cima donde estaba la Compañía Comando, que era la que tenía las ametralladoras antiaéreas. Llegan heridos y soldados muy cansados. Por ese motivo deben ayudar a bajarlos a enfermería. Pero como la enfermería había sido atacada y estaba incendiada, debieron llevar a los heridos en camilla hacia el pueblo. Un jeep terminó llevándolos y los cuatro quedaron libres.
Pasaron la noche caminando y al amanecer había empezado a neviscar y estaban ya en Puerto Argentino. Desde el lugar se veían a los ingleses, eran los últimos días de la guerra. Ahí fue la rendición. Hubo un intento de reorganizarse para volver a atacar. Pero el segundo jefe les dijo que “era inminente la rendición”. A las 8 de la mañana ya fue la voz de la rendición. Ahí quedaron todos los cascos y armamentos tirados en las calles de todos los que llegaban a Puerto Argentino a medida que se enteraban.
Ellos habían llegado el 13 de abril a las islas y tuvieron ese nivel de enfrentamiento al final de la guerra. Antes sólo pasaban aviones que tiraban bombas, veían el combate entre aviones y en Puerto Argentino. En ese lugar la compañía tenía unos ciento ochenta hombres. Cada compañía tenía unos doscientos soldados.
La comida que tenían era una vez al día, guisos, que se hacían en las cocinas de campaña, alimentadas por la turba de Malvinas. La vegetación era de arbustos bajos y la leña no tenía mucha consistencia. La ropa que llevaban era la que tenían en La Plata, salvo la campera de Duvet que les dieron antes de salir del continente. No tenían ropa adecuada. Los borceguíes eran similares a los de la policía. Sufrieron mucho enfriamiento en los pies. Al volver estuvo como tres años con un frío que le llegaba hasta las rodillas. Usaba tres pares de medias y ponía los pies en agua caliente y sal para hacer circular la sangre. Actualmente no puede andar descalzo.
Luego de la rendición, cree que ya el día 16 de junio empezaron a regresar a nuestro país en el Camberra. Bajaron en Puerto Madryn y de allí los llevaron en avión a Campo de Mayo, donde pasaron dos o tres días en ese regimiento. Ese domingo era el Día del Padre y muchos habían llegado para ver a sus hijos, pero no los dejaron verlos. Al otro día los embarcaron en colectivos para llegar al regimiento de dónde habían salido. Allí había muchísima gente esperándolos, que impedían avanzar. No los dejaban salir, así que la gente empezó a golpear las rejas y les permitieron. En su caso salió por la parte de atrás del regimiento, hacia su casa. Se cambió con la ropa de civil que halló en los armarios, porque la ropa que traían tenía mucha suciedad. Y por ese motivo perdió fotos que tenía. Una de ellas la recuperó cuarenta años después. Cuando salió por el portón de los vehículos, a los pocos pasos vio a su mamá.
Les dieron unos días-quizá una semana- y los llamaron para darles el documento y la baja definitiva. Ellos formaban parte de los soldados viejos. Al principio no buscó trabajo porque se sentía muy mal. Tuvo como una nube que le impedía recordar. Les dieron un certificado y les dijeron que lo cuidaran, porque era muy valioso. Que lo que habían visto y vivido no lo contaran y que, si lo hacían, se iban a enterar e iba a haber consecuencias. Que no había que decir nada. Quedaron sin saber qué hacer. Encontró trabajo como ayudante de albañil y ni siquiera decía que era veterano.
Al poco tiempo de regresar de Malvinas, los mandaron a llamar y una psicóloga le hizo llenar un formulario. Ante una pregunta de ese trámite que decía si comían dos o tres comidas diarias, le pidió que lo completara. Como él no quiso contestar, lo hizo ella. Debieron decir que en las islas habían comido bien, que la pasaron bien, que no tuvieron frío.
Pasados unos tres años, una vez quiso presentarse ante la policía Federal para trabajar. Presentó todos los trámites hechos, sin adjuntar el certificado de Malvinas. Pero lo llevaban y se lo piden y lo mandan a otro lugar. Cuando se presentó a ese lugar: era un psicólogo. Para ese tiempo ya los llamaban “los locos de la guerra”. El trabajo de policía, que era uno de los que los habilitaba haber estado en la guerra, no se hicieron los test psicológicos correspondientes, por lo que muchos usaron la misma arma reglamentaria para suicidarse. Por eso quedó ese mote y no pudo conseguir trabajo cuando se presentó. Después consiguió trabajo en una fábrica de vajilla, pero duró dos o tres meses, porque lo despidieron porque “Ustedes están mal”. Ya estaban catalogados por todos de esa forma. También cuenta que muchos usaron “decir que eran veteranos de Malvinas” para salir a vender en las calles y no siempre era cierto. El descubrió a uno de esos impostores, que fue a vender a su casa.
Eugenio nos dice: “el primer mes, después de regresar de Malvinas-lo pasó tan mal- porque él mismo hizo de psicólogo: se empezó a acordar de lo primero a lo último, de cada cosa que le había pasado en la guerra. Se ponía a recordar, lo que vivió, los compañeros que rescató, las vivencias’. Hay cosas que no se pueden olvidar. Después de ese proceso de recordar, olvidó y le cuesta recordar algunos hechos y tener continuidad en el relato.
Su esposa interviene y cuenta que en una fiesta que estuvieron juntos, cuando eran novios, él se había recostado en su hombro y de repente empezó a temblar. Era porque se había dormido y estaba soñando. No lo despertaron y esperaron a que se despierte solo, porque era una de las primeras veces que evidenciaba secuelas de la guerra. Alguna vez le preguntó si recordaba qué soñaba, porque en determinados momentos de la noche empezaba a las patadas, como “descargas eléctricas”. Y como él no le creyó lo filmó y descubrieron que “cuando tiene un sueño muy profundo, cada siete minutos, empieza con esos movimientos similares a convulsiones”. Consultaron a un médico, pero no encontraron nada neurológico. Después comprobaron que estos episodios ocurren entre el 15 de marzo y el 15 de abril. Es porque empiezan los comentarios, los preparativos de un nuevo aniversario de la guerra y eso provoca la tensión que evidencia en sueños.
La posguerra significó no conseguir trabajo. Hizo trámites para ingresar en la policía, pero lo hizo varios años después. No le permitieron por lo que ya habían descubierto: que muchos usaban el arma reglamentaria para suicidarse. Después buscó trabajo en el sur. Trabajó en una pesquera y luego fue auxiliar en una escuela, donde su esposa trabajaba. Cuando regresaron a Villa Dolores encontró trabajo como auxiliar en una escuela religiosa también.
Recuerda otro hecho de supervivencia que tuvo, cuando pasó un avión y tiró una ráfaga de ametralladora. Alcanzó a tirarse y después le comentaron sus compañeros que desde lejos creyeron que le habían dado, y al ver las marcas en el lugar, pasaron muy cerca de donde él estaba. Esa misma vez el avión primero tiró un exocet, que se quedó clavado en la tierra. Por lo tanto, esa vez se salvó dos veces.
Ellos tomaban el mate cocido al mediodía y a las siete de la tarde comían un guiso. Nunca lo encontraron robando comida, pero vio a otros estaqueados por hacerlo.
Pudo hablar sobre lo que vivenció en la guerra cuando habían pasado 38 años. Estaban en un lugar donde había pocas personas e Ivar Romero lo invitó e insistió en que hablara y pudo hacerlo.
Cuenta que tomaron varias ovejas que andaban por el lugar donde estaban. Él las carneaba y con la grasa hacía velas a las que les ponía un pedacito de cordón para encenderlas. Aprovechaban ese calor para calentar la comida que les daban, que era una sopa con algunos fideos. Calcula que mató como veinte ovejas que al carnearlas le servían para hacer trueque e intercambio por otras cosas con los otros veteranos de su territorio.
Pereira salvó a un muchacho que estaba herido dentro de un campo minado. Al atardecer habían escuchado una explosión, pero no supieron el origen. Al anochecer fueron a buscar la comida, luego de cenar salieron a una parte peninsular. Encontró a Maidana, que había pisado minas antitanques con otros compañeros de su regimiento. Lo ayudó a levantarse, pero no podía ver, porque tenía la cara ensangrentada. Caminaron unos cien metros desde el lugar en que lo hallaron y luego lo dejaron para buscar ayuda. Otros pudieron trasladarlo y que lo atendiera un médico de la Cruz Roja. Al amanecer fueron al lugar y vieron a otros compañeros despedazados por las minas pisadas. Tiempo después la madre de ese muchacho lo abrazó porque había salvado a su hijo, Maidana. Después le contaron que al ir a buscar a ese compañero herido-en la noche-no “vio los palitos”, que indicaba que era un campo minado.
Otra anécdota que nos comparte con su esposa es que en Puerto Madryn salieron de caminata-en 1992- y compraron cigarrillos en un kiosco. Dentro encontraron un papelito que decía “para los veteranos de Malvinas”. Parte de lo que no llegó nunca a las Islas.
Pereira cuenta que cuando terminó la guerra rompió candados de contenedores donde había comida-en Puerto Argentino-cerca de la gobernación. Sacaban y repartían entre los que estaban cerca.
También nos cuenta que antes de que le dieran de baja del servicio militar-antes de comenzar la guerra-les ofrecieron quedarse en la fuerza. Él no aceptó, pero un amigo que sí lo hizo, no volvió de las Islas. Tenían una radio con la que captaron las noticias de una radio chilena, por lo que tenían información sobre cuántos aviones habían bajado los argentinos.
Entrevista: Mary Luque
Fotografía: Daniel Murua