Eduardo Rafael Oliva

EDUARDO RAFAEL OLIVA. Cabo Principal de la Fuerza Aérea. Base Aérea Malvinas

Lugar de Residencia: Villa Dolores

Eduardo se presenta diciéndonos que hasta hace poco tiempo atrás no le “gustaba salir a la luz”, que estaba metido en un lugar íntimo. Reconoce que la familia lo ayudó a salir. “Ellos aguantaron el silencio de uno, lo supieron respetar”.

Eduardo nos muestra algunas fotos de Malvinas, al tiempo que nos cuenta sus vivencias allá. Trajo consigo el libro “Alcones sobre Malvinas” que escribió el Capitán Carballo de la Fuerza Aérea donde se relatan historias sobre pilotos. En él hay un relato sobre él, y algunas fotos que son de su pertenencia. Nos relata que en los tiempos del conflicto,  él era cabo de la Fuerza Aérea. Había entrado a la Escuela de Suboficiales en Córdoba y estaba cursando  su primer año en Río Gallegos, en la Base Aérea Militar, que después del conflicto se llamó, por un tiempo, Décima Brigada.

Cuando fue desde Río Gallegos a Malvinas, lo mandaron a acondicionar la parte de artillería, donde iban a estar los cañones de 20 milímetros. Armó la carpa, el pañol de artillería donde iban a estar los repuestos y el  material para las baterías situadas en distintas posiciones. Luego, volvió al continente, en un Hércules. Cuando llegó al continente pidió volver para asistir a sus compañeros y lo hizo esa misma noche. Todavía no había empezado el conflicto. Señala que ésta historia, es la que está escrita en el libro que trajo.

Estando en Malvinas, recuerda que ellos sintonizaban Radio Carde de Montevideo. Desde allí escucharon que el gobierno norteamericano apoyaba a Inglaterra en la recuperación de las Islas. Que las flotas avanzaban por el mar. Que ya habían salido de la isla Asunción. Recuerda que todas las noches mirando al cielo veían un solo lucero y una noche, por casualidad vieron dos. Interpretaron que el sol alumbraba un satélite estadounidense sobre ellos, y fue allí, cuando  advirtieron que los ingleses venían a pelear por las Islas. Describe que a las 4.40 AM pasó el  bombardero Vulcan, tirando 51 bombas de 1000 libras barriendo la zona, eran las más poderosas por su onda expansiva. (Material gráfico que también aportó: un mapa que señala dónde cayeron las bombas y el grosor de los señalamientos, las libras de cada bomba utilizada).

En el pañol, relata que tenían la frecuencia del comando de operaciones de la ciudad, desde donde les proporcionaban la información a cada cañón. Al respecto, nos explica que la tecnología de esa época no permitía que la persona tuviera visibilidad en el cañón,  entonces debía agachar su cabeza, enfocarse en la mira y escuchar las indicaciones que los soldados les daban en relación a lo que escuchaban por radio. Así fijaban la mira por dónde venían los aviones para poder atacar.

Eduardo nos cuenta que al principio los ingleses utilizaron los aviones Harrier que volaban cerca del mar. Pero luego que les derribaran varios, comenzaron a utilizar los Sea Harrier que tenían la particularidad de poder doblar las toberas del motor y hacer desplazamientos verticales, condición que les  permitía a los ingleses ubicarlos y precisar sus posiciones. Mientras que los cañones que ellos utilizaban, no tenían el alcance para impactarlos y sólo podían hacerlo, los de 35 mm.

En su fuerza murieron aviadores y cinco soldados. Agradece haber tenido un jefe que iba a la ciudad y les traía provisiones en todo momento. “Bajo fuego, él iba  venía”.

Recuerda que en su carpa, dormían de este a oeste. Al pie de ellos, lo hacía un soldado de marina. Rememora que después del ataque del 1° de Mayo, volvieron con el Cabo 1° Canessini a buscar abrigo y encontraron a un soldado, que estaba apretado bajo una piedra librada por la onda expansiva de las bombas. Era un soldado que estaba con el Cabo 2° Polonier, de comunicaciones de la Marina. Relata que a ese soldado, lo llevaron ellos mismos al cementerio de la ciudad y lo enterraron en un rincón. Le preocupa saber si fue encontrado. “A lo mejor está dado por muerto pero no está el cuerpo”. Dice que nunca pudo dar con el nombre y apellido de él. Cree que seguramente saben su nombre porque figuraban en las listas de los soldados que estaban allí, pero tal vez, no saben dónde está ubicado su cuerpo.

Esa es su preocupación. “Se me borraría el estado de tensión o de tristeza saber que lo hayan encontrado”.

Luego del ataque del 01 de Mayo se pusieron a cavar los pozos de zorro. Sobre ello, nos relata que le colocaban una carpa abajo, porque de la noche a la mañana, el pozo se llenaba de agua. Ésta situación es la que le provocó, con el paso del tiempo,  que le cortaran tres  dedos del pie, porque tuvo “pie de trinchera”. Al congelársele sus pies, no tuvo buena circulación y fue perdiendo sensibilidad. Eso dice, fue progresivo. Sus pies se iban poniendo morados con el paso de los años, hasta que un día su mujer, advirtió que iba perdiendo sus uñas sin siquiera sentirlo.  Finalmente se sometió, después de 30 años, a una operación en el hospital Militar de Córdoba, para que no le amputaran su pierna. Lo hizo con un médico especialista que salvó a otros soldados, en las mismas condiciones. “Estaba quemado” y al no sentir los pies, no le prestaba atención y  eso se fue convirtiendo en gangrena.

El día que, desde el comando de operaciones, recibieron la orden de desarmar todos los cañones y romper sus piezas fundamentales comprendieron que se habían rendido. Sabían que los cañones iban a quedar ahí, no se iban a mover, que debían desarman las partes vitales del armamento, aquellas que no se pueden reponer, para que no puedan ser utilizadas posteriormente por el enemigo. Ese día manifiesta haber sentido mucha tristeza. Tristeza por el esfuerzo que fue combatir con una potencia tan grande que tenían armas mucho más sofisticadas y por las vidas perdidas. Expresa:

“Ellos bajaron sin frío, sin nada. Bajaron de un buque con la cruz roja que nadie podía atacar, por la Convención de Ginebra. De allí empezaron a bajar a la costa con su armamento con miras infrarrojas”.

Siente que estuvo preparado, aunque no tenía experiencia en conflictos bélicos. Reconoce que fue absurdo ir a enfrentarse a una potencia tan grande pero admite que fueron con la convicción que “las Islas, eran nuestras”. El cree que el gobierno argentino pensó que Inglaterra no reaccionaría por la distancia que los separaba de las islas y que todo respondió a conveniencias políticas.

Cuando regresó al continente, se fue a Córdoba porque les dieron 15 días de franco. Sus padres creían que él había fallecido en el ataque del 1° de Mayo, ya que esa información recibieron sus padres, desde la escuela de suboficiales.

Luego continuó en la fuerza. Fue artillero y siguió estudiando. Se capacitó en la puesta en marcha de los M3 C, aviones Mirage que ingresaron por Perú y formó parte de ese grupo técnico. Posteriormente pasó a ser mecánico de aeronave. Luego de fallecer sus padres, en el año 1983, pide el traslado a la escuela de Aviación a Córdoba, donde lo mandan a “tropa”.

Siente que cuando volvieron de Malvinas, los escondieron. Que a su regreso, en la Base Aérea Militar de Rio Gallegos, los aviones comerciales sobrevolaban entre los casinos de oficiales y suboficiales, y que cuando los escuchaba o sentía el movimiento, se sentaba en la cama y buscaba el casco, hasta que su compañero de habitación le decía “tranquilo no pasa nada”. Recuerda que se quedaba en la cama “mirando no se… qué”. Luego llegó el tiempo de las revisaciones. Exámenes que consistían en la realización de unos ejercicios simples y que concluían afirmando que él “estaba bien”.

Reflexiona:  “No falló la fuerza…fallaron los hombres”, o sea las personas, el ser humano que tendría que haberles dado contención a los soldados y a los de carrera. Garantizársela, porque no quedaron bien, afirma. Cree que si no los hubieran escondido y todo hubiera salido a la luz después de terminado el conflicto, hubiera sido más sano para ellos, no hubieran habido tantos muertos después de la guerra. El estado debió brindarse por los que estuvieron allá.  Entiende que eso fue abandono a la persona,  abandono al ser humano. Que más allá que hayan estado por voluntad, o por obligación, requirieron cuidado y atención, porque “hoy estamos bien y mañana no sabemos” y “la pensión, no cubre las heridas”.

En 1995, nos cuenta que un Fokker el F27  que llevaba a suboficiales de las Fueras Aéreas y sus familiares cayó  en la ladera de las montañas, en Traslasierra. Refiere que sintió como una obligación tener que acudir allá. Describe que salió de noche y caminó  junto con un oficial de policía toda la noche orientados por el foco de fuego de la explosión del avión. Fueron los primeros dos en llegar. El llevaba puesta su capa de lluvia que le había quedado de Malvinas y fue la que utilizó para tapar parte del cuerpo encontrado del mecánico del avión. Con nostalgia nos dice, que esa capa no la recuperó …

Se asombra de estar relatando estas historias y no lagrimear mucho, dice. Cree que es producto de estar asumiendo lo que no contaba. “Remover el pasado es duro”.

Eduardo creía, hasta el año pasado, que no tenía familiares vivos. Buscó y ubicó un sobrino nieto que a partir de las referencias brindadas por un locutor de radio, pudo recordar que cuando volvió de Malvinas había ido a comer a su casa. Él asume que “todo eso lo había borrado”, que no se acordaba. Ahí es donde cree que necesitó el apoyo.

Es como si hubiera querido borrar parte de mi vida y no seguir acordándome lo que había pasado”.

No recuerda algunas experiencias vividas y dice que su mujer muchas veces le ayuda a recordar. Tiene dos hijos, uno de 26 y otro, de 24 años.  Nos cuenta que siempre procuró criarlos bien, con todo el amor de su vida, porque fueron y son quienes lo sacaron adelante, pero siente que es como si no los hubiera disfrutado.  Y “Ahora estoy despertando”.

Eduardo continúa valorando haber vuelto, lamenta que no estén sus padres presentes aunque sabe que lo están viendo. Les está agradecido por lo que es y por lo que ellos quisieron que sea. Considera que le enseñaron mucho.

Hoy siente que por momentos lo invaden muchas cosas y no sabe qué pensar y qué rol asumir. Pero todo lo que hace lo piensa, lo hace, lo manifiesta y se pone a pensar si estará bien para ellos.

El conflicto le enseñó a querer al ser humano que tiene al lado y que tuvo. No los olvida. Los tiene presente. Tiene buenos recuerdos de todos. Se guía por sus experiencias y no se deja llevar por comentarios. Valora las ganas de vivir y de compartir de sus compañeros.

Finalmente se asume como parte de la historia, como testigo viviente.

Anhela que la política educativa del país se unifique y ponga al servicio todos los procedimientos y estrategias que garanticen  que en todas las escuelas se sepa y se aborde el Conflicto de Malvinas, para que cuando ellos ya no estén más, la historia no se pierda.

Por su parte, todos los años, manda a hacer y reparte calcomanías,  a las municipalidades, escuelas, etc. Lo hace desde un sentido de invitación “no las olviden”, elige ese mensaje. Esa es su forma de avanzar, de sanar-se. Nos manifiesta: van a ver que se me caen unas lágrimas, pero es parte del sentimiento, del dolor.

 

Entrevista realizada por: María Cecilia Pérez

Fotografía y videos: Dolores de Torres

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