Yvar se fue a cumplir con el servicio militar obligatorio en el mes de enero de 1982. Se presentó en el batallón 141 en Córdoba y al segundo día de llegar, lo destinaron al Regimiento de Infantería 8, de Comodoro Rivadavia. Como había hecho el secundario en una escuela agrotécnica, cuando le preguntaron qué oficio conocía, dijo que era agrónomo. Por ese motivo su vida como soldado fue bastante tranquila, porque atendía el jardín del jefe de regimiento.
Hicieron un periodo de instrucción en Caleta Olivia -unos cuarenta días- y el 2 de abril estaban en el Regimiento. La formación era muy temprano, a las siete de la mañana. Ese día no había formación y nadie sabía qué pasaba. Ninguna actividad daba comienzo antes de formarse, saludar e izar la bandera. Recién a media mañana les comentaron que habían sido recuperadas las Malvinas y que se dispusieran a ir a las islas, a cumplir con una presencia militar de una determinada cantidad de días, porque, supuestamente, era imposible que los ingleses vinieran. Se generó todo un movimiento de aprestamiento en el Regimiento, donde ya tenían el bolsón con todo el equipaje y los llevaron al aeropuerto de Comodoro Rivadavia.
Arribaron a Malvinas entre el 4 y el 6 de abril. Los dividieron en secciones y compañías. En su caso estuvo un tiempo en Puerto Argentino. Los primeros días se formó una Compañía A, que era parte del regimiento 8.
Empezaron a hacer las trincheras, a cubrir las líneas de defensa por donde podían venir los ingleses. Después les pidieron que reforzaran otros lugares y ahí lo trasladaron a Bahía Fox. Juraron la bandera el 26 de abril, porque ya se sabía que los ingleses llegarían, que iba a haber un enfrentamiento. Por ese motivo no podía un soldado salir a combatir sin antes haber jurado a la bandera.
Los destinaron a distintos lugares y empezaron a pasar sus días en un pozo de zorro. Cada pozo tenía la forma y el tamaño del arma que tenían. El apuntador de Mac, estaba más alto y la forma de la trinchera era semi circular, porque tenía un radio de giro de 180 grados el caño. Eran tres soldados en la misma trinchera. Los apuntadores de FAL, que eran dos soldados y los apuntadores de fusil, que era solamente un soldado, con una trinchera individual.
El clima era de la peor época del año: lluvia, nieve, heladas. El agua superficial está muy arriba, subía y los mojaba. Ese pozo era la casa, el refugio, “el todo” en la vida de ellos, mientras estuvieron en Malvinas. Por esa humedad en esos pozos es que hubo tantos soldados afectados por el “pie de trinchera” y otras enfermedades propias de estar tanto tiempo en un hueco lleno de agua y humedad.
Fue difícil sobrevivir a eso. Pero había que sumarle el problema de que se terminó toda la logística de abastecimiento. Empezaron a sentir la falta de comida y a buscar la forma de conseguirla. Para ellos era más fácil generarse la comida, pero no tenían sal ni con qué hacer fuego, porque en las islas no hay leña. Los que estaban en la primera línea bajaban ocasionalmente al pueblo a buscar alimentos. Volvían en el día y traían cualquier madera que pudiera ser utilizada como combustible, para cuando se apropiaban de una oveja de los pobladores. Yvar estaba a cargo de un superior -que era sordo- y él hacia las veces de “traductor” para que supiera lo que le ordenaban por radio. Era el sargento Primero Oyarzabal.
Un soldado de Villa Dolores- Juan Carlos Merlo- estaba a cargo del lugar de los alimentos. Cuando lo veía llegar al pueblo, siempre le daba algo de comer, a escondidas. Cuando la escasez era muy grande -ellos estaban como a 4 kilómetros del lugar de los alimentos- al oscurecerse el día, iban escondidos al depósito. Merlo dormía al lado del portón de ingreso. Lo despertaban tocándolo con un palito -por el mismo huequito con que le avisaban que estaban- les pasaba poquitos de yerba, de caldos de gallina, de harina. Por esta ausencia de comida es que la mayoría volvió con diez o doce kilos menos de los que tenía cuando fueron.
Los que fueron descubiertos robando comida, fueron estaqueados.
La guerra terminó el día 14 de junio y a él lo hicieron prisionero de guerra al otro día. Su compañía no se había enterado de la rendición, y los ingleses pensaron que su grupo era uno especial, de resistencia. Primero supieron que se había firmado un acta de paz, que la guerra se acabó. Ahí tuvieron una mezcla de sentimientos: por un lado, alegría por poder regresar a casa, pero por el otro: desazón, porque en medio se perdieron la vida de tantos compañeros.
Bajaron al pueblo y se toparon con los ingleses, que estaban impecables. Los tomaron prisioneros los de la Royal Navy, que tenían camisas almidonadas, comparadas con la suciedad que ellos tenían después de setenta días sin cambiarse. Había que entregar las armas. Fue un momento muy fuerte, que luego fue plasmado en un monumento que se hizo en Villa Dolores, donde se ven las armas amontonadas y los cascos tirados.
Yvar, junto a otros tres soldados de la zona, estuvieron un mes presos. La mayoría, unos días después de la rendición, se vinieron en barco al continente. A ellos los dejaron porque fueron asistentes del suboficial y conocían el plano del lugar donde habían puesto minas. Estaban tapadas con nieve y los ingleses necesitaban que quien conociera el lugar, lo debía marcar y ayudar a desactivar las minas puestas.
En esa misión falleció un compañero de Yvar, que se equivocó y piso una. Eran minas anti-tanque, que volaban cinco toneladas. Fueron seleccionados algunos soldados para ponerlas, donde aplicaron números y cálculos.
Nos explica Yvar cómo diagramaron el lugar para luego saber dónde estaban las minas. Buscaron señuelos -con alguna piedra- para la primera línea de minas y las siguientes se ponían en zigzag, separadas entre seis y ocho metros unas de otras, y en medio de esas medidas estaban las de la segunda línea, que impediría que pasara nadie por ese lugar.
Los ingleses tenían dispositivos electrónicos o detectores de minas, que hacen un determinad sonido. Pero como había nevado sobre ellas, no las podían detectar, y por eso necesitaban que los argentinos les indicaran dónde las habían instalado. Yvar cree que pusieron unas cien y sacaron alrededor de quince. En algún momento largaron ovejas por ese territorio y volaron al pisar las minas que no habían señalado. Las minas detectadas fueron desactivadas. Aun hoy hay lugares cerrados en las islas, por el peligro de las minas enterradas.
La vida de prisionero de guerra consistía en pasar la mayor parte del día tratando de encontrar minas, luego los llevaban a un campo de concentración donde estuvieron unos cinco días a la intemperie, custodiados por los ingleses.
Después, los llevaron a una cámara frigorífica de ovejas, unos galpones largos, que eran más abrigados que estar al aire libre. Además, ese cuidado se lo dieron porque llegó la Cruz Roja y no permitían que los prisioneros estuvieran en condiciones inadecuadas.
En el galpón también estuvieron cinco o seis días y luego los llevan al barco -Saint Et Mon- donde permanecieron unos veinte días. En ese barco, Yvar se bañó después de setenta días de no hacerlo. Los revisaron médicos de la Cruz Roja, pudieron lavar su ropa y cambiarse la ropa interior. En los primeros días de ser prisioneros, les dieron de comer comida enlatada y fría. Mientras estuvieron en el barco comieron bien. Primero estuvieron frente a Puerto Argentino y luego los llevaron a Puerto Madryn. En avión los llevaron a Comodoro Rivadavia.
En el Regimiento no consiguieron ropa, así que se vistieron con lo poco que había quedado. Yvar se trajo de Malvinas un pulóver de la Royal Navy, en un canje que hicieron en el barco. Nos muestra objetos que trajo: el estuche del jabón con que se bañó, una caja de fósforos ingleses, el número de prisionero de guerra –el 633-, que le habían colgado en la charretera de la campera, firmado por los guardias que lo tomaron prisionero. También trajeron una caja de té donde escribieron algunas cosas y dibujaron un mapa que señalaba cómo llegar cada uno a su casa. Tiene un rosario cuya cruz está rota, porque en un ataque inglés lo mordió muy fuerte, por el miedo que tuvo.
Desde Comodoro Rivadavia vinieron en colectivo hasta Córdoba.
Llegó los primeros días de agosto, sin que su familia supiera nada de él hasta entonces. Solo tuvieron la noticia de que un dolorense -padre de otro veterano, Tito Delgado- lo vio en el avión que lo llevó de Puerto Madryn a Comodoro.
Yvar volvió con otro soldado, con quien estuvo en Malvinas y que era de La Patria, un paraje cercano a Chancaní.
“Era Ledesma, que fue a defender la patria, y que murió desamparado, tiempo después, en La Patria” cuenta Yvar. Con aquel compañero se habían prometido que, si se salvaban, cuando volvieran a Villa Dolores irían a rezar un padre nuestro hincados en el atrio de la iglesia. Pudieron cumplirlo.
Cuando llegaron a la terminal de Córdoba no tenían un peso como para pagar el boleto hasta Villa Dolores. Le pidieron al muchacho de la ventanilla de El Petizo, que, si les permitía viajar, cuando llegaran a Villa Dolores, él buscaría a su padre para que pague el boleto y mientras tendría su documento como prueba de lo que decía.
El muchacho no se decidía a autorizarlo, pero cerca había un hombre con una campera de cuero marrón, que estaba escuchando lo que conversaban y se acercó. Les preguntó de dónde venían y cuando le respondieron, el hombre se conmovió de manera evidente. Inmediatamente compró los dos boletos, dos sándwiches inmensos, y una gaseosa. Les dio un abrazo y desapareció.
Venían parados en el colectivo, por las ganas de llegar. Cuando llegaron, se desorientaron, no podían saber para donde estaba su casa. Pero sabían que tenían que ir hasta la iglesia. Le preguntaron a alguien dónde estaba la iglesia y allá se fueron corriendo. En la avenida ya se orientó. Llegaron a la parroquia, rezaron el Padre Nuestro que se habían prometido, se dieron un abrazo con Ledesma y cada uno rumbeo para su casa.
Ledesma se fue al domicilio de un pariente que lo llevaría a su vivienda. Yvar llegó a su casa. Un hermano ya estaba en la escuela y el otro lo vio llegar y pegó un grito. Los vecinos empezaron a llegar a su domicilio paterno y lloraban de emoción al verlo. Alguien buscó a su padre. La emoción fue muy grande.
Después hubo tiempos difíciles porque a los veteranos les costaba sobrellevar el estigma de Malvinas. Se decía que “eramos unos locos”, “que no servimos a la sociedad”, “que éramos parte de una historia que se quería tapar”. Costó mucho. Eso hizo que la cruz se hiciera más pesada.
Yvar ingresó a la Universidad en 1987, en Agronomía. Y entre varios veteranos empezaron a pensar en los muchos soldados que no tenían voz y necesitaban que el Estado los atendiera. No tenían trabajo, ni atención médica, ni una ley que los contuviera. Empezaron a diseñar, tímidamente, por donde podían empezar a ser escuchados.
Recién en el gobierno de Carlos Menem, después de 1989, tuvieron una pequeña pensión y empezaron a contar con una mutual. Prueba de esa desatención es que en la actualidad es mayor el número de suicidios que de fallecidos durante el conflicto.
Con Carlos Merlo solían decir: “Después de Malvinas, todo lo que vivimos fue un regalo de la vida”. Cuando Carlos estuvo enfermo le dijo: “Se me acabó el regalo”. Después falleció. Yvar tuvo un infarto hace dos años y está en una lista de emergencia para ser trasplantado. Agradece a su esposa e hijos por la contención y el apoyo que tuvo siempre de parte de ellos.
Por el trabajo de Yvar -agrónomo- visitaba cada pueblo del Valle y de paso se contactaba con los veteranos. Hace alusión a que en algunos lugares se hicieron homenajes a los veteranos, como en el caso de San Javier, con un monumento a las Islas Malvinas. Pero en esa localidad ya no está el recordatorio. Comenta que, en esos homenajes, que ocurren el 2 de abril, los veteranos se ven “tironeados” porque a la misma hora suelen hacer un acto en el pueblo al que pertenecen y otro mayor en Villa Dolores.
Yvar empezó a escribir el libro con sus vivencias de la guerra -ese escrito tiene entre sesenta y ochenta hojas- donde expuso sobre los recursos naturales y la economía de las Islas Malvinas. Una vez le contó a su psicólogo sobre ese escrito y él le hizo ver que esa parte de la descripción económica y de relieve, quizá no pueda tener impacto sobre el interés de los lectores. Pero le encontró la vuelta a qué contar después que habló con un historiador de la zona, que le aconsejó que contara historias sueltas de otros veteranos para dar una idea de cómo fue para ellos este conflicto.
A los veinte años de Malvinas se hizo una reafirmación de la jura de la bandera, en Rosario. Fueron más de doce veteranos desde Traslasierra. Eran un grupo que compartían actos y encuentros, con muchas diferencias con quienes eran militares de carrera.
Los soldados tienen historias similares, los oficiales tienen otras vivencias.
Yvar ha participado de la primera ley sobre los veteranos de guerra y tiene una medalla que le otorgó el gobernador de Córdoba, Y la gran discusión para los gobiernos era que el presupuesto que se hiciera para los veteranos sería cada vez mayor, pero lograron hacerle entender a los políticos que no puede ser así, que con el tiempo iba a decrecer porque ellos iban a morir. Tiempo después realizó un reclamo, ya que en su momento eran unos doce mil veteranos y en la actualidad se registran casi veinticinco mil.
Habían logrado que la ley considerara veterano de Malvinas a todos los que pisaron las Islas, luego se vio que quienes estuvieron en el Crucero General Belgrano también lo eran, y eso dio pie a que se valorara e incluyera a quienes sólo estuvieron movilizados, sin llegar a ir al conflicto mismo.
