Luis Alfredo Pérez

Luis Alfredo Pérez, nació el 09/09/1963 en la Paz, donde reside.

 

Luis es amigo-desde el conflicto bélico-de Hugo Oliva, veterano de San Javier. Y es en la casa de Hugo que nos da la entrevista. En varias ocasiones entre los dos nos comparten el recuerdo.

Luis también era soldado de la clase 63. Desde los dieciséis años trabajó como tractorista en la ciudad de Marcos Juárez. Recibió notificación de que debía presentarse para revisación para hacer el Servicio militar Obligatorio. El numero de sorteo era del seiscientos y algo-no recuerda con precisión-. Debió presentarse en el Regimiento 141 de Córdoba. Salió Apto A y fue designado para hacer el servicio en Comodoro Rivadavia. Fueron desde Córdoba a Comodoro en un avión Fokker. Allá les cortaron el pelo, hicieron la instrucción y hacían “aligeramiento”: preparase para salir en cualquier momento. Les daban dos minutos para vestirse, si estaban durmiendo o comiendo. Debian subir a un camión, llevarlos al aeropuerto y volver al regimiento. Y cuando debieron hacer todo eso en forma real- los simulacros y la practicas- les sirvió mucho.

Los llevaron a las Islas Malvinas y aterrizaron en Puerto Argentino. Los pusieron en un hangar un par de días-era Semana Santa- y luego los trasladaron, en un helicóptero Chinook, a su destino que era Bahía Zorro. “Y ahí pasó lo que pasó: sufrí mucha hambre”. Les daban de comer una papa, una cebolla y una zanahoria, que él no comía. Pero con el tiempo sí, porque el hambre arreciaba. Estaban en una trinchera, que se les llenó de agua, por lo que debieron cavar otra cerca. El terreno es ondulado y hay piedras chatas. Ese pozo que se llenó de agua lo usaban para tener agua y tomar

En la trinchera estuvo con otros tres camaradas-Abatte, Versece y el “Chato”- con los que conversó mucho mientras compartieron ese espacio y esa etapa de la vida. Son amistades diferentes las que se hacen en la guerra. Fechas, horarios, lugares se perdieron porque por mucho tiempo no se hablaba del tema. Con la llegada de la tecnología han creado grupos de WhatsApp de veteranos donde se acuerdan de esos recuerdos que antes no pudieron conversar.

Tuvieron problemas con su cabo primero porque era muy estricto, pero con el tiempo volvieron a contactarse y le pidió perdón por haber sido tan firme. Es parte de la satisfacción de la vida: pedir perdón y saber perdonar.  Luis cree que la guerra saca lo peor de cualquier ser humano.

Luis estaba en la sección morteros, con esos dos compañeros y un “chato”, que así se les decía a los nacidos en Comodoro Rivadavia. Su tarea era armar la munición, que era como unos fideos. Otros tenían la tarea de poner la munición dentro del cañón. Pertenecían a la sección “Apoyo”: apoyaban a la segunda y tercera línea de morteros. Uno de ellos-Abatte- fue herido durante el conflicto y fue llevado a una de las casas de los pobladores y luego traído al continente. Recuerda que una vez apareció una bengala-que es una luz que se enciende y permite ver si alguien está a tiro-Luis se quedó quieto mientras duró la luz, porque el movimiento hacia que te vieran y dispararan.

Tenían un wok toqui por el que les comunicaron que no dispararan a los helicópteros ingleses-desde donde sabían que los podían matar- y luego se enteraron que se habían rendido. Veían los buques a lo lejos. A partir de la rendición y la orden de no disparar: “algunos pensaron que habían ganado la guerra, que se terminaba el conflicto”. Hace alusión a que la guerra fue con muchas mentiras, se decía que se ganaba para no desmoralizar a la tropa.

 Cuando les avisaron que se habían rendido debieron bajar al pueblo. Los pusieron en un establo, donde había como cuchetas y allí pusieron sus cosas. Desde entonces tiene miedo de la oscuridad y el encierro, porque cuando se acostaba la tabla de arriba estaba tan cerca que no les permitía darse vuelta y quedó traumatizado con esa imagen y vivencia. Ha tratado de superarlo, pero aún no puede y por esa razón muchos de ellos deben dormir con la luz prendida. Muchas veces se ha despertado y estaba durmiendo bajo la cama.

En el establo Ponce, otro veterano de La Paz, que estaba en la cocina, les había regalado media bolsa de azúcar. Con eso hicieron caramelos. A ellos les había faltado la comida y los dulces también. Alguna vez había soñado con comer banana con dulce de leche. Hicieron esos caramelos-como bolitas redondas- que se los ponían en el bolsillo y comían mientras estaban como prisioneros. Otra cosa que hacían era tomar mate, conversar. Ahí Luis recuerda que en el pozo de la trinchera había construido un mate. La bombilla con el cañito de la birome y el filtro lo hicieron con el estuche de un dentífrico-que en ese tiempo era de aluminio-. Lo cortaron a la mitad, lo limpiaron por dentro, le hicieron agujeritos y lo ataron al cañito de la lapicera. La yerba la obtenían del cocinero de la Paz. Cuando se lavaba la yerba, la secaban y hacían cigarrillos con eso. No podían secarla con la turba del suelo malvinense-que puede usarse como carbón-porque podían verlos por el humo.

Estuvieron uno o dos días en el establo y en camiones los llevaron hacia el mar donde estaban los barcos ingleses. En lanchones los acercaban al barco Camberra. Tenían tal desesperación por subir al barco -había una distancia entre el lanchón y el buque, había que saltar y en ese contexto alguien se cayó. Sabe que algún soldado se cayó al mar y como estaba muy frio-casi en grados de congelamiento-nadie lo rescató.

 En el barco estuvieron prisioneros de guerra. Los alojaron en camarotes que eran para dos personas y lo compartieron entre seis soldados. En cada cucheta dormían dos y en el suelo también. Les daban un vaso de agua cada 8 horas, con un sándwich de miga. Llegaron a Puerto Madryn y allí, en un colectivo, los llevaron al regimiento. Estuvieron varios días, mientras se recuperaban. Como se les había cerrado el estómago, él se llenaba con una alita de pollo. Los empezaron a alimentar cada dos horas, para recuperarlos. Actualmente debe comer con continuidad porque si pasa muchas horas sin comer, siente que se le vuelve a cerrar el estómago.  Volver a hacer la vida de antes le costó, después de la guerra. Debió volver a aprender cosas cotidianas

Vinieron a Córdoba en varios colectivos. Cuando llegaron a la ciudad se fueron a caminar unos cuatro soldados y tocaban timbre en las casas y se iban corriendo. La policía los encerró y les contaron que eran veteranos de guerra. Les hicieron saludo uno y saludo dos y los dejaron seguir, pero les recomendaron que no siguieran haciendo lo que habían hecho, pero que, ante cualquier problema, los ayudarían. Se fueron a comer unas pizas por ahí cerca. Luego se separaron y cada uno se volvió a su lugar, solos. Cuando llegó a Villa Dolores, tomó otro colectivo a La Paz, donde llegó a la madrugada. En su casa estaba su madre y su hermana que se emocionaron mucho al verlo. En el pueblo nadie le dio mucha importancia. Por ese motivo volvió a trabajar en Marcos Juárez. Una vez volvió a pasear a su pueblo y allí un teniente coronel lo contactó y lo hizo ingresar a trabajar en el Correo de La Paz. Después se casó y su esposa lo ayudó mucho, porque sin ella quizá se hubiera suicidado, ya que no le tiene miedo a la muerte. Hoy considera que hubiera sido una estupidez si lo hubiera hecho, porque habría perdido todo lo que hoy tiene: dos hijos y a sus dos nietos.

Cuando regresó a su pueblo, sentía insensibilidad en los dedos de los pies. Fue a ver a un medico de Villa Dolores que le dio un tratamiento. Era Oscar González, que no le cobró. Tenia principio de congelamiento en los pies. Y con un tratamiento lo solucionó, pero cuando hay mal tiempo siente molestias. Con respecto a las secuelas que tuvo del conflicto, cree que es porque nadie esta preparado para vivenciar todo lo que implica. En su caso se encerró, le molestaba estar con otras personas, trataba de no salir. Nunca hizo terapia, pero a raíz de que tiene un hijo con Síndrome de Down tuvo que asistir con él ante un terapeuta, con quien terminaba conversando de sus cosas. Hugo interviene en esa parte de la charla reiterando lo que dijo en su entrevista: que esta vivo porque Luis lo acompañó, con quien tiene una gran deuda. Y a Luis lo emociona escuchar eso. Reconocen los dos que tienen todo: familia, vivienda, trabajo, pero aun así se sienten tristes y no pueden explicarlo. Es duro recordar y poder contarlo.

Luis cuenta que actualmente es bombero, que es una forma de ayudar, contener a otras personas que viven situaciones críticas. En su momento, siendo muy católico y por esta vivencia de la guerra: perdió la fe y la esperanza. Desde hace más de diez años es catequista. Eso y ser bombero, lo ayudó muchísimo. Ser piadoso y compasivo y la adrenalina de ser bombero en situaciones fuertes, correr, estar en riesgo, le hace bien. Sabe cómo contener a una persona en situación de riesgo, de estar herida. Coinciden con Hugo que están siempre activos, trabajando en algo, porque no pueden estar quietos, porque los lleva a pensar y les hace daño recordar lo vivenciado en la guerra.

Luis comenta que durante el conflicto les dieron de tomar algo que les impedía tener erecciones. Eso también dejó secuelas que debió conversar con su compañera cuando se casó, porque ella interpretaba que tenia otra mujer. Debieron no solo hablarlo sino también hacer un tratamiento. Por eso parte de su lema de vida es hablar todos los temas, decir a las personas lo que sentimos.

Los dos veteranos agradecen la entrevista porque la sensación que tienen es que a nadie les interesaba lo que les pasó, y que cada historia moriría con ellos. De esta manera sienten que han sido valorados. Que los que se suicidaron fue porque sintieron esa soledad y ese vacío social que les hicieron durante mucho tiempo. Solo entre ellos se han contenido, cuando se encontraban. Alguna vez varios de ellos se juntaron para ver  “Iluminados por el fuego”, y no aguantaron mas de cuatro o cinco minutos  la película. Dejaron de verla y siguieron conversando de sus cosas.

Hace un tiempo Luis se reencontró con uno de sus compañeros de pozo-Versece-. La esposa de él lo contactó luego de buscarlo mas de cuatro años. Ese compañero vivía en Pozo del Molle. La esposa organizó para el 2 de abril-cuando se cumplían los 30 años de Malvinas, que se reencontraran. Luis quedó entre el público de Pozo del Molle, en un homenaje que el pueblo le hacía a los veteranos, y el conductor del acto hizo dar un paso adelante a quien fue su compañero y le anticipó a todos que había una sorpresa para él. Ahí Luis se acercó y se abrazaron en un momento que fue muy emotivo para todos los presentes. Desde entonces se frecuentan y visitan con sus familiares.

Otra secuela que aportar es que después de la guerra Luis necesitaba tener mucha comida cerca, en la mesa y picotear de todo un poco. Hasta que se dio cuenta y superó esa necesidad de tener la comida en cantidad para poder saciarse. Ahora, cuando hace de comer para su familia, disfruta viendo comer a los demás. Cree que en su subconsciente necesita ver que a nadie le falte la comida que a ellos les faltó durante la guerra.  Valora mucho el agua, porque en la guerra le faltó. Cuentan-tanto Hugo como Luis- que en las cartas que escribieron desde Malvinas, no contaban la verdad de lo que les pasaba, porque no querían preocupar a su familia. Tanto Luis como Hugo debieron rescatar a compañeros heridos, esa situación es parte del horror que vivenciaron y es parte de sus pesadillas.

A Luis, el Ejercito-cuando le dio la baja- le hizo firmar un documento por el cual se comprometía a no contar nada de lo ocurrido en la guerra. Hoy pudo contarlo, pero en varias ocasiones dijo: “a eso no lo escriba”.

 Entrevista: Mary Luque

Fotografía: Daniel Murua.

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