Conocido popularmente como “Yoni”, Eduardo Chavero fue un soldado Clase 1961, que -por prórroga- hizo la conscripción con la Clase 1963, en el Regimiento de Infantería Aerotransportada 14, de Camino a la Calera, en Córdoba.
El día en que los incorporaron -el 2 de febrero de 1982- preguntaron quién quería ser paracaidista. Eduardo levantó la mano, sin saber bien de qué se trataba. Ahí comprendió que quienes se anotaban para esa actividad, se quedaban en Córdoba. Después de una ambientación los llevaron a hacer la instrucción de campo, que es una preparación física y táctica de lo que tiene que hacer un soldado. Estuvieron unos quince días, con un entrenamiento físico fuerte.
Regresaron al regimiento, donde durante dos semanas siguieron haciendo instrucción y empezaron un curso de paracaidistas. Cuando comenzaron la práctica, hicieron un primer salto y luego realizaron dos seguidos, cosa que no era lo normal. En su caso hizo cinco saltos contiguos, sin ese intervalo que comentaban que había entre un salto y otro, de quince o veinte días. Entonces se enteraron que las Islas Malvinas habían sido recuperadas por el ejército.
Recibieron una preparación y la información de que en cualquier momento partían a combatir. Incorporaron a dos compañías que habían sido dadas de baja, y les proporcionaron los elementos para movilizarse. Siempre tuvieron la incertidumbre de si los llevaban o no a la guerra. Diariamente les cambiaban el día de salida.
A fines de abril, los trasladaron en camión al aeropuerto, y desde allí en avión hasta Comodoro Rivadavia. Estuvieron en el regimiento una semana y media, y desde ese lugar avisó -por medio de una carta- a su familia, que había sido movilizado. Un hermano suyo -dos años menor- estaba haciendo la conscripción en Sarmiento, Chubut, pero no fue trasladado a Malvinas. Aunque no supo de él hasta que terminó la guerra.
Su compañía fue llevada a Camarones (Chubut) donde la instrucción fue más estricta, con largas caminatas de muchos kilómetros, con mucho peso y prácticas de tiro. Eduardo fue designado “apuntador de Mac” del Grupo de Apoyo de la Compañía A del Regimiento de Aerotransportada 14.
Apuntador es quien dispara la ametralladora denominada Mac, en apoyo a la infantería. Este grupo está formado por unos treinta soldados. Esa ametralladora (de propósito general) es un fusil semipesado, cuyo manejo requería, además, dos auxiliares: un abastecedor que reponía las cintas de municiones, y el otro, que colaboraba en abrir las cajas donde está el material y llevaba las bandas. Eduardo fue apuntador porque con su padre solían cazar vizcachas y sabía cómo se tiraba, cómo había que sostener el arma, cosa que no era conocida por otros muchos soldados.
Hacia el 29 de mayo, les informaron a las dos compañías de Córdoba que estaban juntas -unos 170 soldados- y a otra del Regimiento 17 de Catamarca, que estaban en Camarones, que la Compañía A del regimiento 14, iría a combate. A los días les dijeron que solo iba el grupo de apoyo de la Compañía A, donde “Yoni” estaba con sus auxiliares y otros con cañones, morteros, lanzagranadas o antitanques; unas treinta personas. Pasaron dos o tres días más y les confirmaron que no irían todos esos soldados, sino el grupo del cañón y el equipo de las Mac.
Este grupo de once soldados, acompañados por suboficiales, fue movilizado a Comodoro Rivadavia. Les pidieron la bolsa donde tenían toda la ropa recibida y se la cambiaron por indumentaria nueva, porque ya tenían información sobre el “pie de trinchera”, por lo que les dieron borceguíes y botas de goma, para alternar. El borceguí se hundía en la turba malvinense y se humedecía pronto, si a eso se le sumaba el frío, daba como resultado el congelamiento de los pies. Ellos también recibieron las camperas con pluma de ganso, que eran más abrigadas. También portaron armas nuevas.
Al final solo fueron dos Mac y sus auxiliares. Del Regimiento 14 de Córdoba fueron Eduardo con Antonio Martínez (que vive en la localidad cordobesa de Reducción), Nicolás Saving, (que vive en Córdoba capital) y Cesar Ludueña, que es de Alta Gracia. Todos a cargo del superior inmediato -cabo primero- Carlos Diaz y del sub teniente Aimar.
Llegaron también con un grupo del Regimiento 2 de La Calera y el grupo de Mac del Regimiento 17 de Catamarca, además de un grupo de Granaderos a Caballo. En total fueron 26 personas que volaron desde Comodoro Rivadavia a Río Grande.
El 11 de junio llegaron a esa ciudad fueguina, y los embarcaron en otro avión hacia Malvinas. Era una tarde helada, y a los veinte minutos de vuelo debieron regresar porque habían sido detectados por los ingleses. Ellos iban acompañados por dos aviones que podían enfrentar a las aeronaves enemigas. Regresaron y pasaron la noche en el aeropuerto de Río Grande.
Al otro día partieron nuevamente, y les sucedió lo mismo que el día anterior. El avión simuló regresar, pero dio otra vuelta y se encaminó a Puerto Argentino, donde llegaron a eso de las cuatro de la tarde del día 12 de junio. Volaban a escasísima altura, para no ser detectados por los radares ingleses, y debían bajar lo más rápido posible, porque la aeronave llegaba, descargaba y se volvía inmediatamente.
Bajaron y en seguida empezaron a bombardear cerca del aeropuerto, por lo que ellos debieron guarecerse en zanjones a la orilla de la pista. Luego les dieron la orden de retirar sus pertenencias y los llevaron en camiones hacia Puerto Argentino, que está separado de la pista de aterrizaje. En el avión que los trajo venían comida y cartas. Ya anochecía cuando, en Unimog, los llevaron al hospital que había allí. En la sala grande del Hospital se acomodaron, un cura los bendijo y oyeron caer bombas cerca del lugar. Se aprestaba a dormir cuando un oficial exigió que despejaran el lugar y fueron a refugiarse -parados- al finalizar el centro de salud, bajo techo, pero sin paredes. Al amanecer los llevaron al frente.
Cargaron todas sus pertenencias y fueron por la costanera de Puerto Argentino, cuando los ingleses empezaron a bombardear. Les informaron que habían sido detectados por el enemigo. Se bajaron de los camiones y siguieron a pie. Debieron cargar con todas sus bolsas con elementos de ropa y carpa, más el armamento, municiones y una caja de raciones para subsistir durante unos dos días.
Se repartieron la carga entre todos. Caminaron unos 7 kilómetros con todo eso. Así llegaron a un lugar inglés llamado Móvil Brücke. Les ordenaron llevar sólo el armamento y dejar el resto de carga en ese lugar. Caminaron por las lomas. En la punta de la bahía estaba el enemigo. Hicieron unos tres kilómetros hasta llegar a Monte Longdon, como refuerzo de un grupo de La Plata que ya estaba ahí. Les contaron que en la noche del 12 de junio el grupo platense había sido atacado. En la noche del sábado 13 y madrugada del 14, entraron en combate.
Sin ver al enemigo, debían tirar.
Notaban bultos que se recortaban en una loma. Tiraban bengalas, se iluminaba todo y percibían figuras que bajaban de las colinas. Eran ingleses que venían hacia ellos.
Tiraban defendiéndose. Los bombardean todo el tiempo, en algo que para los militares se denomina “ablande”. Después de eso venía un ataque. Por ese motivo la posición de él y sus compañeros era permanecer, aguantar, tirar, destrabar el arma.
Eduardo sabe que tuvo momentos de no poder reaccionar, porque lo venció la situación de estrés en la que estaban inmersos. Le contaron que le “pegaron una trompada” para que tirara. “Yoni, se nos vienen” le gritaron desesperados sus compañeros. Las balas picaban por todos lados, ninguno de ellos fue herido, pero como advertían que los ingleses estaban cerca, empezaron a retroceder hacia Puerto Argentino, que estaba a sus espaldas.
El domingo 14 de junio, a la mañana, se calmó el ataque. Al mediodía se reagruparon cerca del cuartel de los ingleses, donde habían dejado parte de sus pertrechos, pero el lugar fue bombardeado, por lo que no hallaron nada. Esperaron nuevamente al adversario, que al anochecer volvió a atacar. En esos momentos hubo una tregua, un silencio de muerte, que no sabe cuánto duró, pero que hacía que sus cabezas pensaran si el enemigo estaba atrás, al costado o ya los habían pasado.
A cincuenta metros pasaban soldados que no podían identificar si eran del enemigo o “de los nuestros”. Paralizados, no tiraron. Les gritaron un par de veces: “¿quién vive?” y como no les contestaron, dudaron y no atacaron. Siguieron retrocediendo y ahí empezaron a ver las luces de bengala, por lo que se arrastraron y veían pasar las “trazantes” -son balas luminosas- que les pasaban muy cerca y por todos lados.
Llegaron a un lugar donde había caído una bomba y se había formado un pozo, donde se refugiaron. Después caminaron hacia Puerto Argentino -lentamente- y hallaron jefes y soldados que estaban planeando un contraataque. Debieron caminar por una vía de asfalto donde les preguntaban si tenían el armamento adecuado para participar del contraataque. Con sus compañeros se alejaron del lugar y enterraron el cañón. Se dieron cuenta que quienes querían atacar eran parte de los que estaban desde el 2 de abril, sin haber entrado en combate y querían hacerlo al final. Muy diferentes era la situación de quienes venían del interior: estaban heridos, sucios, con hambre. A esa altura, los ingleses ya habían tomado casi todo el territorio.
Al mediodía del 14 llegaron a Puerto Argentino. Escuchaban el cañoneo en otro lugar, pero enseguida se produjo una tregua. Cuando iban caminando, oyeron los gritos de alguien que pedía auxilio. Era un catamarqueño -del primer grupo que los había acompañado a las islas-, que acababa de recibir La herida de una esquirla. Le ayudaron hasta que apareció un camillero.
El grupo de Eduardo deambuló, hasta que se instaló en el edificio del Correo. Ahí comprobó que, en un momento del retroceso, se había hundido en un charco congelado, entrándole agua a la bota. Había estado todo el día sin descalzarse y en ese momento se percató que tenía hinchado el pie y no se podía quitar la bota, por lo que debieron romperla para liberar la extremidad, que se estaba poniendo morada. Pudo poner ese pie en agua caliente, y el dolor se fue aliviando. Ya era la noche del 14
El día martes 15 los llevaron a un espacio amplio -como un gimnasio- donde estaban todos sentados en el suelo. Recuerda que todas las necesidades las tenían que hacer en el casco, porque los baños estaban saturados. No les habían informado dela rendición, y aún conservaban las armas. Había un toque de queda y no podían salir del lugar.
Pasaron la noche del martes ahí y el miércoles 16 los sacaron del lugar para ir hacia el aeropuerto y entregar las armas. Ahí entraron a un galpón donde había comida: con provisiones argentinas. Eduardo tomó ansioso un tarro de durazno. Había latas de dulce de batata, leche en polvo y comían de todo porque “había hambre” recuerda.
Después llegaron unos lanchones que cargaban soldados y salían mar adentro. Volvían vacíos. “Capaz que nos pegan un tiro y nos tiran al mar” comentaron algunos. El razonamiento dice que no se mata a los prisioneros de guerra, pero tuvieron ese temor. El lanchón los llevaba hasta el buque Camberra.
Ya era de noche cuando embarcaron ellos. En seguida vieron las luces del enorme trasatlántico inglés. Ahí nos volvió el alma al cuerpo” recuerda Eduardo.
En ese barco se presentaron personas de la Cruz Roja. Los revisaron, les quitaron los cordones, el cinturón, los ficharon y los mandaron a un camarote. Dos o tres días navegaron, y ya el sábado a la mañana estaban en Puerto Madryn.
Ahí los cargaron y los llevaron al aeropuerto, de allí a Campo de Mayo, donde estuvieron una semana. Los revisaron, recuperaron a quienes habían pasado hambre. Luego les compraron pasaje en colectivo desde Buenos Aires hasta la terminal de ómnibus de Córdoba. Un camión los esperaba y fueron al Regimiento.
En el lugar fueron interrogados sobre el lugar donde habían estado, qué habían hecho con las armas y la ropa. Otro cuestionario debió responder ante el Tercer Cuerpo de Ejército. A los dos días le permitieron regresar a su casa.
En agosto regresó al Regimiento y les dieron licencia hasta la baja, en que debieron retirar la Libreta de Enrolamiento. De los cuatro compañeros del grupo que fueron desde ese Regimiento a la guerra, solo uno siguió la carrera militar.
Años después, en algún momento de la democracia, se produjo un incendio en el Archivo del Regimiento 14, y se perdieron los datos de que un grupo había participado en Malvinas. Sus historias se conservan porque también habían respondido un cuestionario sobre su participación en la guerra ante el Tercer Cuerpo de Ejército.
Eduardo tiene un archivo personal, con fotos, recortes de diarios y revistas, recuerdos, cartas, direcciones de otros soldados, identificaciones, certificados, y un mapa dibujado con las veces que se salvó.
Su reinserción social y laboral fue sin problemas, en distintas actividades que se le fueron presentando: oficinista, chofer de una máquina perforadora y cortador de fotos. Pero su ocupación más conocida llegó cuando se convirtió en fotógrafo del Diario Democracia, actividad que ejerció con pasión durante casi treinta años.
Con otros veteranos de guerra de Villa Dolores trabajaron para que la municipalidad los exima de impuestos. El ente de agua hoy les cobra un porcentaje mediante un cupo. Consiguieron una manzana para edificar viviendas y también terrenos en otro barrio. Nunca tuvieron un lugar propio como agrupación de veteranos.
En los años noventa, “Yoni” y algunos compañeros comenzaron a brindar charlas sobre la guerra de Malvinas en colegios e instituciones. El aporte fue importante para superar la “desmalvinización” que la zona, como toda la sociedad argentina, había sufrido.