Julio Rubén Ozán

Julio Rubén Ozan. Cabo Segundo. Destructor Piedra Buena. Nació en Villa Dolores el 01/3/1960. Vive en San José Traslasierra.

A los 16 años se fue a Buenos Aires. Trabajó como lava copas en el club Obras Sanitarias de la Nación, en Calle Paraguay 2060. Tenía cursado séptimo grado, hasta 4° grado en el barrial y 7° en la escuela San José. Eran 8 hermanos y sus padres no tenían la posibilidad  de darle estudios o mandarlo a Villa Dolores.  Por esa razón, fue personal de cuadro. Su madre decía que quería que fuera marinero y su padre quería que fuera al Sargento Cabral. Por esas razones decidió entrar a la Armada por recomendación del encargado del Club. Salta 460.

Fue a la escuela y le solicitaron un permiso de sus padres para ingresar, porque era menor de edad. Renunció a su trabajo. Cobró su salario y vacaciones y con eso se volvió a su casa para pedirle permiso a su padre para entrar a la Armada. Lo inspiró, en su trabajo, observar a los mozos que trabajaban con él y preguntarse, si ese iba a ser su futuro.

Fue a Córdoba, rindió. Al tiempo la delegación naval le avisa que había rendido bien los exámenes y se incorporó el 02 de febrero a la Escuela de Mecánica. Cumplió sus 17 años en la escuela. Agradece a Dios haber estado solamente un año, porque dice haberlo cursado “a gatas”. Haber tenido sólo 7° grado hizo que le costara una barbaridad. Sus calificaciones no pasaban de 4 cuatro o 5 cinco puntos.

Dentro de las tres especialidades que le dieron para elegir,  Furriel (administración), Motorista (que manejaban los vehículos o mecánica), o Electricista. Sus test que le dieron bien, perfilaron su especialidad. Electricista.

Cursó con dos compañeros, Claudio Luján y Filipi, quienes tenían secundario completo y lo ayudaban a estudiar. Alude que ni a los recreos salía, porque vivía debiendo materias.

A fin de ese año le dieron franco, luego de tres meses porque estaba castigada toda la delegación. En ese momento dejaron de ser aspirantes. Le dieron el pase al Buque desembarco “San Antonio” para ir como marinero, que era de astilleros Río Santiago y lo componía la tripulación de la Armada. 64 marineros.

Salieron 6, los llevaron en un colectivo de la escuela. Y manifiesta que eso “cambió la vida 100 al por ciento”. Recuerda que muchas veces les preguntaban quienes querían irse de baja y él no levantaba la mano porque a su padre, los vecinos le decían que esa carrera era para hombres.

Llegaron al barco, recuerda  que los recibió un Cabo Principal cordobés, de apellido Chaile, quien les pidió que vaciaran sus bolsas de equipo y entraran al barco.

“El barco era impresionante. Tenía una bodega de 80 metros de largo por 10 o 12 mts, de ancho.

Le cabían 80 vehículos tanque, vehículos anfibios”.

Allí dentro les clasificaron sus pertenencias. La mayoría, que no servía, la apilaban. Creyó, por un momento,  que quedarían desnudos, cuando les comenzaron a dar borceguís, uniformes de salida, zapatos, etc.. Luego los invitaron a  pasar por el comedor y les dijeron que podían comer, para luego irse de franco. Eso fue el comienzo de una vida totalmente diferente a la escuela, señala Julio.

Recuerda que preguntó cada cuanto tenían franco y que el Principal le respondió todos los días, al menos que tuviera guardia. El trabajo requería que a las 7 AM estuvieran en formación hasta las 14.00 hs.

La primera vez que salieron a navegar para probar el buque, se sintió muy cómodo.

“Fue un cambio espectacular”… “Amaba la Armada”, “Me cambió la vida”.

A fines de 1978 participaron en el conflicto con Chile. Eran el único buque desembarco y quedaron en la base Naval de Puerto Belgrano. Allí pasó fin de año, se casó su hermana. Se sentía bien y cumplía al cien por cien. A fines del 78  ascendió a cabo segundo y cuando volvió del conflicto tenía que realizar los cursos de cabo segundo y regresar a la Escuela de Mecánica, cosa que no quería. Pero afortunadamente, nos comenta que lo enviaron a hacerlos al  CIAM (Centro de Instrucción y Adiestramiento en Electricidad y Máquinas) en Puerto Belgrano. En el año 1981 terminó y aprobó el curso de cabo segundo y le asignaron el Piedrabuena, con Luis Fernández (también veterano de Traslasierra).

Pertenecían al Grupo de Tareas N°3, compuesto por el Crucero Belgrano, el Destructor Bouchard y el Piedrabuena.

Exclama “me gustaría haber hecho más de lo que hice. Amo esta Patria y este País. Sentí que nos quedamos cortos”. Piensa que podían haber participado más activamente.

El 1 de Mayo se festejaba el día del trabajador, de San José Labrador. Recuerda que su novia se había sacado una foto con sus padres y se la habían hecho llegar. Recuerda cosas lindas y amargas. (Se emociona).

Ese día, iban a atacar la flota inglesa y como era el día de “San José” sospechaba que tal vez, fuera su último día de vida. Habían instalado 4 misiles exocet a cada destructor y al crucero. Con la flota detenida los aviones iban a despegar del portaviones pero por la tormenta de viento que se desató, abortaron la misión porque los aviones no podían despegar. Les ordenaron volver. Cuando lo hicieron, alcanzaron al Crucero Belgrano y lo hundieron. Julio explica que los destructores son mucho más rápidos. El crucero levantaba 19-20 nudos, mientras que al Piedrabuena lo hicieron levantar en una oportunidad, a 31 nudos (casi 50 km/hs).

Cuando decidieron ir a buscar los náufragos, ya prendieron todas las luces, ya no les importaba nada más. Si los hundían o no. Cree que rescataron 292 tripulantes del Belgrano durante esos 2 o 3 días por la distancia que la correntada los  había desplazado. En las balsas encontraron muertos y heridos. “Eran nuestros compañeros”.

Rememora que el día que volvieron a Ushuaia con los náufragos del Crucero, se habían quedado con la única ropa puesta porque los rescatados eran más que la propia tripulación. Les dieron sus ropas porque estaban mojados, como también cedieron sus comidas y camas.

Repasa que cuando les avisaron que se habían rendido, lloraron todos porque se sintió un “¡Viva la Patria!”. Llegando al puerto, los mandaron a afeitarse, cortarse el pelo bajo amenaza de ir presos si no lo hacían. Así fue sumando desilusiones  con la Armada.

Julio creía que iba a hacer una buena carrera en la Fuerza. Amaba eso. Rectifica: “Lo amo”.

Volvieron de Ushuaia a Puerto Belgrano, en el mes  de Julio y les dieron licencia. Ya no tenía muchas ganas de volver. Se quedó en el puerto cuidando el barco cuando sus compañeros se fueron de licencia. Para ese entonces estaba de novio con la que hoy es su señora.

Pensando en vos alta, manifiesta: “A todos nos hubiera gustado ganar” Aunque después pensándolo bien… “Nunca la hubiéramos logrado”. Era muy desigual. “No tenía miedo. Le había perdido respeto a la muerte”. Su único temor era quedarse encerrado en el camarote y que explotara. Acción que se realizaba para mantener al buque con más flotabilidad. Su miedo era que le faltara el aire.

Luego de la licencia se sintió recompensado. “Creo que fui eficiente. Cumplía con todas las reglas”. Lo enviaron a hacer un curso para las Meko 360 (Destructor construido en Alemania) y le tocó ir a buscar a Alemania, la cuarta en el año 1984. Cuando volvió pidió la baja. Le faltó un año para ser cabo Principal.

Julio describe que con un compañero sanjuanino apellidado Guevara, se quedaba en las guardias a arreglar los quipos rotos de la Marina Mercante… “era un electricista de primerísimo nivel”. Él se sentía eficiente e iba detrás de más conocimientos. Él quería entrar a la Marina Mercante. Cuenta que un Teniente Corbeta que tuvo en la guerra, Gustavo Doldán,  le dijo que al regreso iba a pedir la baja, para irse a la marina mercante. También le propuso “si decidís irte a la mercante, búscame”. Julio no lo buscó, pero supo merecer la patente de electricista naval otorgada por la Armada, licencia de conducir internacional, pasaporte, libreta de embarque. Supo obtener millas navegadas en el San Antonio y en Piedrabuena, antes de la guerra. Al respecto,  detalla que antes, se patrullaba el sur permanentemente. Lo hacían por 60 días, con 10 días de licencia, siendo que los dos mejores de cada división tenían 15 días de licencia. A él siempre le dieron 15 días.

Cuando pidió la baja, su novia quedó embarazada. Fue a buscarla a Río Cuarto y allá se casaron. Llevan 4 años de novios y 37 años de casados. Tienen 4 hijos (entre 36 y 20 años) y 7 nietos.

Llama a su esposa Alba, quien se suma a la charla, y agrega que se conocieron en el año 1981 a través de una prima de él, que trabajaba en Villa Dolores y la invita a conocer San José. Cuando su amiga la invitó a San José dijo haberle respondido que ella ni loca iba a ir a tragar tierra para esos lados. La buscaron en un sulcky jardinera. Esa tarde vieron un partido de fútbol y compartieron un baile por la noche. Desde ese día no se separaron más y viven en San José.

Cuando volvieron de Malvinas querían pasar por desapercibidos, no querían que nadie supiera que habían estado en la guerra. Reconoce que hace un par años atrás, se viene considerando la participación de ellos, en el conflicto. Más que a los de las Fuerzas Armadas, a los veteranos. Destaca que lo que ayudó mucho fue la familia, porque uno vive soñando y despertando con los recuerdos de lo vivido. Cree que muchos se suicidaron porque estuvieron solos. Reconoce que no fue su caso. Que pasaron por muchas circunstancias con su mujer, pero hoy están bien. Inicialmente pasaron hambre porque no tuvieron sueldo. Recuerda que cuando se casaron trabajó de albañil y los fines de semana de camionero, mientras ella trabajaba en casa de familia. Con el tiempo se compraron una camioneta. Para fin de año con lo ganado azarosamente (Quiniela) fueron a ver a su familia a San José y su padre, que era albañil, le ofreció que se volviera porque tenía mucho trabajo.

Se fue a San Miguel (82 km de San José), iba y volvía en la semana a Río cuarto. Cree que esa decisión fue errónea porque estaban progresando en Río Cuarto y allí la cosecha no se pagaba bien y a veces con cheques que no estaban cubiertos.

Luego lo buscaron de San Luis y se fueron los dos para allá. Trabajó en la promoción industrial, construcción de fábricas, donde les fue peor. También trabajó en una fábrica de pistones como operario, dónde habían 13 tornos y 4 rotos. Se ofreció repararlos por sus conocimientos como electricista naval y los puso en marcha, para sorpresa de todos. Quisieron dejarlo como electricista, pero desistió.

Volvieron a Córdoba con la mitad  de lo que llevaron y volvieron a empezar. Se dedicó a la construcción. Comenzaron comprando terreno y haciéndose sus propios ladrillos para levantarse su casa. En esa casa hicieron el encuentro del Piedrabuena en el año 2011  cuando vino sorpresivamente el 2do comandante y vinieron más 60 personas con sus familias. Asaron 10 cabritos y lechones. Sólo cobraron la bebida.

Las tres hectáreas detrás del terreno supo tenerlas arrendadas donde hizo una  plantación de verduras y hortalizas, acompañado de un ingeniero. Alimentos que supieron vender a los supermercados locales. Se siente agradecido por todo lo que le enseñó las fuerzas armadas. Respetar a los demás y a los símbolos patrios. A trabajar. Y lo que supo, transmitirles a sus hijos. Actualmente continúa trabajando en la construcción con 4 o 5 personas a cargo. Refiere que lo hace porque se siente bien.

Julio cuenta que tiene compañeros y amigos en la Base Naval en Punta Alta a los que visitan. Al respecto  nos cuenta que fueron para fin de año y para el aniversario (30 de Mayo) a un encuentro con los tripulantes del Piedrabuena, Bouchard y Crucero Gral. Belgrano y luego al desfile militar. Sobre los encuentros nos dice que cada vez que se juntan, hay 2 o 3 menos. Desconoce hasta cuándo van a poder seguir reuniéndose. Lo mismo refiere sobre el grupo de traslasierra, con quienes también se juntan, desfilan donde  los invitan en el valle, comen juntos, etc. Este año en particular, por Ordenanza Provincial 653, tomó la jura de la promesa a la Bandera en dos turnos de la escuela primaria de su localidad.

Siente orgullo por su desempeño en la fuerza. “Creo que no fallé”. Siempre respetó a los demás, jamás estuvo preso, ha sido concejal por tres períodos en su pueblo. Se siente satisfecho con él y siente estar bien con su familia, hijos y nietos. En relación al conflicto, ratifica: “me hubiera gustado hacer más por mi patria”. Se pregunta qué hubiera pasado si hubieran atacado la flota inglesa ese día que no pudieron. Posiblemente, cree que no estuviera contando este relato. Le hubiera gustado que eso haya sucedido. Hoy cree también, que con el poderío que tenían los ingleses, si les hubieran hundido todo, finalmente habrían terminado peleando con los  yanquis, con todos. Está muy agradecido  con Perú y con Bolivia, que ofrecieron 20.000 hombres. Tan agradecido que viajó a Bolivia para el aniversario 192 de su Independencia (6 de agosto 2017) con dos veteranos más, Vilchez y Ávila.

Tuvo a su padre vivo hasta el 22 de mayo de este año, quien hubiera cumplido 90 años. Sobre él nos relata que al momento del hundimiento del Crucero le habían informado que Julio había fallecido. Cuenta que con él no hablaban mucho sobre el conflicto y sobre su desempeño allá. Su madre está viva y es muy compinche de los dos. Tiene 86 años y la visita todos los días.

Entrevista realizada por: M. Cecilia Pérez

Fotografía: Dolores de Torres

Volver arriba